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El liberalismo social de Orlando Camacho

La sociedad le queda debiendo el homenaje que su historia personal y pública merecen.

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Siendo muy joven, Orlando Camacho Castellanos aprendió en la bibliografía teórico-política de los grandes tratadistas de las humanidades que las cuatro fuentes generadoras de mayor desigualdad –la raza, la clase, el género y el libre mercado– junto al dogmatismo y la pluralidad democrática están en la base de la antinomia controversial entre las ideologías de Izquierda y derecha. En tal sentido, consideró indispensable tomar partido en defensa de las ideas democráticas y pluralistas, esto es, con los valores fundamentales de la ética social y política: la tolerancia, la no violencia y la paz, los derechos humanos y el cuidado de la naturaleza.
Frente al (neo) liberalismo clásico del laissez faire, laissez er, esa versión dominante de la globalización económica y del capitalismo salvaje que busca reestructurar la espacialidad territorial productiva y campesina de la mano del paramilitarismo, la alternativa a estas formas sociales de dominación no es el “centro” inane e indiferente sino un liberalismo social, democrático progresista y crítico, como el que caracteriza las instituciones de avanzada del mundo moderno, es decir, aquellos cuya fuente doctrinaria es el estado de bienestar.
Otra diferencia fundamental es la que existe entre el “yo” y el “nosotros”. La derecha cree que el progreso y la modernidad tienen que ver con el interés propio. En cambio, la izquierda piensa que el progreso se construye entre todos, con base en un “nosotros”, donde lo que está en juego es el interés colectivo por las vías de la paz.
Por tal razón, hizo parte de los equipos de campaña y de asesoría jurídica del senador (suplente de Otto Morales Benítez) Horacio Ramírez Castrillón, ese aguerrido dirigente de la izquierda liberal cuyos conocimientos del derecho penal y su bagaje cultural lo proyectaron como figura nacional asimilable a la dimensión intelectual de Gerardo Molina, a la solidez constitucional de Carlos Gaviria Díaz o al estadista y pensador socio-económico Hernando Agudelo Villa.
Ramírez Castrillón, en el cenit de su madurez intelectual, buscó darle contenido ético al ejercicio de la política. Su hermoso discurso antológico en el Congreso de la República sobre la creación del departamento del Quindío sacudió la plenaria senatorial con la fuerza de una revelación al afirmar que la llamada “Colonización antioqueña era una fábula de arrieros, legitimada por la ficción imaginaria de un turista canadiense que excluyó a tolimenses, santandereanos y boyacenses que llegaron a la `Hoya´ del Quindío a sembrar café”.
En esta memorable pieza oratoria, reclamó en tono alto la repatriación del Tesoro Quimbaya obsequiado por el presidente conservador Carlos Holguín Mallarino a la reina de España, María Cristina de Habsburgo, en 1893, y manifestó que la creación del Quindío como unidad territorial comportaría un nuevo ethos cultural que le contribuiría al país a superar las condiciones de pobreza, violencia, injusticia y discriminación, desde la azotada tierra del café.
Camacho Castellanos recogió ese legado progresista y fue concejal de Armenia, presidente de la Asamblea departamental, secretario de Educación del Quindío y senador de la República. La mayoría de integrantes de esa `generación´ (si pudiésemos denominar así a un grupo tan heterogéneo en edades, origen social y formación académica) descolló en la docencia superior, en la investigación científica y en la reflexión filosófica. Se abrieron paso en el país no obstante el rótulo de “guerrilla intelectual” con que los grupos de presión regionales, subordinados al decadente gamonal de la comarca, los había bautizado para impedir el auge creciente de sus voces renovadoras y rebeldes.
Este movimiento trabajó desde el conocimiento multidisciplinario en la elaboración de proyectos de ley y actos legislativos, principalmente en beneficio de la juventud, los sectores populares, del trabajo y la tercera edad. Asimismo, sus intervenciones en los estrados judiciales impidieron, en muchos casos, que los sombríos directivos del Oficialismo Liberal, el MiI, la Anapo y todo ese conservadurismo cavernario continuaran saqueando el erario y amañaran las palancas del poder local, como ahora, con alcaldes y gobernadores encarcelados por corrupción: /colombia/la-mala-racha-de-los-alcaldes-de-armenia-todos-terminan-investigados-503968.
Orlando, como tantos otros amigos/as que se han ido de este “valle de lágrimas”, en el pavoroso interregno de la pandemia, no han tenido la ritualidad ceremonial acostumbrada, dadas las limitaciones del obligado confinamiento. Sin embargo, saben su querida familia, el grupo numeroso de amigos y la militancia del Partido de sus afectos (la Izquierda Liberal) que Orlando permanecerá en el recuerdo popular como un ser extraordinario, a quien la sociedad le queda debiendo el homenaje que su historia personal y pública merecen.
Alpher Rojas Carvajal

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