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Noticia
Los dementes de la chicha y del aguardiente
No solo se bebe, se celebra y se goza en estos restaurantes del Siete de Agosto… también se come lo de la tierrita, y se come muy bien.
Las flores de calabacín del restaurante Demente. Foto: Demente restaurantes
Como un gobelino que se exhibe con orgullo. Así, tal cual, pende del techo de este galpón que alguna vez fue taller una de esas populares cobijas cuatro tigres. Así se llaman. Dicen que las originales las traen de Ecuador, pero lo cierto es que se hicieron tan famosas para combatir el frío bogotano. Son gruesas y peludas, y, en lugar de dibujar rombos o flores de lis, llevan estampado un tigre en cada esquina. De ahí el nombre.
¿Y a qué viene este cuento? A que esa es, precisamente, una de las primeras imágenes que encuentran los ojos del visitante cuando cruza la puerta de la Aguardientería Demente, un restaurante que parece diseñado única y exclusivamente para el gozo, y es una suerte de hijo de ese otro comedero popular, enorme y divertido llamado Chichería Demente.
Ambos populares, ambos con música para calentar el ánimo, ambos en los alrededores del Siete de Agosto, ambos con cartas que rinden homenaje a diversas tradiciones culinarias de este país en el que se come tan bien, tan abundante, tan variado…
No apto para veganos
En la Chichería, que exhibe las carnes antes de que conozcan el fuego, he probado maravillas del mundo animal, como la paletilla de cordero que obliga a dar las gracias por no haberse vuelto vegano o el chuletón madurado que sale con mantequilla de ajo negro, y del cual advierten que se tomará cuarenta minutos en llegar a la mesa.
¿Y mientras tanto? Mientras tanto se puede hablar del país, y ojalá no excederse en los temas políticos, porque allí la idea es pasarla bien. Mientras tanto, bien vale la pena probar las carimañolas de cordero y de queso o las flores de calabacín, apanadas y rellenas de queso de naranja.
En la Aguardientería, las mesas ocupan la antesala de un típico mostrador de tienda en donde caben bolsas de detergente, radios de pilas, rollos de papel higiénico, figuras de José Gregorio Hernández y, por supuesto, el tradicional cuadro de la última cena en metal sobre fondo negro.
Para llegar a este espacio, que se abre ante los ojos y los antojos como una caja mágica, primero hay que recorrer un pasillo en el que unos cuantos carteles de inspiración popular advierten y ponen de presente algunos de los principios de la casa: “No ofrecemos entradas ni platos fuertes, todo es para compartir”, “Aquí se come y se toma lo nuestro”, “La abuela hacía arepas, no tortillas”.
Sí, como una tienda enorme: así es la Aguardientería Demente. Y en ella se arman mesas largas de amigos que se han citado para celebrar un cumpleaños, para celebrar el día del amor y la amistad, para celebrar un ascenso, un diploma, una insignia, una llamada…
Las joyas del maíz
Y en esta aguardientería se toma guaro, claro está –de combate y de alcurnia– pero también se bebe ron y viche, mezcal y ginebra, y se bebe “Mijito”, que es el mojito con aguardiente, y se bebe “Clavel”, que es el margarita con guaro, y se bebe pola del barril, y se beben refajos tradicionales y refajos engallados.
Y también se come en esta aguardientería… ¡y se come muy bien! El caldo levantamuertos es el más reparador que me he tomado en mucho tiempo. El chicharrón es adictivo, y más adictivo con esas salsas picantes de la casa tan bien logradas. La sobrebarriga gratinada tiene todo el sabor de las abuelas santafereñas. Y también se come sancocho trifásico y bandeja del arriero y puchero bogotano…
Ambos restaurantes están en los alrededores del Siete de Agosto, con cartas que rinden homenaje a diversas tradiciones culinarias de este país. Foto:Demente restaurantes
Pero quizás las joyas de la corona son aquellas que preparan con los muchos tipos de maíz que traen de San Andrés de Sotavento, cultivados a la manera de los antepasados. Maíz negro, maíz amarillo, maíz morado, maíz rojo, maíz ojo de gallo…
Con estos maíces preparan arepas y empanadas como no las hay en otro sitio de Bogotá. Empanadas como la de maíz negro rellenas de morcilla o las que llevan plátano y chicharrón: ¡de campeonato!
Y arepas, por supuesto, porque este es un país de arepas tan diversas como su geografía, tan pintorescas como su gente: arepas quesudas, arepas templadas de Santander con toque de chicharrón, arepas de choclo, arepas morenas de huevo, arepas vallenatas y arepas paisas y también boyacenses…
¿Querían olvidarse de las etiquetas y de los manteles, querían comer rico y beber rico y cantar La Saporrita y ahogar las penas o, por lo menos, distraerlas? No digan que no se les habló de estos restaurantes dementes del Siete de Agosto.