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Efecto ‘centrífuga’

Marchitado el centro, la calle pretende convertirse en el eje de nuestra historia.

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En ese contexto se habla de la polarización como algo nuevo y extraño. Sin embargo, lejos de su noble definición etimológica, la democracia –real y tangible– encarna en sí misma un sistema de competencia donde los partidos luchan para imponer sus propuestas. La polarización, entonces, no es más que la consecuencia del ejercicio democrático.

Ahora, el hecho de que sea connatural a la democracia no implica que sus efectos sean deseables ni que contribuyan a cumplir su objetivo central. Y es ahí donde la polarización “irracional”, esa que apela a la bilis más que a las ideas, conduce al deterioro del sistema político y a un indeseable escenario de vacuas confrontaciones.

Al respecto, es ilustrativa la teoría de Giovanni Sartori. El politólogo identifica en la democracia la existencia de un modelo competitivo en donde una de sus más frecuentes expresiones es el fenómeno del “pluralismo polarizado”. Dicho fenómeno, que encarna un inminente riesgo de quiebre social, se caracteriza por seis elementos: presencia de partidos antisistema, oposiciones bilaterales, un centro político copado, un sistema netamente ideológico y carente de pragmatismo y capacidad dialogante, una oposición irresponsable que promete máximas incumplibles y una tendencia centrífuga.
Esta última característica es la que más preocupa. En Colombia la mayoría de los ciudadanos se apartan de los extremos, pero no encuentran en el centro un liderazgo claro y, sobre todo, que pueda hacerle contrapeso a la arrolladora capacidad de movilización tanto de la derecha como de la izquierda. La ausencia de una expresión válida del centro es un efecto inducido y deseado por los extremos. Es su obsesión puesto que les deja el espacio libre para explotar los más bajos instintos y emociones donde la razón pública brilla por su ausencia.
Arropados en mesiánica creencia de ser los únicos titulares de valores y ser los exclusivos intérpretes de una masa anónima y homogénea, prosperan irresponsables liderazgos.
Marchitado el centro, la calle pretende convertirse en el eje de nuestra historia. Se apela a los hombres armados del pasado reciente para generar efectos subliminales en la contienda política del presente. Apelando a una simplificación infantil de una frase atribuida a Clausewitz (“la guerra es la continuación de la política por otros medios”), ahora se quiere imponer la idea de que la política es la continuación de la guerra. Ya no en las “montañas”, sino en las “calles”.

En un escenario de polarización irracional como el actual, en el que es cada vez más evidente el distanciamiento ideológico, la incapacidad de lograr consensos y en el que priman los ataques ad hominem, el centro y el electorado que podría representar caen víctimas del efecto centrífugo. Esa masa crítica, por inercia, poco a poco se diluye en los extremos.

Los polos, entonces, no necesitan convencer a los ciudadanos de sus planteamientos ideológicos. Su éxito depende de la mera altisonancia en la reyerta con el otro. Se enmudecen así la sensatez, el equilibrio y la política razonable y programática.

Arropados en la mesiánica creencia de ser los únicos titulares de valores y ser los exclusivos intérpretes de una masa anónima y homogénea, prosperan irresponsables liderazgos. Ellos alimentan los más oscuros sentimientos camuflados en una narrativa de reivindicación o de restablecimiento del orden. Y así desaparece el centro.

El efecto “centrífuga” está en marcha, ojalá no sea tarde para reversarlo. Abogo por el derecho fundamental a no caer en la centrífuga.

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