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Reseña
'Hay escritores que nunca quieren volver a leer un libro anterior. Creo que un libro está vivo mientras el autor lo esté' confiesa la escritora Fernanda Trías
La escritora uruguaya Fernanda Trías presenta la reedición de su libro, una colección de cuentos a partir de objetos y vivencias con las que se identifican los lectores.
Fernanda Trías gano en 2021 el Premio Sor Juana Ines de la Cruz por su obra 'Mugre rosa' publicada en 2020. Foto: Fernanda Montoro
“Hay escritores que nunca quieren volver a leer un libro anterior, mucho menos tocarlo, pero mi concepción es distinta. Creo que un libro está vivo mientras el autor lo esté”. Con estas palabras, Fernanda Trías, escritora uruguaya explica por qué decidió reeditar su libro ‘No soñarás flores’, presentado en 2016.
Trías, una de las autoras más relevantes de los últimos tiempos, se caracteriza por lograr un eco perdurable en el lector, a través de una literatura que dista de ser plana y común.
Además de ser docente de creación literaria, es narradora y traductora con un magíster en escritura creativa de la Universidad de Nueva York. Es autora de los libros La azotea (2001), Cuaderno para un solo ojo (2002), La ciudad invisible (2014), No soñarás flores (2016) y Mugre rosa (2020). Este último fue elegido por el New York Times en español como uno de los mejores libros del año y le otorgó el prestigioso Premio Sor Juana Inés de la Cruz de la FIL de Guadalajara, en 2021.
Libro que salio a la luz, por primera vez, en el 2016. Ahora reeditada por Penguin Random House. Foto:Penguin Random House.
‘No soñarás flores’, publicado inicialmente por la editorial independiente Laguna Libros, cuenta ahora con una reedición bajo el sello de Penguin Random House Editorial. Estos ocho relatos hablan de vínculos indisolubles que, aunque dejan heridas profundas y cicatrices indelebles, son necesarios para que, por esas grietas, entre la luz, propiciando un nuevo despertar.
A través de objetos aparentemente banales, Trías teje historias que llevan a los protagonistas por diferentes caminos, con algo en común: un quiebre entre el pasado y el presente, o tal vez la necesidad de matar el pasado para sobrevivir en el presente. Una, cuenta sobre una mujer que afila sus sentidos al enterarse de la muerte de su padre, así que por un día se dedica a oler sus camisas y objetos en el armario; en otro cuento, Anna pela una naranja y allí ve cómo se deshace su relación de pareja por una infidelidad; por otro lado, Teresa anhela regalarle a su hija una muñeca de papel que compró en una mercería de barrio, con la ilusión de crear un lazo que se rompió al abandonarla.
"Los objetos me parecen importantes para catalizar recuerdos y convertirse en símbolos de nuestra historia", comentó la escritora uruguaya en una charla con EL TIEMPO.
Hablemos del título del libro 'No soñarás flores'. ¿Qué evoca en usted?, ¿qué significado tiene?
El título nace de un verso de la poeta uruguaya, premio Cervantes, Ida Vitale. El verso dice no soñar flores, y cuando lo leí pensé en la desesperanza que transmitía esa prohibición, por lo que se me ocurrió radicalizar la prohibición y convertirla en un mandamiento más, el 11º mandamiento: 'No soñarás flores', es decir, no te permitirás siquiera eso. Es muy desesperanzador, bastante oscuro como título, pero al mismo tiempo me gusta la contradicción que genera esa prohibición con la palabra “flores”, que nos remite a algo hermoso y que además tiene una hermosa sonoridad.
A veces me ha pasado que un lector se me acerca y me dice que sintió lo mismo. Ese momento de conexión me demuestra que mi vida como escritora tiene sentido.
En estos cuentos hay muchos personajes que se encuentran en ese punto de la vida donde llegan a la madurez y sienten que todas las decisiones que tomaron en el pasado comienzan a pesar sobre sus hombros y que deberán hacerse cargo de las consecuencias de sus propias decisiones o bien dejarse vencer, dejarse quebrar por ese peso. Pero si bien los personajes se encuentran en ese punto de quiebre, también hay una gran pulsión de vida, y ahí nuevamente se encuentra el contraste que me interesa. No son historias tristes sino historias con una fuerza interior.
