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Análisis

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Economía mundial, en estado de alerta por la llegada de Donald Trump a la Casa Blanca / Análisis de Ricardo Ávila

Las promesas de Trump en materia económica causan inquietud, pero el respaldo que le da la opinión estadounidense es muy elevado.

El expresdiente de Estados Unidos, Donald Trump durante su mitin.

Presidente de Estados Unidos, Donald Trump. Foto: AFP

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A primera vista, no habría de qué preocuparse porque todo sigue más o menos igual. Ese llamado a la calma fue reiterado el viernes de la semana pasada, cuando el Fondo Monetario Internacional (FMI) dio a conocer la actualización de sus proyecciones económicas para este año.
Según la entidad multilateral, el crecimiento global en 2025 será muy parecido al del calendario pasado y similar al del próximo. Es verdad que el cálculo que habla de una expansión del 3,3 por ciento en la producción del planeta entero se encuentra por debajo del promedio de las dos primeras décadas del presente siglo, pero aun así entra en la categoría de aceptable.
Aparte de la estabilidad en ese frente, las presiones inflacionarias siguen en descenso. Después de que en 2022 el ritmo de los precios alcanzó su punto más alto de las últimas cuatro décadas, las aguas han vuelto a tranquilizarse y ya no desvelan tanto a las autoridades.
Pero junto a ese parte relativamente positivo, no hay duda de que el nerviosismo está a la orden del día. Basta ver los altibajos recientes de las cotizaciones de las acciones en las principales bolsas de valores para darse cuenta de que los mercados oscilan entre el optimismo y la preocupación dependiendo de la noticia del día.
La causa de que así sea es, ante todo, una: el regreso de Donald Trump a la Casa Blanca. A lo largo de la campaña que lo llevaría de vuelta a la presidencia, el líder republicano hizo una serie de promesas que los especialistas consideran inquietantes, tanto por sus repercusiones económicas en Estados Unidos como en el resto del mundo.
Y no se trata de cambios menores, sino de una redefinición del orden imperante. Algo de eso se vio durante el primer período del magnate, pero ahora este parece decidido a redoblar la apuesta al adoptar un enfoque mucho más aislacionista, bajo el conocido lema de “América primero”.
Según el Dane, pese a la pandemia y restricciones, las ventas externas del primer trimestre subieron.


Foto:Ministerio de Transporte

Lo más irónico es que el cambio de rumbo tendrá lugar justo cuando la economía estadounidense se consolida como la más poderosa de todas. Tras el bache de la pandemia, su desempeño supera con creces -en más de una vez y media- el del promedio de las naciones más ricas. Frente a la Unión Europea, la diferencia es de cuatro a uno en lo que atañe a la producción adicional generada desde 2019.
Según Olivier Gourinchas del FMI, la perspectiva este año “es más fuerte que la proyectada previamente, por cuenta de la fortaleza continuada de la demanda doméstica”. Ahora la apuesta es que el llamado "Coloso del Norte" crecerá 2,7 por ciento en 2025, medio punto porcentual más que la previsión de octubre pasado.
Gracias a esa circunstancia, el desempleo se mantiene cerca de mínimos históricos. En materia de ingreso promedio anual por habitante, el de Estados Unidos es de unos 85.000 dólares, 60 por ciento más que el de Alemania, casi el doble que Francia, más de dos veces el de Japón y once veces por encima del de Colombia.
Aun así, la insatisfacción de los ciudadanos estadounidenses es grande. Una encuesta del Centro Pew muestra que apenas 19 por ciento tenía una buena apreciación de la realidad de la economía hace unos meses, una tercera parte que cinco años atrás.
Para Ben Harris y Aaron Sojourner de Brookings Institution, hay una mezcla de factores que explican el negativismo: las alzas de precios, la falta de vivienda asequible, el costo de la salud, la mayor desigualdad o los intereses más elevados. A eso se suman las preocupaciones sobre el futuro por cuenta de la llegada de la Inteligencia Artificial, más la avalancha de malas noticias en las redes sociales cuyo tono es que todo está peor.
Sea como sea, esa percepción acabó siendo fundamental para que Trump se llevara el triunfo de manera holgada en las elecciones de noviembre. Este supo, además, convencer a sus votantes de que la culpa de sus frustraciones o problemas le corresponde a un tercero. Bajo esa lógica, si los demás dejan de aprovecharse de Estados Unidos, la prosperidad será la norma.
El expresidente Donald Trump durante su juicio en la ciudad de Nueva York.

