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Entrevista
Así es como el colombiano Valeriano Lanchas llegó a 30 años de carrera en la ópera: 'Si uno está pendiente de ser aceptado, no avanza'
El 18 de agosto de 1994, el bogotano debutó en los escenarios. Su carrera, que tuvo el impulso de grandes del género, como Luciano Pavarotti y Plácido Domingo, se ha basado en su trabajo y talento.
Lanchas va a celebrar estas tres décadas con un nuevo disco en el que grabó sus arias fundamentales. Foto: Andrea Moreno. EL TIEMPO
—¿Quieres tener una carrera de dos años o de cuarenta? —le preguntó Luciano Pavarotti.
Valeriano Lanchas, con 19 años recién cumplidos, acababa de compartir escenario con el legendario tenor italiano en una puesta en escena de Tosca, en Filadelfia. Era su debut internacional, después de estrenarse con la Ópera de Colombia. Lanchas había ganado el concurso de jóvenes talentos que Pavarotti realizaba con artistas de todo el mundo y uno de los privilegios de ser el vencedor era cantar a su lado. Hizo un papel pequeño, sí, pero eso era lo de menos: había formado parte de la obra. Las puertas se le abrieron de inmediato. Le llovieron ofertas.
Fue entonces cuando Pavarotti le dio el que, para Lanchas, ha sido el mejor consejo de su vida: si lo que quería era una carrera profesional larga y estable, y no un remolino que durara un suspiro, primero debía formarse y entrenar su voz. Le recomendó ir al Curtis Institute of Music de Filadelfia. El joven talento le hizo caso al maestro. Se concentró en su educación y, en efecto, consolidó una carrera en la ópera que precisamente hoy cumple treinta años.
—En mi primera función, el 18 de agosto del 94, sentí como si me estuviera subiendo a una nave espacial a punto de despegar. ¡Era pararse y cantar una ópera por primera vez en la vida! —dice Valeriano—.
Fue en el Teatro Colón. Interpretó a Fiorello en El barbero de Sevilla. Valeriano recuerda cada paso de su carrera con lujo de detalles. Pueden preguntarle por un día cualquiera y él va a traer al presente lo que estaba haciendo. ¿El 31 de julio del 94, por ejemplo? “Estaba ensayando el final del primer acto de El barbero...”, responde sin pausa. Esa memoria le ha servido para mantenerse con los pies en la tierra. “Me permite ver de dónde salí, dónde estoy, hacia dónde quiero ir y qué debo hacer para lograrlo”. Es dueño de un privilegio de pocos: ha logrado conectar sus sueños de niño con su realidad de adulto. Valeriano tenía seis años cuando empezó a ir a la ópera de la mano de su madre. Desde entonces quiso ser uno de esos cantantes que veía en escena.
Hoy puede decir que ha actuado en el que es considerado uno de los templos de la música lírica, el Metropolitan Opera House de Nueva York, o que ha sido solista invitado de la prestigiosa Filarmónica de Los Ángeles, para citar solo dos ejemplos. Su nombre es reconocido entre los grandes directores, ha grabado con sellos de calidad y compartido escenario con gigantes del género. No solo con Luciano Pavarotti, sino con Plácido Domingo. En 2001, Lanchas ganó la competencia de canto Operalia, fundada por el tenor español, y desde ese momento se convirtió en su pupilo. Con el paso de los años Domingo se ha vuelto una presencia importante en la carrera de Lanchas. “Ha sido como un padre conmigo”, dice. Sin embargo, más allá de tantos premios y tantos éxitos, el espíritu del niño que sueña sigue vivo.
—Te cuento esto: mi bajo preferido es el italiano Ruggero Raimondi, que ya está retirado. Él ha sido mi ídolo desde chiquito. Tenía todos sus discos, sus catálogos. Hace poco, cuando yo estaba en Madrid actuando en Los maestros cantores de Núremberg, llegué al teatro y vi a Raimondi recogiendo sus boletas. ¡Casi me desmayo! Mi ídolo iba a ver la ópera. Lo saludé y le dije: maestro, yo canto hoy. Él me contestó: forza, forza. Me dio una ilusión inmensa. Se lo estaba diciendo al niño que tenía sus discos.