Por ese motivo también quise terminar el libro con el cuento sobre un sepulturero, el cual está basado en un caso real, porque yo conocí a ese sepulturero, y me parece muy interesante el lugar donde él se sitúa para contarnos su vida: el cementerio es ese lugar liminal, una especie de limbo entre el mundo de los vivos y el mundo de los muertos. Y un relato de un sepulturero, que parecería estar cargado de muerte, paradójicamente está lleno de vida, de amor a la vida, de amor a los vivos y también de amor a los muertos.
La primera edición de su libro salió en 2016. Usted ha mencionado varias veces que no pudo realizar ajustes importantes en los cuentos. ¿Podría mencionar cuáles fueron y por qué eran tan importantes?
Hay escritores que nunca quieren volver a leer un libro anterior, mucho menos tocarlo, pero mi concepción es distinta. Creo que un libro está vivo mientras el autor lo esté, y que puede seguir mejorando. En el caso de estos cuentos, que escribí a lo largo de varios años a partir de experiencias personales y de mis múltiples vidas -porque todos transcurren en distintas ciudades donde viví: Buenos Aires, Berlín, Nueva York, un pequeño pueblo de Francia y mi ciudad natal, Montevideo-, también sentí que merecían una corrección y aproveché la excusa de la nueva edición de Random House para hacerlo.
La mayor parte del trabajo consistió en quitar —porque escribir es mucho más borrar de lo que la gente piensa—. El borrador es el mejor aliado de un escritor. Al eliminar todo aquello que no se necesita, el efecto final es de mucha más que tensión; los cuentos se compactan, se sienten más pulidos y, en definitiva, más intensos. Hacer este trabajo de corrección me tomó aproximadamente un mes. Fue bastante fuerte releerlos, porque varios de ellos se basan en experiencias personales, a veces dolorosas, por supuesto transmutadas por la ficción. No es autoficción, pero sí varios nacieron de experiencias vividas por mí.
En esta edición también participé activamente en la selección de la portada, que es la imagen de una fotógrafa uruguaya. Creo que dice mucho sobre el espíritu de estos cuentos y le aporta una luz que contrasta con esa desesperanza del título.
En el primer cuento, la protagonista reflexiona sobre su relación con su padre, un tema recurrente en la obra de Fernanda Trías. ¿Podría detallar las similitudes entre la protagonista y usted? ¿Cree que escribir sobre esto le ha ayudado a reconciliarse con su figura paterna?
Lo que tiene que ver con mi experiencia es que yo comencé a escribir este cuento justo después de morir mi padre, a partir de un detalle que me impactó y que tiene que ver con el olor de la persona querida que muere. Recuerdo que en aquel momento pensé: "El olor es lo primero que se pierde", porque yo estaba desarmando la casa de mi padre y, por supuesto, allí estaban sus olores, su ropa, sus cobijas.
Si bien los recuerdos de su voz y de su imagen iban a permanecer en mí, el olor era algo imposible de retener. A partir de ese sentido surgió la idea inicial del cuento, sobre un grupo de dolientes que no pueden digerir ni aceptar la muerte de sus seres queridos y que quedan aferrados a ellos de manera patológica. Entonces se juntan para mantener viva esa memoria, lo que desencadena un trágico final.
Esa es la manera en que yo escribo: siempre hay un germen autobiográfico, pero tan mínimo como ese. Luego nada tiene que ver, ni los personajes, ni la anécdota en sí, pero sí la emoción central: el dolor de la pérdida, el deseo (imposible) de retener esa figura en el mundo concreto, negar la muerte, intentar transmutarla. Sin duda se trata de un proceso catártico. Yo no soy esa mujer, pero al escribirlo fui esa mujer, aunque sea por un momento.
Creo que la escritura, a lo largo de mi vida, siempre ha sido un proceso de reconciliación, tanto con la figura paterna como con otras figuras, pero sobre todo y siempre, es una reconciliación con una misma.
Autora de las novelas Cuaderno para un solo ojo, La azotea, La ciudad invensible y Mugre Rosa. Foto:Fernanda Montoro.
¿Qué motivaciones la han impulsado a dedicar su vida a la escritura? ¿A qué tipo de lectores se dirige su obra?
