Es fácil pensar en la inanición como un reto que entró en la conciencia del mundo rico en los años 80 y se solucionó en gran parte gracias a conciertos de rock. Es cierto que el mundo ha hecho enormes avances en la lucha contra el hambre masiva en los últimos 30 años, principalmente como resultado del mejoramiento de las prácticas agrícolas. Sin embargo, a nivel planetario, la escasez de comida sigue matando a un niño cada tres segundos.
Un nuevo informe de las Naciones Unidas advierte que el número de las personas que sufren hambre en el mundo aumentó en 2018 por tercer año consecutivo, superando hoy los 820 millones. Y más de un cuarto de los habitantes del planeta (unos dos mil millones de personas) carecen de regular a comida segura, nutritiva y suficiente.
Estas muertes y hambrunas silenciosas no captan la atención del mundo como las del pasado. Si bien hemos avanzado en la lucha contra el hambre, existen razones más que suficientes para hacer más. En particular, mejorar la nutrición infantil es una de las inversiones más transformadoras que pueden hacer los gobiernos y los donantes. Los estudios del Centro para el Consenso de Copenhague demuestran que cada dólar destinado a nutrición en los mil primeros días de vida de un niño devuelve a la sociedad el equivalente a 45 dólares en seguridad de que tenga un futuro más sano y próspero.
Esos fenomenales retornos explican el que el Gobierno estadounidense lanzara la Iniciativa Feed The Future en 2010 y que la actual istración la volviera a autorizar, y por qué la Unión Europea se comprometió en 2013 a destinar 3.500 millones de euros (3.900 millones de dólares) a nutrición en el sexenio 2014-2020. Es crucial que EE. UU. y la UE mantengan estos esfuerzos, especialmente ante los próximos cambios en la Comisión Europea, y es importante el que otros países se sumen.
Doble afectación
Uno de los indicadores de nutrición más comunes es el retraso del crecimiento: básicamente, que un niño sea mucho más bajo que lo normal para su edad. A diferencia de estar por debajo del peso apropiado, lo que suele indicar una desnutrición de corto plazo, ser más bajo muestra que el niño ha sufrido una nutrición por debajo de lo óptimo de manera prolongada.
Si bien el retraso del crecimiento ha bajado a la mitad desde 1990, cuando cuatro de cada diez niños lo padecían, sus efectos permanecen. La desnutrición infantil crónica puede conducir a un menor desarrollo cognitivo y físico, menores capacidades productivas, mala salud y un mayor riesgo de sufrir enfermedades degenerativas crónicas como la diabetes.
Además, la desnutrición tiene un amplio impacto en la sociedad: algunas estimaciones sugieren que podría costar a la economía mundial más de 2 billones de dólares por año. De hecho, sigue siendo una de las principales barreras que impiden que los niños, sus comunidades y sus países alcancen todo su potencial.
Por eso, si bien una nutrición infantil adecuada reduce el riesgo de sufrir enfermedades y muertes, su mayor beneficio de largo plazo sea quizás el que menos se reconoce: sus efectos positivos en el desarrollo cognitivo. Los niños bien alimentados aprenden más en las escuelas, y es mucho más probable que se conviertan en adultos altamente productivos. En consecuencia, ganan salarios más altos, lo cual les permiten alimentar, proteger y educar mejor a sus propios hijos e hijas, acelerando así el desarrollo de sus países.
El caso Guatemala
Este efecto ha sido demostrado claramente por el estudio de nutrición más extenso del mundo, que comenzó en Guatemala en 1969. Una comunidad recibió constante a un suplemento de micronutrientes y proteínas llamado atole. Además, personal sanitario visitó a las madres durante el embarazo y les prestó servicios médicos gratuitos. Otra comunidad cercana tenía el mismo programa, excepto que el suplemento de micronutrientes que recibía no tenía proteínas.
El riesgo de retraso del crecimiento se redujo en más de la mitad para los niños que recibieron atole. Tuvieron una escolaridad más prolongada, aprendieron más, alcanzaron puntajes más altos en los exámenes cognitivos en la adultez y tuvieron más probabilidades de acceder a empleos mejor pagados y que exigieran más habilidades. Notablemente, los estudios de seguimiento de los adultos indicaron que los ingresos promedio de quienes habían evitado el retraso del crecimiento eran un 60 por ciento más altos.
Hoy en día, dar una buena nutrición a un niño en sus dos primeros años de vida cuesta cerca de 100 dólares. Esta inversión ayudará a que solo una minoría de los niños eviten el retraso del crecimiento: después de todo, la mayoría lo evitará, incluso sin la nutrición adicional. Pero, puesto que los niños que sí se benefician reciben una ayuda tan grande, es como si los ingresos de toda la vida de cada niño aumentaran, en promedio, el equivalente a un importe único de 4.500 dólares.
Por eso, los economistas dicen que cada dólar destinado a nutrición infantil creará beneficios para la sociedad equivalentes a 45 dólares, lo que lo convierte en una inversión extremadamente valiosa. Más aún, el estudio de Guatemala reveló otros beneficios que no se pueden valorar con facilidad: los niños que evitaron el retraso del crecimiento eran más felices y tuvieron matrimonios más estables, y las mujeres tenían menos embarazos y un menor riesgo de aborto espontáneo o de bebés muertos al nacer.
Un momento crucial
Los próximos 12 meses serán cruciales para mantener la atención sobre la nutrición y movilizar los recursos necesarios para que los objetivos globales se puedan alcanzar. El Marco de Inversiones para la Nutrición, del Banco Mundial, estima que se necesitarán 70.000 millones en diez años para lograr los objetivos clave de la Organización Mundial de la Salud sobre desnutrición para 2025. Pero no se ha avanzado lo suficiente para alcanzar los objetivos mundiales de nutrición acordados en los Objetivos de Desarrollo Sostenible de la ONU, en particular poner fin a las hambrunas y todas las formas de desnutrición para 2030.
Es esencial invertir más en nutrición para la infancia temprana, y esto debería ser una alta prioridad para los donantes y gobiernos destinatarios, las organizaciones multilaterales de desarrollo y las fundaciones filantrópicas. Están claros los argumentos para tal gasto y, casi con seguridad, los rendimientos serán enormes.
BJORN LOMBORG*
© Project Syndicate
Edimburgo
* Profesor en la Escuela de Negocios de Copenhague y Director del Centro del Consenso de Copenhague.
Un problema muy vivo
Según las organizaciones humanitarias Concern Worldwide (irlandesa) y Welthungerhilfe (alemana), hoy en 51 países hay una situación de hambre grave o alarmante, entre ellos: Chad, Yemen, Madagascar, Zambia, Sierra Leona y Somalia.
Naciones Unidas lanzó una alerta en julio sobre la situación de este último país, advirtiendo que 2,2 millones de somalíes (casi el 18 por ciento de la población del país) podrían ser víctimas de una hambruna a causa de la falta de lluvias en el llamado Cuerno de África.
En América Latina, las situaciones más graves se dan en Guatemala y Venezuela. En el país centroamericano, el 46,5 por ciento de los menores presentan cuadros de desnutrición infantil, sufriendo retrasos en el crecimiento y otros problemas. Mientras que en Venezuela, según la FAO, el número de personas que sufren hambre se multiplicó casi por cuatro, pasando del 6,2 por ciento entre 2012 y 2014 al 21,2 por ciento entre 2016 y 2018: unos 6,8 millones de venezolanos.