El trabajo diario le ha permitido a Valeriano Lanchas mantener su calidad vocal. Foto:Andrea Moreno. EL TIEMPO
Trabajar una vocal por mes
Valeriano Lanchas ha sabido mezclar ese entusiasmo genuino con un trabajo riguroso y constante. Ha puesto el sueño de la música por encima de todo. Bogotano, nacido en 1976, pasó de un colegio a otro (al final se graduó por ventanilla en un ‘validadero’ de la Caracas) porque sus miras no estaban dirigidas al mismo foco que el de sus profesores. “Me fijaba mis metas y las cumplía. No las del colegio, ni las de otros. Las mías”. Sus primeros pasos los dio en la Ópera de Colombia, donde Gloria Zea le abrió las puertas al notar que estaba ante un diamante en bruto.
Lanchas ha tenido varios profesores a lo largo de su carrera. Pero su gran maestro, que significó un antes y un después, lo encontró durante su tiempo en el Curtis Institute, el lugar que Pavarotti le indicó. Cada semana, viajaba de Filadelfia a Nueva York para ir al estudio de Armen Boyagian, un experto en bajos —rango vocal del bogotano— que había entrenado a cantantes míticos como Samuel Ramey o Paul Plishka.
—¿Usted tiene paciencia? —le dijo Boyagian en la primera clase.
—Toda —le respondió Lanchas.
La pregunta venía al caso porque Boyagian le anunció que empezarían a entrenar una vocal por mes. A, e, i, o, u. Una por una, de arriba abajo. “Trabajábamos cada letra en la voz media, en la aguda, en la grave. Porque todas son diferentes”, dice Valeriano, que asumió los métodos de Boyagian con entereza. Fueron cinco meses dedicados a las vocales, después llegaron las consonantes. Dos años de preparación que sembraron los cimientos de su voz.
“Los registros son como tallas de zapato —dice Lanchas—. Yo nunca voy a poder ser tenor”. Sin embargo, si bien empezó como bajo, el trabajo diario le ha permitido ampliar su rango al de bajo barítono. “Yo tenía un problema: como bajo, se me quebraban las notas altas. Me salían unos gallos tremendos. Tuve que aprender con mi maestro a lidiar con eso y evitarlo. Pero esa flaqueza la convertí en fortaleza. Me di cuenta de que, con técnica, podía subir, subir, subir, y empecé a cantar algunos papeles de barítono”. Así amplió su repertorio y ha logrado hacer personajes que pensaba que no eran para él. “Claro que había soñado con interpretar a Scarpia en Tosca, por ejemplo. Pero algo en mi cabeza me decía: no, es imposible. Pues mira: ahí me he parado y lo he hecho”.
Ese carácter, tan enfocado en sus metas, es un ingrediente que recibió en casa. Su padre, Felipe Lanchas, aprendió más de catorce idiomas. Por gusto. De repente aparecía el reto: leer un periódico en húngaro, y manos a la obra hasta conseguirlo. Su madre, Marta Nalus, filósofa, ha trabajado mucho la educación basada en autoevaluarse. “Esas herramientas de familia han sido muy importantes para mí. Todavía hoy, cada vez que voy a aprender un papel, hago listas, hago mapas, estudio en detalle qué debo tener para lograr mi objetivo”.
Cuando se le acerca un cantante joven a pedirle un consejo profesional, Lanchas siempre le dice lo mismo: obsérvese. Esté atento, cada día, a cómo reacciona su voz. Es lo que ha hecho durante toda su vida. Por ejemplo, si él se toma un jugo de naranja, no va a poder cantar durante los dos días siguientes. Es posible que ese mismo jugo no le siente mal a otro cantante, pero a él le cae mal para sus cuerdas vocales. Lo sabe porque se observa. Lo mismo la altitud. Acaba de terminar una gira por varias ciudades de Colombia y conocía con anticipación la altura de cada lugar. Porque eso también le afecta. Hay cosas que ya no puede hacer de la misma forma como las hacía que antes. “A los 18 años yo calentaba un poquito la voz y ya. A esa edad el cuerpo va por ti y ni te enteras. Ahora, con 48, tengo que calentar la voz desde por la mañana, ser más cuidadoso. Porque el cuerpo cambia. La técnica vocal es lo que te mantiene”.
