Mientras medio planeta busca reducir los índices de obesidad de su población, el otro medio lucha por no morirse de hambre. En pleno siglo XXI, cuando los avances tecnológicos han llegado a su máxima expresión, todavía se suceden los titulares que advierten sobre las crisis alimentarias.
Y es que las cifras son escandalosas. Otro documento que lanzó la FAO a comienzos de este año, el informe mundial sobre crisis alimentarias 2019 con cifras de 2018, dice que más de 820 millones de personas siguen padeciendo hambre en la actualidad, de los cuales 113 millones están concentrados en 53 países (vea gráfico) y que el número de víctimas de flagelo en el mundo ha estado aumentando durante tres años consecutivos, volvió a los niveles registrados en 2010-2011. Paralelamente, el porcentaje de personas hambrientas en la población total ha aumentado ligeramente, del 10,6 por ciento en 2015 al 10,8 por ciento en 2018. Esto a pesar de que en el mundo se produce suficiente comida para alimentarnos a todos. En la otra cara de la moneda, el número de obesos se incrementa: aproximadamente 40 millones de niños menores de 5 años tenían sobrepeso y los adultos con este padecimiento superan los 2.000 millones.
Según el documento, la subalimentación ha aumentado a nivel mundial, principalmente debido a los incrementos de África y, en menor medida, de América Latina. Sobre esta última, la organización también publicó un informe específico, y asegura que el hambre en 2018 llegó a afectar a 42,5 millones de personas, el 6,5 % de la población regional. Y que en los últimos cinco años (2014-2018), las tasas de subalimentación han aumentado, en gran parte como consecuencia de la situación en la región, donde el porcentaje de personas con hambre aumentó del 4,6 % en 2013 al 5,5 % en 2018. Y, en particular, se debe sobre todo al deterioro de la seguridad alimentaria en Venezuela.
Para ahondar en las conclusiones del informe mundial 2019, EL TIEMPO habló con Enrique Yeves, cabeza de la oficina de la FAO para España y Andorra y exjefe de comunicaciones del organismo, quien participó en la consecución del estudio.
Es paradójico que mientras los países occidentales luchan por acabar con la obesidad, la otra mitad del mundo lucha por no morirse de hambre…
Efectivamente, es realmente paradójico. El hambre es la peor manifestación de la malnutrición, pero ya no puede ser nuestra única preocupación porque, simultáneamente, asistimos a una imparable epidemia de obesidad y sobrepeso que está absolutamente fuera de control en todo el mundo. La proporción de la obesidad en adultos ha aumentado del 11,7 por ciento de la población en 2012 al 13,3 por ciento en 2016. Estamos hablando de 672.3 millones de personas. Si no tomamos medidas urgentes para parar este aumento, pronto podría haber más gente obesa que con hambre en el mundo. El crecimiento de la obesidad tiene un costo socioeconómico enorme y es un factor de riesgo para muchas enfermedades no transmisibles, como los infartos, la diabetes y ciertos tipos de cáncer. Se trata de un costo igual al del impacto del tabaco y los conflictos armados, combinados. La lucha contra el sobrepeso y la obesidad es quizá más compleja que la lucha contra la subalimentación. El hambre se da principalmente en áreas concretas, como aquellas azotadas por conflictos, sequías y pobreza extrema. Sin embargo, la obesidad está en todas partes, incluso allí donde hay hambre.
¿Cómo se explica eso?
El motivo principal es que las personas consumen cada vez más alimentos industriales altamente procesados, con pocos nutrientes y alto contenido en grasas saturadas, azúcar, sal y aditivos químicos. Por ejemplo, la obesidad está aumentando más rápido en África que en ninguna otra región del mundo, y allí encontramos ocho de los 20 países del mundo donde las tasas de obesidad crecen más rápidamente.
¿Cómo se soluciona esto?
Hay que abordar el asunto como un tema público, no como un problema individual. En dietas saludables deben ser fruto de un esfuerzo colectivo que incluya, por ejemplo, la creación de normas (como el etiquetado y la prohibición de algunos ingredientes dañinos), la introducción de la nutrición en los programas escolares, la adopción de métodos para reducir las pérdidas y desperdicios de alimentos, y el establecimiento de acuerdos comerciales que no impidan el a comida fresca, nutritiva y cultivada localmente por agricultores familiares. Otro dato más: cada año se desperdician 1.300 millones de toneladas de comida en el mundo, de acuerdo con la FAO. ¿Cómo se explica esto?
