Habrá escuchado –y probablemente comulgue con ella– la famosa frase que reza: “el mejor vino blanco es un tinto”.
Durante muchos años, los vinos distintos al tinto han sido considerados –erróneamente, salvo el champagne– como una división inferior del vino. Como algo más bien para pasar el rato en un día de calor o algo obligado en el caso de unos mariscos o un pescado sin salsas demasiado preponderantes, y poco más. Pero jamás como algo para coleccionar, mostrar o abrir en ocasiones especiales. Grandes etiquetas de blancos hay, desde luego, pero aceptarán que son una minoría en el mundo del ‘mira lo que me conseguí’.
Pero los tiempos cambian, y con ellos los gustos, como acaba de confirmar un reciente informe de la OIV, la Organización Internacional del Vino, con sede en Dijon (Francia).
“La oferta y la demanda mundiales de vino tinto –reporta la OIV– han disminuido considerablemente en los últimos veinte años. En 2021, la producción cayó un 25 por ciento respecto del máximo alcanzado en 2004. Y hoy representa el 43 por ciento de la producción total de vino”.
La misma, y muy respetada fuente, añade que la tasa de crecimiento de los vinos tintos durante el período 2000-2021 fue negativa en todos los grandes países europeos productores. Y subraya –respiren profundo– que en Francia “la producción de vino tinto es hoy un 50 por ciento menor que a principios de siglo”.
Si bien la producción del Nuevo Mundo compensa en algo las cifras macro, el hecho, dice la OIV, es que a lo largo de los últimos veinte años la demanda de vino tinto ha descendido en los grandes mercados europeos, sobre todo en Alemania, Francia, Italia y España. “En todos ellos, la tasa de crecimiento del consumo de vino tinto es negativa desde el año 2000”.
La oferta y la demanda de vino blanco vienen al alza desde el año 2000. La producción de vino blanco, que en 2021 aumentó un 13 por ciento respecto al mínimo alcanzado en 2002, es superior a la producción de vino tinto desde el 2013. A principios de siglo, el vino blanco representaba de media el 46 por ciento del total mundial –espumosos incluidos–, mientras que en los últimos años esta proporción ha aumentado hasta el 49 por ciento.
El crecimiento de la demanda de vino blanco se debe principalmente a la evolución de tres importantes mercados para el vino espumoso: Estados Unidos, Alemania y Reino Unido, apunta la OIV. Aunque sería injusto no remarcar la revolución de los blancos que se está viviendo en España, con variedades como la godello. Cosa que tiene gracia, si se recuerda cómo se subvaloraba allí cualquier cosa que no fuera un tinto.
Aunque en menor proporción, el otro ‘rival’ del vino tinto es el rosado. La OIV señala que su producción mundial aumentó un 25 por ciento entre el 2001 y el 2021. Y no se puede negar que Francia y sus vinos provenzales han jugado un papel fundamental en el reposicionamiento de esta categoría.
¿Qué está ocurriendo? La gente quiere vinos más frescos y livianos, acordes con cosas tan sencillas como comer ligero, volver al trabajo e ir por la tarde al gimnasio. Y los tintos, especialmente los que piden un chuletón y una siesta, chocan cada vez más con eso. Cambia, todo cambia, decía alguien por ahí. ¡Salud por eso!
VÍCTOR MANUEL VARGAS SILVA
Editor Jefe de la Edición
Domingo de EL TIEMPO
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