La ventaja es que estas tres décadas de experiencia le permiten saber cómo funcionan las cosas. Hay más control, más dominio. Sin embargo, esos nervios, ese miedo que le da antes de salir a escena, no han desaparecido. “Llegar a una nueva producción de ópera sigue teniendo la misma sensación de primer día, como cuando uno estrena colegio. Esa excitación no se me acaba nunca. Menos mal, porque las cosas empiezan a flaquear cuando ya todo te da lo mismo”. Lanchas se prepara igual, así vaya a presentarse en el Metropolitan Opera House o en la plaza de un pueblo perdido en el mapa. Lo hace por respeto a él mismo, a su arte. Y por respeto a las personas que van a verlo. “Menospreciar al público es tan peligroso y tan indigno como perder el miedo. La ética es sagrada. Si no, cómo puedes mirarte al espejo al día siguiente”.
—¿Alguna vez se le ha olvidado la letra en plena escena?
—¡Claro! Lo importante es lo que haces cuando eso pasa. En escena tienes que improvisar y no mostrar que te equivocaste. Seguir, con cara de póker. Hay una frase que siempre me ha gustado, no sólo para la música sino para la vida. La decía James Levine, un gran director de orquesta: la perfección solo es imprescindible en las funciones mediocres. Hace poco, en la ópera de Wagner que hicimos en Madrid, teníamos ciento veinte músicos en el foso de la orquesta, un coro de cien personas y diecisiete solistas. Cualquier cosa podía pasar para que la función no fuera perfecta. Si no hay magia, si no hay duende, entonces sí se necesita la perfección.
El jueves se inaugura una exposición con su obra en el Museo Casa Lleras. El afiche de la muestra fue diseñada por él. Foto:Archivo particular
Dibujos y crochet
Valeriano Lanchas tiene duende. Y no solo en la música: también en lo que pinta. Dibuja desde niño, sin parar. Va a todas partes con sus acuarelas, sus Rotring de punta fina, los papeles que compra en tiendas especializadas de Barcelona o Nueva York. Pinta en todas partes (menos en los aviones: de pasajero no hace nada que llame la atención porque de pronto le hablan y a él le aburre entablar conversación con extraños) y guarda sus dibujos en carpetas, en partituras. Su debut como pintor fue hace cuatro años, cuando una amiga lo convenció de exponer.
Ahora, como parte de la celebración de sus treinta años de carrera (que también incluye el lanzamiento de un disco con sus arias preferidas), va a inaugurar una muestra de dibujos en el Museo Casa Lleras de Bogotá. “Siempre he tenido fe en lo que pinto, como en lo que canto. No le temo a lo que digan los críticos. Como cantante, he recibido críticas buenas, malas, regulares. Si uno está pendiente de ser aceptado, no avanza”.
En la primera exposición, un hombre se le acercó y le preguntó, con cierta aspereza:
—Cantante y ahora pintor. ¿Qué más va a hacer?
—Ballet —le respondió Lanchas.
El hombre se retiró sin decir una palabra.
Y en realidad sí hay otra cosa que hace: teje. Aunque eso sí lo reserva para su mundo íntimo. Su abuela le enseñó crochet. “Como soy zurdo, tejo al revés. Es una terapia deliciosa”. Después de un día largo de ensayos, saca sus hilos y sus agujas y teje su pieza única: una manta. Como tiene paciencia, puede estar dándole durante un año entero. Cuando la termina se la regala a su mamá, a una tía, a una amiga, y comienza de nuevo. “Es como un mantra para mí, una repetición”
Esa técnica también la aplica a la hora de estudiar sus obras. Valeriano se inventó “un juguete” —lo bautizó ‘estudiómetro’— que consiste en un hilo con pepas pequeñas, de las que venden en las tiendas de manualidades. Cuando estudia sus nuevas letras, va pasando una a una mientras logra la memorización. “Me lo fabriqué a mi necesidad. Yo sé cuántas veces tengo que repetir una frase musical para interiorizarla”.
Es metódico. Lleva un diario desde hace más de treinta años y en su celular tiene una bitácora que resume su trayectoria: audiciones, actuaciones, sesiones de grabación, fechas, reparto, directores, programas de mano, notas de prensa. Todo. Desde 1988 hasta 2026 (porque ya hay agenda confirmada en varios teatros) en un archivo que hasta el momento suma 250 páginas. “Estoy obsesionado con la memoria. No veo razón de vivir si no lo voy a recordar”, dice. En estos días Valeriano Lanchas está recordando mucho. Es otra forma de celebrar. Sabe que tres décadas en el mundo de la ópera significan una vida larga. Lo agradece, pero no se detiene: “Tengo planes de cantar mucho más. Quiero unos bellísimos nuevos treinta años”.