Una conversación que apenas comienza

Hace 130 años, en mayo de 1893, comenzó uno de los episodios más interesantes de la historia de Colombia, referido al cuidado del patrimonio y de los bienes culturales.

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El entonces presidente de la República, don Carlos Holguín Mallarino, entregó a la reina regente del Reino de España, María Cristina de Habsburgo-Lorena, parte de los bienes históricos y arqueológicos del Patrimonio Cultural Quimbaya, como una señal de amistad entre las dos naciones.

El patrimonio estaba enterrado en la zona de Filandia, Quindío, y fue hallado a finales del siglo XIX: 122 piezas quedaron bajo la istración española. Esta entrega generó toda una polémica sobre la naturaleza del patrimonio precolombino nacional y la necesidad de recuperarlo.

El debate fue llevado ante la Corte Constitucional, a través de una acción popular. La Corte ordenó en 2017 al Gobierno Nacional hacer todas las gestiones para traer a casa este tesoro, con el fin de garantizar “los derechos colectivos a la moralidad pública y defensa del patrimonio público”.

En esta columna he hablado a menudo del patrimonio cultural, como uno de los activos más importantes que tiene el país. Creo que hay que cuidar nuestros objetos culturales como estatuas, construcciones, obras, siendo nuestras piezas más preciadas. En los últimos años, muchos las han querido destruir, haciendo un inmenso daño.

En el caso de la repatriación de piezas el asunto es otro, pero igual de importante: se trata de construir un diálogo entre naciones sobre nuestra historia y nuestra identidad.

La repatriación del patrimonio es una ola mundial. México, Perú, Egipto y muchos otros países están reclamando sus propiedades culturales antiquísimas a las potencias colonizadoras, como Estados Unidos, Inglaterra, Francia, Austria, Italia, Portugal y otras.

El proceso de “descolonización de los museos” en los países desarrollados ha venido avanzando. Así pasó, por ejemplo, con la pieza conocida como el Sol de Echenique, que es parte del patrimonio cultural peruano. El Sol fue repatriado desde Estados Unidos en 2021, luego de un largo diálogo sobre el tema entre los dos países.

En el caso de Colombia, el Patrimonio Quimbaya es apenas uno de los frentes de discusión. El país ha repatriado piezas desde hace años, y la viceministra de Asuntos Multilaterales de Colombia, Laura Gil, en un reportaje interesantísimo sobre el tema, comentó que hay unas prioridades: las máscaras koguis guardadas en el Museo Etnológico de Berlín y 400 piezas precolombinas del Museo de Arte Latinoamericano de Buenos Aires.

Todo esto resalta la importancia de los diálogos que estamos llevando con los países que tienen en sus museos parte de nuestro patrimonio, pues de allí se desprenden lecciones cuyo objetivo es regresar lo que a cada uno le pertenece.

Otro ejemplo es el del galeón San José, que contiene un patrimonio maravilloso. Esa discusión de carácter jurídico mantiene esos tesoros sumergidos en el fondo del mar Caribe, pues tanto Colombia como España y la compañía que hizo el hallazgo quieren su parte. No hemos podido resolver tal situación, mientras todas esas joyas patrimoniales siguen en el fondo del mar. Digo, ¡al menos acordemos sacarlas y someterlas a un proceso de conservación!

Muestra de lo importante que es la discusión: el mandato de la Corte de repatriar las piezas del Tesoro Quimbaya nos debe llevar a definir dónde deben reposar tales piezas. Creo que la colección del Banco de la República en el Museo del Oro es una verdadera maravilla. Nada más adecuado que terminen bajo la custodia de esa entidad experta.

Las lecciones por aprender son muchas y debemos avanzar con sensatez para lograr que nuestro patrimonio salga fortalecido de este proceso. El diálogo apenas comienza.

CLAUDIA HAKIM