Seguramente los miles de turistas desprevenidos que visitaron Bogotá durante las festividades de fin de año se llevaron la grata impresión de que la capital se halla en un proceso febril de progreso. Por doquier se observan señales de que se está trabajando. ¡Qué maravilla! Bien vale la pena soportar las incomodidades que tal actividad apareja, dirían, y, de paso, felicitarían a la istración Distrital.
Sin embargo, una cosa es la apariencia y otra, la realidad. Quien vigile con atención lo que está ocurriendo quedará sorprendido, desconcertado. Muchísimas son las vías que están cerradas parcial o totalmente con mallas y cintas, espacios donde se supone que hay obreros trabajando. Pero no. Ocasionalmente pasa un sujeto con overol y casco hablando por teléfono. Contadas son las áreas donde se ve que de verdad se trabaja. Surge entonces la pregunta: ¿tiene justificación alguna que la ciudad esté patas arriba a causa de esas obras ficticias? Los exasperantes trancones viales son una de sus consecuencias. Piénsese, además, cuántos son los comerciantes y residentes perjudicados por esa obstrucción masiva y prolongada de la movilidad.
Como uno más de los sufridos habitantes de la ciudad por causa de su progreso, voy a dar testimonio de mi experiencia. Hace casi cinco meses los inquilinos de un sector del barrio Nicolás de Federmán –que es donde resido– fuimos notificados de que durante dos meses la Empresa de Acueducto y Alcantarillado iría a renovar las vías de desagüe, lo que traería incomodidades para los residentes de la cuadra. La empresa presentaba excusas y solicitaba comprensión por las afectaciones que se causarían.
¿Hasta cuándo, señora alcaldesa, tendremos que seguir soportando las consecuencias de la incompetencia y desconsideración de los que fueron contratados para hacer progresar la ciudad?
Pues bien, han trascurrido tres meses más de los previstos y la obra está aún en veremos. Es cierto que el inclemente invierno la ha saboteado, pero desde mi ventana he observado la forma sui géneris como se ha venido adelantando y que, por lo mismo, me ha suscitado grima y me ha llevado a escribir esta columna a manera de denuncia. El trabajo inicial consistió en levantar el pavimento, abrir un profundo foso, cambiar la tubería y cubrir. Parecía que eso era todo. Pero ¡oh sorpresa! A los pocos días, nuevamente se procedió a destapar por tramos, lo que convirtió la calle en un barrizal por causa de las lluvias. Seguramente había razones técnicas para deshacer lo hecho.
Sin embargo, en los días siguientes lo extraño era que no se observara actividad alguna. De vez en cuando se veía una pareja de obreros comiendo su merienda y conversando animadamente. Por fin taparon los huecos y una aplanadora hizo su tarea. Pensé que la terminación de la obra estaba próxima. Pues no, otra vez a deshacer lo hecho y otra vez a padecer el barrizal. Los dos meses anunciados se habían convertido en cinco. Nos habían obligado a festejar Navidad y Año Nuevo aislados, rodeados de barro. Pero lo más absurdo de todo es que estando aún inconclusa la obra en mi cuadra, olímpicamente los diligentes contratistas decidieron trasladar las carpas y la maquinaria al sector contiguo para comenzar a romper la respectiva calzada, agravando la situación. Ahora somos más los perjudicados y más difícil el vehicular.
¿Hasta cuándo, señora alcaldesa, tendremos que seguir soportando las consecuencias de la incompetencia y desconsideración de los que fueron contratados para hacer progresar la ciudad? Bastante tenemos con los otros males –entre ellos la inseguridad– que aquejan a nuestra querida capital.
FERNANDO SÁNCHEZ TORRES