Presidente de Estados Unidos, Donald Trump.  Foto:AFP

Hay cuatro grupos de medidas planteadas que comienzan con el tema del comercio internacional, siguen con la migración y cierran con los impuestos y la eventual erosión de la autonomía del Banco de la Reserva Federal, que fija de manera independiente la política monetaria. Buena parte podrán adoptarse desde el poder ejecutivo, aunque unas cuantas tendrán que recibir la bendición del Congreso, en donde el Partido Republicano cuenta con mayorías en ambas cámaras.
De manera inmediata, la ofensiva comenzaría con un alza de los aranceles que pagan las importaciones que ingresan a la tierra del Tío Sam. Sobre el papel, se impondría un gravamen general del 10 por ciento a todas las compras externas y del 60 por ciento adicional a las provenientes de China. En caso de retaliaciones por parte de quienes están en el primer grupo, el castigo sería llevarlos al segundo. Aparte de lo anterior, también se ha hablado de un cobro unilateral del 25 por ciento para México y Canadá, socios de Estados Unidos en el Tratado de Libre Comercio de América del Norte.
Así se haga algo de manera parcial, el impacto sería enorme. Tan solo en noviembre pasado, el valor de las importaciones estadounidenses ascendió a 351.600 millones de dólares. Los principales afectados serían los exportadores mexicanos (16 por ciento de participación), seguidos por los chinos (15 por ciento), canadienses (14 por ciento), alemanes y japoneses (5 por ciento cada uno). En el caso colombiano, el dato de 2023 fue de unos 17.000 millones de dólares.
Con el fin de hacer más llevadero el salto, el apretón se daría de manera gradual, mes a mes. En concreto, las intenciones son impulsar un renacimiento industrial, generar recursos para compensar los menores impuestos que pagarían las personas y eliminar el déficit en el intercambio de bienes que solo en noviembre fue de 102.900 millones de dólares.
Sin embargo, nada será tan sencillo. Ante la amenaza, decenas de países han señalado que responderán con la misma moneda. Una mirada a la historia deja en claro que en las guerras comerciales todos los bandos en combate pierden, lo cual descarrilaría las proyecciones de crecimiento global.
Ese no sería el único coletazo. Subir el valor de los artículos importados traería un rebrote inflacionario. Un artículo escrito por Warwick McKibbin para el Peterson Institute sostiene que el aumento en los precios al consumidor sería notable y superaría el medio punto porcentual de manera permanente.
Dolares


Foto:iStock.