Eso le pregunto…
En los países más desarrollados, nuestra preferencia por la fruta brillante y “atractiva” hace que toneladas de frutas y verduras con defectos insignificantes acaben en la basura. Sin embargo, la comida desperdiciada por los consumidores, las tiendas y restaurantes es solo una cara del problema. En países de bajos ingresos se pierden cantidades enormes de alimentos en estadios anteriores de la cadena de valor alimentaria. Por ejemplo, las pérdidas de alimentos en granjas, durante el procesamiento, transporte, almacenamiento y en los mercados son un gran problema para la seguridad alimentaria en muchas partes de Europa y Asia central. En Europa, si combinamos el volumen total de comida desperdiciada o perdida a lo largo de la cadena alimentaria, estamos hablando de casi 300 kilogramos por persona y año. En conjunto, el desperdicio y las pérdidas de alimentos en todo el mundo se estiman en 1.300 millones de toneladas. Esa cifra supone un tercio de la producción anual mundial de alimentos. ¿Es esto aceptable en un mundo en el que más de 820 millones de personas viven con hambre, malnutrición e inseguridad alimentaria constante? Las pérdidas y desperdicio de alimentos suponen también un descabellado peaje para el medioambiente. Cuando se tiran o se pierden alimentos, también se tiran la energía, la tierra y el agua que se utilizaron para producirlos, además de los gases de efecto invernadero que se emiten al producir alimentos que no llegan a comerse.
Las personas consumen cada vez más alimentos industriales altamente procesados, con pocos nutrientes y alto contenido en grasas saturadas, azúcar, sal y aditivos químicos
Volviendo al informe, da la sensación de que acabar con la hambruna nunca ha sido un tema de primer orden para los gobiernos. ¿Lo es?
No, lamentablemente no lo es. Es hora de renovar nuestro compromiso y, aún más importante, necesitamos del apoyo político para lograr un mundo sostenible libre de hambre y de todas las formas de malnutrición. Debemos avanzar en los dos frentes simultáneamente: hambre y sobrepeso. Debemos tener en cuenta que el hambre y la malnutrición son problemas de naturaleza política. Las soluciones técnicas no bastan para acabar con las desigualdades que mantienen a una parte importante de la población mundial en situación de inseguridad alimentaria o sufriendo la malnutrición.
¿Tiene algo que ver en todo esto el cambio climático?
Sí, absolutamente. La variabilidad climática que afecta a los patrones de lluvia y las temporadas agrícolas y los fenómenos meteorológicos extremos como sequías e inundaciones están entre los principales factores detrás del aumento del hambre, junto con los conflictos y las crisis económicas. Los cambios en el clima afectan de forma directa la producción de algunos cultivos principales como el trigo, arroz y maíz en las regiones tropicales y templadas y, si no se desarrolla resiliencia climática, pensamos que la situación empeorará a medida que las temperaturas aumentan y se vuelven más extremas. Los nuevos análisis publicados por la FAO proyectan que para el año 2050 el cambio climático también habrá alterado la productividad de muchas de las pesquerías marinas y de agua dulce del planeta, afectando los medios de subsistencia de millones de las personas más pobres del mundo.
¿Qué tan grave ve la situación en A. Latina?
No se puede hablar de una mejora, sino de un retroceso. Según nuestro último informe, en América Latina y el Caribe aún hay 42,5 millones de personas que pasan hambre, lo que representa el 6,5 por ciento del total de la población. Un gran porcentaje de la población de la región aún no tiene a protección social, especialmente en el sector rural. Eso impide que los más vulnerables puedan romper las barreras de a una alimentación saludable y a medios de vida dignos. En los últimos años también hemos asistido a una reversión histórica en la lucha contra la pobreza rural: entre 2014 y 2016, la pobreza rural aumento desde el 46,7 por ciento al 48,6, mientras que la pobreza extrema rural lo hizo desde 20 por ciento al 22,5. Esto significa que dos millones de pobladores rurales cayeron en situación de pobreza. Considerando las estadísticas de población de la región al año 2017, se trata de 59 millones de pobres rurales y 27 millones de pobres extremos rurales. En la otra cara de la moneda, la epidemia de sobrepeso y obesidad, que es especialmente alarmante en América Latina y el Caribe: la tasa de sobrepeso pasó del 44 por ciento al 58, entre 1995 y 2015, mientras que la tasa de obesidad pasó de 14 por ciento al 24. Tenemos que garantizar a todos el derecho, no solo a la alimentación, sino a una alimentación saludable y adecuada.
¿A qué se debe el aumento del hambre en la región?
En gran medida por la situación económica de los últimos años en América del Sur: desaceleración económica, las crecientes tasas de desempleo y el deterioro de las redes de protección social en algunas economías importantes de la zona. Un dato: solo entre 2016 y 2017, esta subregión vio incrementar el hambre en 800.000 personas hasta llegar a 21,4 millones de personas. En Centroamérica y el Caribe, en cambio, los niveles de subalimentación continuaron disminuyendo, y ambas subregiones mantuvieron la tendencia positiva en la erradicación del hambre.
¿Cómo se puede revertir la situación?
Es fundamental hacer un gran esfuerzo regional en políticas de protección social para acabar con la pobreza rural y hacer frente al repunte del hambre toda la región. La promoción de la agricultura familiar es clave para lograrlo. También es necesario poner en marcha políticas orientadas a la transformación de los sistemas alimentarios de la región para que sean más justos, inclusivos y saludables.
Y en Colombia, ¿la firma de los acuerdos de paz puede ayudar a mejorar la seguridad alimentaria?
La última Encuesta Nacional de Situación Nutricional (Ensin) del país cuenta con resultados del año 2015 y la próxima está prevista para el año 2020, ahí lo sabremos.
JULIA ALEGRE BARRIENTOS
Redacción Domingo
EL TIEMPO