NUEVA YORK . La historia no avanza en línea recta y en el caso del movimiento #YoTambién, que representa la protesta y el rechazo contra el acoso sexual a las mujeres, el camino ha sido especialmente culebrero.
Sin duda, el ejemplo más emblemático de ese accidentado camino sigue siendo el de Harvey Weinstein, el poderoso productor de Hollywood cuyo tinglado se derrumbó hace año y medio, cuando décadas de abuso de su posición de poder fueron expuestas por una larga lista de mujeres valientes. Valientes y también cansadas de verlo disfrutar de su gloria y su fortuna con total impunidad.
Lo que siguió a las revelaciones sobre el modus operandi de Weinstein, fue una catarata de denuncias que evidenció no apenas casos aislados y prominentes, sino un patrón y una historia de abuso. Y que, como estamos viendo ahora, abrió también el camino para el cuestionamiento de una norma socialmente aceptada de invasión del espacio físico y personal de las mujeres.
Como hecho histórico el movimiento #YoTambién es muy reciente, por lo que cualquier análisis y cualquier opinion –que es el caso de esta columna– son de cierta manera prematuros. Pero el caso emblemático del momento es casi tan revelador como el Weinstein.
La noticia #YoTambién de la semana involucra al exVicepresidente Joe Biden, figura venerada y venerable del Partido Demócrata, a quien le ha surgido una cascada de denuncias de mujeres que lo señalan de haberlas tocado de una manera que las hizo sentir incómodas.
La primera salva en ese ataque fue disparada por Lucy Flores, una política también Demócrata por el Estado de Nevada, quien describió cómo hace cinco años en un evento público, Biden se acercó a ella, le puso las manos sobre los hombros y le estampó un beso en la nuca. Otras mujeres han empezado a describir eventos igualmente melosos que me da no sé qué repetir. Besos en la nariz, manos que se pasean por la espalda, abrazos un tanto más prolongados de lo que deberían ser.
El antiguo coequipero del Presidente Obama ha estado presente en la escena política de Estados Unidos por décadas y es genuinamente adorado por los votantes de centro-izquierda. Pero su marca política que es la calidez e incluye grandes dosis de o físico, está diseñada para otros tiempos.
Aunque su posible aspiración a una candidatura para las elecciones del 2020 hace sospechar de un ataque político, creo más bien que Biden es víctima de que las cosas están cambiando. Simple y llanamente, lo que hasta hace poco era aceptable, ya no lo es más. Si eso lo inhabilita para aspirar a la Presidencia de EE. UU. es un enigma que pronto se resolverá.
Tuve la oportunidad de ver a relativa corta distancia al entonces Vicepresidente y soy testigo de su inmenso magnetismo personal. Joe Biden tiene una cualidad de parecer único y extraordinario y, al mismo tiempo, comportarse como cualquier hijo de vecino. Puedo entender cómo alguien se puede sentir especial al ser bañado con su atención y consideración, pero no me cuesta imaginarme que tener invadido el espacio personal por sus muestras de afección pueda ser indeseable.
Como lo resumió con agudeza la líder Demócrata en el Congreso, Nancy Pelosi, lo que importa aquí no son los deseos ni las intenciones de quien traspasa el espacio del otro, sino cómo se siente quien recibe la intrusión. Y aunque estoy segura de que históricamente las mujeres han sido objeto de más manifestaciones físicas de lo que querrían, lo nuevo ahora es que la norma social cambió, el umbral se movió un escalón hacia arriba y ya no están fácil cruzar esa frontera con impunidad, por más Joe Biden que sea uno.
No pretendo que otros celebren esta nueva curva en el sinuoso camino del #YoTambien ni puedo garantizar que no se cometan excesos. Pero de todos los momentos posibles para haber nacido mujer, nunca hubo uno mejor que éste.