Si ese llega a ser el caso, las tasas de interés permanecerían arriba más tiempo y el dólar se fortalecería frente a las demás monedas. Esa circunstancia haría menos competitivos los productos estadounidenses en el resto del mundo, con lo cual no solo sería difícil cerrar el déficit comercial, sino que el resultado se resume en más carestía y menor crecimiento, es decir, lo opuesto de lo que quiere Trump.
Mención aparte merece el anuncio de tomar posesión de Groenlandia y del canal de Panamá. Aquí la intención es el control de un par de rutas clave para la navegación marítima. En el caso de la primera, el deshielo del casquete polar abrirá nuevas vías que acortarán el tránsito de mercancías y le darán más competitividad al que las domine. Respecto al segundo, la intención es bajar tarifas de tránsito y quitarle espacio a China en el istmo, lo cual suena difícil.
No menos preocupante es lo relacionado con la migración ilegal, que consiste en la expulsión masiva de personas en condición irregular. Según los estimativos, habría 11 millones de individuos dentro de esa categoría en territorio estadounidense, la gran mayoría proveniente de América Latina.
Muchos partidarios de la idea hablan de volver a la época de la “operación Espalda Mojada”, puesta en marcha durante la istración Eisenhower a mediados de los años cincuenta del siglo pasado. En aquel momento, cerca de 1,3 millones de hombres y mujeres fueron enviados al otro lado de la frontera sur, buena parte de ellos en barcos cargueros, sin el mínimo respeto a condiciones básicas como seguridad o sanidad.
Desprenderse a la fuerza de un volumen de gente que representa el 6 por ciento de la fuerza de trabajo actual en Estados Unidos traería incontables traumatismos. El más inmediato sería en el sector de la agricultura y la alimentación, seguido por el de la construcción. Un estimativo es que, de los 2,5 millones de empleados que hay en granjas de diverso tamaño, un millón no tiene sus papeles en regla.
Tales oficios no son muy apetecidos. Cuando en 2020 se abrieron 100.000 vacantes para trabajos estacionales como la recolección de cosechas, tan solo 337 personas nacidas en Estados Unidos se postularon.
Claro que ciertos oficios se pueden automatizar, pero si las redadas se convierten en la norma, lo más probable es que se creen cuellos de botella significativos en una sociedad en donde el desempleo no es elevado. De paso, el costo del personal tenderá a aumentar y parte del alza salarial acabará siendo asumida por el consumidor. Eso para no hablar de que las arcas federales y estatales dejarán de recaudar impuestos por cuenta de la desaparición de un segmento con un importante poder de compra.
A large container cargo ship travels over calm, blue ocea


Foto:iStock

Semejante escenario también resulta inquietante para los países latinoamericanos. Basta recordar que en 2023 las remesas enviadas a la región ascendieron a casi 160.000 millones de dólares, una suma cercana a la inversión extranjera directa. Menores ingresos de divisas llevarían a dificultades cambiarias, crecimiento más bajo y tensiones sociales en la medida en que los retornados busquen vivienda y empleo, al igual que servicios esenciales como educación o salud.
Acá, por lo tanto, tampoco habría ganadores en ningún hemisferio. Debido a ello, se escuchan más voces respecto a la inconveniencia de una política que ya no consiste simplemente en erigir un muro en la zona limítrofe con México, sino que estaría acompañada de incontables dramas individuales.
Tales advertencias merecen ser tomadas en serio, entre otras cosas porque Estados Unidos también tiene problemas con sus finanzas públicas, pues el déficit federal equivale al 6,4 por ciento del tamaño de su economía. Hacer sostenible la deuda en un escenario de bajo crecimiento e intereses altos se volvería más difícil, haciendo poco factible la meta de reducir los impuestos.
Aparte de lo anterior, las réplicas del terremoto trumpista se sentirían en el resto del planeta. Más polarización, más tensiones y más unilateralismo son algo que no se necesita en medio de la difícil coyuntura actual.
Por eso es que muchos creen que habrá algo de sensatez. Durante su comparecencia ante el Senado la semana pasada, el nuevo secretario del Tesoro, Scott Bessent, apoyó las propuestas de su jefe, pero aseguró que la buena salud de la economía será su objetivo central. Falta ver si este otro integrante del club de los billonarios que formará parte del gabinete presidencial resulta ser un elemento de moderación como algunos anhelan.
En el entretanto, Donald Trump tendrá una especie de cheque en blanco al arranque. Una encuesta dada a conocer por The New York Times muestra que el respaldo a sus promesas es muy amplio, incluso entre los pertenecientes al Partido Demócrata.
Tanto apoyo aumenta el riesgo de cometer errores y hace que la incertidumbre sea mayor. Subir la guardia y no dar pasos en falso es lo que procede ahora para países como Colombia, que no necesitan entrar en controversias innecesarias con Washington, y menos ahora.
RICARDO ÁVILA PINTO
Especial para EL TIEMPO
En X: @ravilapinto

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