Cada día tenemos que elegir más. Se puede ir a un supermercado, abrir correo, examinar redes, seguir un medio y, en todos los casos, se presentan infinidad de opciones para tener que elegir una de ellas o su vida no continúa, al menos no en la medida del entorno que le rodea. J. P. Sartre, en sus Caminos de la libertad, afirmó que estamos condenados a ser libres, pero no supo lo que venía, esa descarga, que puede llegar a ser imposible, de mensajes para resolver y decidir en cada segundo.
Algunos investigadores de las conductas sociales han hecho la tarea de revelar esta paradoja de la libertad. Barry Schwartz (The Paradox of Choice) en Filadelfia se fue a cualquier supermercado a averiguar sobre los productos y sus cantidades en ofertas; las galletas, por ejemplo, y fabulosas variedades. Se debe decidir si se quiere: con sodio, con grasa, en caja o sueltas en paquetes de dos o tres y si revueltas con dulce o solo sal y crocantes. Pero aún faltan las sesiones que agregan chocolate a las galletas con 21 opciones.
Tampoco le fue mejor en los jugos, con 13 clases para deportistas, 65 especiales para infantes, que pueden tener empaques sobrios o con muñequitos, 75 con base en té, y enseguida aparece la lista de los snacks con 196 opciones que cubren un tenebroso universo de papas, chicharrones, tacos, tortillas o yucas saboreadas, naturales, artesanales o con expiración de un mes o dos o un año. Así, el tiempo de caducidad también entra a jugar en la lista de opciones antes de decidir. Y a todo lo dicho se deben agregar las sesiones exclusivas para veganos o vegetarianos o sin gluten y los avisos para favorecer nuestra salud, ya muy populares: altos en sodio o en grasas o en azúcar, por lo que no solo se debe elegir sino arriesgarse a que al consumir una galleta uno enferme y se le suba la tensión o padezca un ataque hipoglucémico. Están advertidos.
Elegir, en verdad, no es fácil, así se tenga un carácter seguro. Mientras más opciones, menos libertad, esa es la paradoja de la libertad y con ello no estoy invocando un régimen comunista adonde simplemente no hay nada, o mejor dicho, solo un tipo de galletas desabridas y horribles preparadas con las harinas del régimen y de esas hay que comer y punto. Solo me interesa destacar las paradojas de la libertad en un mundo en el que la variedad de opciones nos está pesando hasta darnos miedo iniciar una compra, pues no sabemos hasta dónde nos puede llevar el laberinto.
ARMANDO SILVA