La carta mundial (encíclica) del papa Francisco Fratelli Tutti, de octubre de 2020, fue un despliegue luminoso sobre la fraternidad universal y la amistad social en contrapartida con el mundo roto en el que vivimos y padecemos. Al iniciar, Francisco destaca el aporte recibido del gran imán Ahmad al Tayyeb, a quien visitó en Abu Dabi, sin reparo por su condición musulmana. Otro tanto había sucedido con la anterior carta papal Laudato Si’, acerca del cuidado de la casa común y las destacadas luces recibidas del patriarca Bartolomé, sin reparo por su condición ortodoxa. Es que ni la fraternidad universal, ni la amistad social ni el cuidado de la casa común tienen dueño excluyente, sino visiones universales sin fronteras y responsabilidades comunes inaplazables.
El capítulo cuarto de Fratelli Tutti tiene por título ‘Caminos de reencuentro’. Y es llamativo que las notas de pie de página hagan significativa referencia a los discursos de Francisco en los escenarios colombianos de Bogotá, Medellín y Cartagena, pero en especial de Villavicencio, en donde Francisco presidió el inolvidable encuentro de victimarios y de víctimas de nuestra cruel y prolongada violencia ante el Cristo ennegrecido y mutilado de Bojayá, aquel 8 de septiembre de 2017. Los “caminos de reencuentro” son quizás los que Colombia y Villavicencio grabaron en el espíritu misionero del papa Francisco por el terruño colombiano, tan profundamente herido y tan tímidamente convaleciente.
El propósito del Papa en Colombia fue, según su personal propuesta, “dar el primer paso” tras los acuerdos de La Habana y las negociaciones de paz. Primer paso por los caminos de reencuentro significa en la encíclica lo que significó en Colombia: encontrar el sendero de la paz; cicatrizar las heridas sociales; iniciar el proceso de sanación con ingenio y audacia; comenzar desde los últimos; itir las legítimas diferencias; conversar en la comunidad ciudadana siempre capaz de razón, de argumentación y de consenso; no esconder, sino resolver; abolir las causas de lo sucedido para que germinen las uvas de la paz y nunca más los agraces amargos de la guerra.
Propósito del Papa en Colombia fue, según su personal propuesta, ‘dar el primer paso’ tras los acuerdos de La Habana y las negociaciones de paz.
Y si la arquitectura de la reconciliación y de la paz debe fundarse sobre el diálogo racional y la ética discursiva, no habrá que desconocer o censurar los contornos evangélicos del perdón ni pensar el perdón como debilidad de quien perdona y premio para el perdonado. Ciertamente, el perdón que salva, regenera y levanta no concuerda, sin más, con la fisonomía del derecho penal al que se refirió con tanta lucidez Jacques Derrida en su impresionante título Fuerza de ley, radiografía cruda y certera del derecho penal que no perdona, sino que condena; que no levanta, sino que castiga; que no transforma, sino que envilece. Sabe Derrida, como sabe el mundo entero, que la deconstrucción de la ley y de la justicia penal fue origen y fuente de la justicia salvífica alternativa, anhelada, profundamente deseada: esa que brilló en el rostro de Cristo. Porque sin perdón aun de lo imperdonable e imprescriptible, sin paciencia real, sin comprensión y caridad recíproca no hay salida hacia la paz, la transformación, el progreso. La venganza, el odio y el desquite y aun la “paz con legalidad” serán siempre contrapartida a la justicia restaurativa, a la enmienda del delincuente, al anhelado ministerio no de guerra, sino de gracia y justicia.
Quizás cuanto significaron el patriarca ortodoxo Bartolomé para la encíclica Laudato Si’ y el imán musulmán Ahmad al Tayyeb para Fratelli Tutti corresponda también a la vivencia papal por los caminos de Colombia, a la memoria en sus notas de página y a su visión certera de “los caminos de reencuentro”, el lúcido capítulo séptimo de su magistral encíclica sobre la fraternidad política y la amistad social. Son caminos del reencuentro lanzados desde Colombia herida para el mundo expectante de verdad, justicia, paz.
ALBERTO PARRA, S.J