Sin duda me habría gustado vivir en otro mundo. En alguno de tantos en los que la gente no solo tenía sueños, tenía ideales. Cuando se pensaba que el mundo es un lugar que podemos transformar entre todos, artistas, filósofos, políticos, obreros, empresarios, maestras, doctoras o santas.
En esos otros mundos, la velocidad de la información falsa, malintencionada, ruidosa, mezquina, pendenciera, no amenazaba nuestro bienestar psicológico y emocional. En esos otros mundos, el latido del fascismo no se expandía por el aire con rencor y rabia. En esos otros mundos todavía cabía la esperanza, la quimera de erradicar la miseria y la violencia y ponerles fin a los autoritarismos. Pero fue justamente en la Segunda Guerra Mundial cuando vimos que por cuenta de los grandes avances industriales y tecnológicos se podía aniquilar a miles de personas en masa. ¿No entendimos entonces que la razón humana no siempre nos lleva por un buen camino? Podemos ser “el animal racional” por excelencia y, quizá, morir por cuenta de ella. ¿Seremos capaces de entenderlo ahora? Sí, ahora, cuando el fascismo está de vuelta, ahora con tecnología mucho más sofisticada.
La mecanización del exterminio fue la bandera de Hitler hace casi un siglo. Pero hoy se podría hacer mucho más daño, en menos tiempo. Vivimos bajo el pánico a las armas nucleares, entre las tormentas de mierda que se expanden como cajas de resonancia en las redes sociales. Porque antes el supremo era quien guardaba silencio y nos invitaba a callar. Pero hoy, en un mundo gobernado por el ruido, quien más ruido hace más nos somete. El ruido crece, hace metástasis, revienta en nuevos tumores, explosiones de ruido, mentiras y furia que nos dejan exhaustos, sin saber a dónde mirar. No tenemos forma de calcular a dónde nos llevará la tecnología esta vez, no lo sabemos. Nosotros, los humanos superpoderosos, no sabemos nada justo cuando creemos saberlo todo. En el abismo de la virtualidad donde hoy vivimos, hemos perdido el poder de diferenciar lo verdadero de lo falso, lo claro de lo oscuro, lo noble de lo bajo.
En el abismo de la virtualidad donde hoy vivimos, hemos perdido el poder de diferenciar lo verdadero de lo falso, lo claro de lo oscuro, lo noble de lo bajo
En este mundo del “felicismo” y la superación personal vamos todos ojerosos y deprimidos, arrastrando los pies mientras morimos de miedo de hacer parte de “los perdedores”. Porque ahora al mundo lo gobiernan los ‘bullies’, tantos, machos, perversos, maltratadores, mitómanos, abusivos. Da igual si dicen ser de izquierda o de derecha, al final van todos por lo suyo y están dispuestos a abusar del poder una y otra vez con tal de seguir saqueando el tesoro. Pero si uno se queja, si el ciudadano reclama, estos machos cromañones nos gritan “perdedores” a sus opositores, o salen con información de dudosa veracidad pero destructiva y aplastante, información aniquiladora, tormentas de mierda que van asesinando a la gente decente por aplastamiento. Y claro, como uno no quiere ser del equipo de los perdedores, como uno quiere ser del equipo de los ganadores, si puede va y trabaja para ellos o les hace fuerza, o defiende sus supuestos ideales, no sea que piensen que uno es un fracaso. Y así. Así por el mundo entero que ha cogido olor a mierda, por nuestro pobre país que por estos días apesta como nunca. ¿Y qué vamos a hacer? Nos preguntamos en nuestros doce segundos de lucidez, ¿qué podemos hacer, cómo podemos unirnos, volver a creer en otros mundos, volver a creer en ideales reales, en la comunidad, en la fuerza de la gente? Pero justo en ese momento otra avalancha de mierda nos deja atontados, confundidos, ciegos, con la capacidad crítica anulada una vez más, sin poder distinguir lo verdadero de lo falso, a los buenos entre los malos, porque no hemos podido procesar la información, porque esto es una guerra y no nos hemos dado cuenta, porque los villanos van ganando y no lo sabemos, no queremos saberlo o hemos perdido el olfato para encontrar la diferencia.
MELBA ESCOBAR