En los últimos tiempos, varias potencias que protagonizaron la colonización de África han declarado su arrepentimiento por los genocidios espantosos que llevaron a cabo en los pasados siglos XIX y XX. Al mismo tiempo, se reprime la llegada de inmigrantes a las costas mediterráneas de Europa, la mayor parte jóvenes que huyen de la guerra y la pobreza, en parte consecuencia de la rapiña colonizadora. Estaría bien que, además de darse golpes de pecho, la Unión Europea abordara la migración desde el continente africano desde un punto de vista racional y humanista, más allá de lo puramente represivo.
Primero fue Bélgica: el rey Felipe, en carta al presidente de la República Democrática del Congo, Felix Tshisekedi, pidió disculpas por el genocidio de su antecesor Leopoldo II, que introdujo la esclavitud en aquella zona con el asesinato de 20 millones de personas y la práctica de las peores atrocidades, como cortar los de los negros que no recogían la cantidad asignada de caucho.
Por su parte, el rey de Holanda, Willem Alexander, ha expresado su “contrición” por los abusos cometidos durante su dominio colonial, en Indonesia y en África. Los holandeses fueron verdaderos maestros en métodos brutales, actos atroces y torturas en Indonesia y Sudáfrica.
En días recientes las dos mayores potencias europeas, Alemania y Francia, han asumido su responsabilidad en las atrocidades cometidas en África. El presidente francés, Macron, pidió perdón por las torturas durante la guerra de liberación de Argelia, y la semana pasada reconoció en Kigali la “responsabilidad abrumadora de Francia” 27 años después del genocidio de Ruanda, en el que, en 1994, fueron asesinados cerca de un millón de integrantes de la etnia tutsi a manos del régimen hutu, sostenido por Francia.
La última escenificación de arrepentimiento se produjo la semana pasada por parte de Alemania, que reconoció el primer genocidio del siglo XX, el perpetrado hace 100 años contra poblaciones que se oponían a la colonización de Namibia, en la costa Atlántica del sur de África, a la que los alemanes denominaron después de la masacre “África Suroccidental Alemana”.
Todos estos reconocimientos se están dando cuando la Unión Europea sufre una graves crisis migratoria a la que solo sabe oponer soluciones de fuerza: las ‘devoluciones en caliente’, incluidos niños sin acompañamiento y el blindaje de fronteras. Los europeos, que camparon a sus anchas en un continente que en 1914 solo tenía dos Estados independientes, Liberia y Etiopía, no saben qué hacer con las decenas de miles de africanos que llaman a sus puertas.
Ojalá en la próxima cumbre de la UE, prevista para el próximo 24 de junio, se firme un pacto migratorio que ponga fin a lo que el Comisariado de Naciones Unidas para las Migraciones califica de una “política europea inviable, insostenible y de consecuencias humanas devastadoras”.
P. S. Repunte de la estupidez. Mientras se producen nuevos picos en la pandemia, resurgen los movimientos ‘negacionistas’ contra la vacuna. El director de la prestigiosa revista The Lancet acaba de asegurar que el número de negacionistas –que arrastran a los indecisos– va en aumento, cuando es sabido que un número significativo de remisos a vacunarse puede dar al traste con la neutralización de la epidemia. En algunas zonas de Estados Unidos se premia con dinero a quien se vacune, mientras se producen manifestaciones con el ‘triunfal’ lema ‘no estoy vacunado’. En Alemania, la inteligencia policial está alarmada por el movimiento ultra ‘Pensamiento Lateral’, que se opone a las vacunas, mientras que en Bélgica cientos de policías persiguen al exmilitar Jürgen Conings, que, fuertemente armado, se propone dar muerte al más famoso virólogo nacional, Marc van Ranst, escondido con su familia. Jürgen tiene decenas de miles de seguidores entre quienes se oponen a vacunas y confinamientos. Como señala Rosa Montero: “Están pasando muchas cosas a la vez, todas nefastas, que tienen en común el denominador de la obnubilación mental de un apagón mundial del raciocinio”.
Antonio Albiñana