Cuando empecé a leer, siendo adolescente, me emocionaba mucho al conectar íntimamente con un libro y sentir que ese personaje o ese autor podía "entenderme". Me hacía sentir menos sola. Creo que por eso empecé a escribir: tal vez alguien, en un futuro lejano, pudiera sentirse comprendido, pudiera sentirse menos solo.
Recuerdo que cuando un autor o autora específico me fascinaba, tenía la certeza de que ese autor y yo éramos amigos, que teníamos una conexión incluso más allá de la muerte. ¿Hay algo más hermoso que eso? Sentir que podés ser amiga de alguien a quien nunca conociste, que ni siquiera está vivo, pero que —te parece— puede entender tu alma mejor que la persona que tienes al lado.
A veces me ha pasado que un lector se me acerca y me dice que sintió lo mismo. Ese momento de conexión me demuestra que mi vida como escritora tiene sentido.
En anteriores entrevistas usted ha expresado que "todos los seres humanos están llenos de misterios". ¿Qué la impulsa a explorar estos enigmas en las personas que encuentra en su camino?
A mí me fascina la literatura de personaje, porque una personalidad resume un misterio inagotable. Muchas cosas que escribo se preguntan sobre ese misterio: si es posible conocer al otro, cuando no podemos decir que nos conocemos plenamente a nosotros mismos.
En la vida solemos simplificar constantemente a las personas queridas y estamos convencidos de conocerlas. Luego nos llevamos extrañas sorpresas. Pero tal vez, como Walt Whitman, somos muchas personas, contenemos multitudes, y la única constante es la contradicción.
Mi padre, el que conocí, siempre fue solitario y reservado; casi no veía a nadie, se encerraba a leer y a estar en su mundo. Sin embargo, mi madre me contaba que antes había sido una persona muy sociable, que le encantaba ir a fiestas, que incluso formaba parte de un coro, tocaba la guitarra y cantaba.
¿Cuándo y por qué ocurrió esa transformación? Parece que me hablaran de otra persona. Entonces, a mí me fascina esa idea de que las personas más cercanas pueden ser desconocidas en muchos aspectos. Y creo que ahí, en la literatura de personaje, hay un material inagotable. Por eso me gustan tanto los cuentos de John Cheever, Alice Munro o Deborah Eisenberg, entre otros. La tradición norteamericana es especialmente rica en cuentos de conflictos de personaje.
El cuento 'Último verano', por ejemplo, es la historia de dos amigas que se conocen desde la infancia y que han tenido muchos conflictos: amistad, sí, pero también dependencia, envidia, rivalidad, deseo, rabia. Estas amigas deciden hacer un viaje de fin de semana a un pequeño pueblo en Francia y allí ocurre algo que quiebra esa amistad para siempre. Son esos conflictos humanos los que a mí me intrigan y por eso mismo me gusta explorarlos en mi escritura.
Foto:Fernanda Montoro.
Cuéntenos cómo la escritura de este libro la transformó a nivel personal.
Como escritora, he vuelto varias veces sobre los mismos temas, pero desde diferentes ángulos, siempre con la impresión de que esta vez sí lo agotaría. Diez años después, tal vez me encontraba volviendo al mismo tema desde otro lugar. En buena medida, toda escritura es una reescritura. Y, en buena medida, toda escritura es una forma de exorcismo. Pero: ¿funciona el exorcismo? A veces.
Escribir no es tanto encontrar respuestas como plantear preguntas, pero durante la escritura hay una parte emocional o espiritual que ensaya distintas posibilidades, y aunque no llegue a nada definitivo, el simple hecho de explorarlo genera unos movimientos internos misteriosos. No creo que podamos decir de una manera simple que escribir es terapéutico, pero a veces ocurre una especie de “psicomagia”.
El cuento "La medida de mi amor" habla sobre una relación de pareja violenta. El momento en el que la protagonista se encuentra es ese punto de quiebre en que parece que algo va a cambiar; si acaso, esta vez logre separarse de ese hombre violento, pero para hacerlo siente que necesita despojarse de todo, entonces empieza a regalar todo lo que tiene.
Es un acto simbólico de despojamiento, limpiar los escombros para permitir una posible reconstrucción. En la escena final, la protagonista está sola en un patio y comienza a llover ceniza. El ave fénix renace de las cenizas, ¿no?, y ella abre los brazos, como si fueran alas, dejando que la ceniza le caiga encima. Para mí, esta imagen resume lo que es la escritura: despojarse y reconstruirse.