Los dos acontecimientos luctuosos que (todavía) agitan –uno tras otro-, la sensibilidad de los habitantes planetarios en los últimos días de abril dejaron un vacío enorme en la sociedad intelectual, tanto en la comunidad científica del pensamiento como en la religiosa (la católica), con el fallecimiento de dos de sus más representativas celebridades, que venían copando, cada uno en su respectiva órbita, amplios campos de reconocimiento.
El mundialmente lamentado fallecimiento del papa Francisco (Roma, 21 de abril de 2025), primer pontífice latinoamericano de notables posturas progresistas, echó una capa de espesa niebla sobre el tránsito final del notable escritor Mario Vargas Llosa (fallecido en Lima, el 13 de abril de 2025).
La sociedad mundial, principalmente perteneciente a la religión católica y sus numerosos medios de comunicación, ha estado conmovida por el deceso del segundo, pero ha guardado un extraño y discreto silencio frente al fallecimiento del primero, quien se vio arrinconado por la aguda crítica de los sectores progresistas, dadas sus opiniones y posiciones personales afines con la visión retrógrada de lo público.
Reconocidos tratadistas, ideólogos y críticos del pensamiento especializado en el ámbito de las ideologías consideran que, para alcanzar niveles óptimos de ética en el ejercicio público de la política, los respectivos actores están obligados a demostrar ante la opinión sus conocimientos culturales mediante productos bibliográficos de calidad, con ideas coherentes y un lenguaje articulado y claro.
Esto deben hacerlo con la altura técnica, científica y moral de sus congéneres más ilustrados. En la heterogénea mezcla de conferencias, discursos y ensayos a los que se ven expuestos, escritores, dirigentes e intelectuales tienen el deber de hacer públicos con la mayor claridad posible sus intereses centrales frente al Estado o la sociedad.
Y, muy especialmente, si aspiran al reconocimiento público, coherencia y claridad expositiva, oral o escrita. En tal sentido, hay gente afortunada que combina las dos formas de expresión con la indisoluble relación fondo-forma: el estilo, la técnica narrativa, la voz propia, el ajuste perfecto entre palabra e idea; la perspectiva el poder persuasivo.
Se trata de procurar que el escritor esté en condiciones de ‘equilibrar’ las dos formas de expresión sin que una afecte la calidad de la otra. En otras palabras, quien ha hecho suya esta hermosa y absorbente vocación no escribe para vivir, vive para escribir y hacer de su pensamiento su ejercicio espiritual.
Vargas Llosa, premio nobel de Literatura 2010, nació en Arequipa, Perú, en 1936. Se recibió en filosofía y letras en la Universidad de San Marcos y sacó su doctorado en 1959 en la Universidad de Madrid. Aunque había estrenado un drama en Piura y publicado un libro de relatos, Los jefes, que obtuvo el Premio Leopoldo Alas, su carrera literaria cobró notoriedad con la publicación de La ciudad y los perros, Premio Biblioteca Breve (1962) y Premio de la Crítica (1963).
En 1965 apareció su segunda novela, La casa verde, que obtuvo el Premio de la Crítica y el Internacional Rómulo Gallegos. (La orgía perpetua, La verdad de las mentiras, La tentación de lo imposible, El viaje a la ficción, La civilización del espectáculo, La llamada de la tribu y Medio siglo con Borges) memorias.
Sin embargo, fue con El pez en el agua, relatos relacionados con su campaña política; Los cachorros), Conversación en Princeton, con Rubén Gallo, y, sobre todo, las novelas: Conversación en La Catedral, Pantaleón y las visitadoras, La tía Julia y el escribidor, La guerra del fin del mundo, Historia de Mayta, El héroe discreto, Cinco Esquinas y Tiempos recios, con los cuales alcanzó renombre mundial.
Una producción brillante con la cual obtuvo los más importantes galardones literarios, desde los ya mencionados hasta el Nobel y el célebre Premio Cervantes; el Príncipe de Asturias, el PEN/Nabokov y el Grinzane Cavour. Con los cuales, por cierto, estuvo a punto de dejar atrás la amplia fama de dirigente reaccionario que el antitético ejercicio de la política le había dejado.
ALPHER ROJAS CARVAJAL