Muchas denuncias por corrupción o por incompetencia en el gobierno de Petro provienen de situaciones de fuego amigo. El clima laboral es bastante inflamable. Funcionarios, políticos, amigos e, incluso, parientes de Petro son señalados por los y ex del Gobierno. La prensa solo tiene que soltar una presa pequeña del escándalo para que se peleen a dentelladas.
En gobiernos anteriores también ocurrieron enfrentamientos feroces entre sus funcionarios. Pero había ciertos límites y escrúpulos. Las disputas que llegaban a los medios solían ser más acerca de decisiones encontradas de política pública. La competencia por participación burocrática, asignación de contratos y el apoyo del Estado en futuras elecciones se manejaba de manera más discreta. Quienes salían del Gobierno sabían que el paso por allí estaba lleno de puñaladas por la espalda, no buscaban a los periodistas ni se desahogaban en las redes sociales. Guardaban los secretos sobre cómo se compró la gobernabilidad, quiénes eran los corruptos, cuáles cargos frustraron una buena gestión, etc.
¿Por qué es tan inflamable el clima laboral en el actual gobierno? Es el resultado de una mezcla de situaciones propiciadas por Petro. En principio, el Presidente llama a actuar bajo la convicción de la infalibilidad moral de su proyecto ideológico. Ministros y altos funcionarios que no se apeguen a la estatización de los servicios públicos, a la agenda climática, a la primacía de las identidades, a la intervención de los mercados y demás convicciones de Petro son señalados como infiltrados del uribismo y del neoliberalismo.
Pero, pese al radicalismo con que se apega a su discurso, el Presidente tiene muy pocas tripas en la práctica para aliarse con lo peor de la clase política si se trata de sacar adelante las reformas y ganar elecciones. Un caso: Petro no dio margen para ceder en cambios a la reforma de la salud y experimentó el rechazo de los jefes de los partidos tradicionales para adelantar el trámite de la reforma en el Congreso. Entonces, optó por comprar la menudeo a lo menos sano de la clase política en el Congreso.
Cuando el presidente es quien comienza con el fuego amigo, gobernar se vuelve un oficio de pirómanos.
Entre los funcionarios comprometidos con la infalibilidad moral del proyecto deben provocar náuseas las ambigüedades entre el discurso de Petro y sus llamados a negociar con políticos corruptos de otras tendencias políticas. Ver cada tanto en los medios que sus compañeros y aliados de gobierno son implicados en escándalos de corrupción como la UNGRD, la Dian, el dinero de la salud en paraísos fiscales debe ser muy decepcionante. Y si eso es poco, en un consejo televisado de ministros los pone a tragarse el sapo de que sea Benedetti, denunciado por maltrato a mujeres y sospechoso de todos los vicios de la politiquería, quien evalúe su gestión. Cuando le reclamaron sus ministros los trató de sectarios.
Se volvió normal que Petro descargue toda la responsabilidad en sus funcionarios cuando las cosas no salen bien o estalla un escándalo de corrupción. Es el primero en desatar el fuego amigo. En el consejo de ministros dijo que él era revolucionario pero su gobierno no, y en la entrevista a El País de España respondió a la pregunta sobre en qué ha fallado: "En creer mucho en la gente que me rodea".
Nada extraño que los funcionarios sientan que no están obligados a mantener lealtad con quien los acusa en público. Al contrario, sienten que están en obligación de revelar su versión de los hechos para protegerse. Y es allí cuando suelen salir salpicados otros funcionarios y aliados del Gobierno, a veces hasta los propios parientes de Petro, como ha ocurrido con su hijo, su esposa y su hermano.
Sin comunicación permanente con sus ministros, sin construir sentimientos de gratitud y reciprocidad, gobernar se ha vuelto un oficio de pirómanos.