Gentrificar significa renovar una zona urbana. Suena bonito porque quiere decir que la ciudad se moderniza, se embellece incluso, pero detrás de ello vienen desplazamientos y aumento de precios porque ahora todo tiene que ser cool y trendy.
En nombre de la moda (y de ganarse unos billetes, claro), vemos cambiar los barrios y volverse más caros por cuenta de los empresarios, que constantemente están olfateando oportunidades, pendientes de qué productos y servicios no están caros para ponerlos por las nubes.
Ocurre con los restaurantes principalmente. Se meten en una cuadra no tan concurrida, alquilan un local por dos pesos y empiezan a vender pollo a cien mil (sin acompañamientos) y cervezas en veinte mil, cuando la tienda que estaba antes las daba por seis mil. Además, los nombres que les ponen a ciertos lugares: ‘Café rico’, ‘Chichería demente’, ‘La lucha sanguchería criolla’, todos posando de populares para hacer una carta exótica con precios inflados.
Es que gentrifican ya no solo barrios, sino productos, al punto de que el otro día vi que vendían en internet una ramita de cilantro en diez mil pesos. ¿Por qué, acaso están viniendo muchos extranjeros a comprar cilantro en Colombia? En condiciones normales no se necesitan más de quinientos pesos de cilantro para preparar cualquier comida, y por diez mil te puedes hacer un árbol de Navidad de cilantro en la sala de tu casa y consumirlo durante todo el año.
Para cobrar de más se inventaron también toda una clase emergente de hamburguesa: con mermelada, con bocadillo, con sala de caramelo, con a, con plátano maduro. Las venden como exóticas y las cobran al doble de la clásica con carne, tomate cebolla y lechuga. Lograron no solo que un plato popular se haya convertido en lujo, sino que lo anormal sea ahora encontrar una hamburguesa salada.
El músico británico viene a Colombia por segunda vez (ni idea de para qué) y sus boletas están por los cielos.
Los emprendedores no paran con sus ideas innovadoras y donde meten la mano dejan su sello, no necesariamente para bien. Me pasó hace unos días con alguien que vende manteca de cerdo, pero habla (y cobra) como si estuviera comerciando con caviar del Báltico. ¿En qué momento un sobrante como la grasa animal se volvió un artículo fino?
Es que encarecen todo porque hasta lo más vulgar lo vuelven una “experiencia” y se han convertido en especialistas en crear burbujas de lo que sea, por lo que sospecho que estamos a nada de dar con la burbuja del estropajo. Ahora no hay que esforzarse mucho para dar con café y buñuelos transformados en alimentos exóticos que no se toman y se comen, como manda la biología, sino que se ‘viven’.
Es que ni Paul McCartney se escapa. El músico británico viene a Colombia por segunda vez (ni idea de para qué) y sus boletas están por los cielos. Uno pensaría que ver a un artista de esa talla vale una fortuna, y sí, pero luego mira el precio de las entradas en otras sedes de su gira latinoamericana y se da cuenta de que acá nos están tumbando. Tengo unos amigos que se la pasan en conciertos en otros países y yo pensaba que lo hacían de excéntricos, pero en realidad es porque con lo que se paga acá por un concierto, se puede costear por fuera el pasaje de avión y el hospedaje también.
Dicen que hacer empresa en Colombia no es para nada fácil, y razón tienen. No conozco la letra menuda, pero las comisiones a pagar por un espectáculo del calibre del de McCartney deben ser exorbitantes, más para quebrarse que para enriquecerse. Y ahí entran el Estado y sus empleados, que en nombre del progreso se inventan reformas e impuestos desproporcionados.
Quizá ese sea el problema, que el abuso con el dinero empieza bien arriba en la pirámide social y se va acumulando hasta llegar al consumidor final, que cada vez está más cansado de que le vean la cara de pendejo.