Las estanterías de los supermercados están organizadas por países, las cartas de la mayoría de los restaurantes también (aunque hay notables e inteligentes excepciones), no pocos sitios de venta de vinos por internet siguen esta lógica y hasta algunos profesionales del sector se atreven a decir en público que los vinos de tal o cual país no los ‘seducen’. Pero en un universo tan amplio y diverso como el vino, decir que a uno ‘le gustan’, o ‘no le gustan’, los vinos de un país es una generalización del tamaño de Groenlandia.
En un universo tan amplio y diverso como el vino, decir que a uno ‘le gustan’, o ‘no le gustan’, los
vinos de un país es
una generalización del
tamaño de Groenlandia.
En Chile, para hablar del principal origen de los vinos que se beben en Colombia, hay producción desde sitios tan al norte como la pampa del Tamarugal, en la región de Tarapacá, en pleno desierto de Atacama (el más árido del mundo), hasta el lago General Carrera, en la Patagonia chilena (latitud sur 46,3). En línea recta, la distancia entre estos dos puntos equivale a casi 3.000 kilómetros, es decir, tres veces el ancho máximo de España de norte a sur.
Un ‘viajecito’ donde no solo los puntos extremos son dos ‘planetas’ totalmente distintos, sino que en el camino encontraremos una gran diversidad de climas, suelos y entornos, lo que se complejiza aún más con el hecho de que, aunque estemos en una misma latitud, nunca será lo mismo plantar cerca del océano Pacífico, en el valle central o en las laderas de la cordillera de los Andes. Y ni hablar de la diversidad de terroirs o las distintas expresiones que las diferentes variedades de uva ofrecerán según el sitio donde se siembren.
Y esto puede llegar a niveles realmente muy ‘finos’: baste con señalar que solo en Borgoña (Francia) hay más de
80 AOC (Appellation
d’Origine Contrôlée).
Saltemos la cordillera y pasemos a Argentina. ¿Se puede hablar de 'los vinos de Mendoza'? No. Nada tiene que ver la zona Este, más baja y cálida, con la del valle de Uco, más cerca de la cordillera y con niveles de amplitud térmica mayores. Eso, para no hablar de los suelos, que también son distintos.
Dejar de hablar de países y empezar a hablar de regiones ya es un paso, pero la verdad es que una región es un concepto demasiado amplio y se necesita empezar a conocer las subregiones. Y esto puede llegar a niveles realmente muy ‘finos’: baste con señalar que solo en Borgoña (Francia) hay más de 80 AOC (Appellation d’Origine Contrôlée).
Y a las infinitas posibilidades por clima, suelo y variedades de uva se suma el hecho de que cada productor es un mundo en sí mismo, con objetivos, niveles de excelencia y hasta billeteras distintas.
Ahora tomemos el caso de España para tocar otro punto capital: ¿cómo puede uno decir que le ‘gustan los vinos españoles’ cuando allí se producen vinos de Canarias a Cataluña, de Galicia a Jerez, y hay más de 90 denominaciones de origen protegidas distintas, con climas distintos, con uvas distintas, con suelos distintos? Y a esto hay que sumarle un hecho del que no escapa nadie: en cada región vitivinícola del mundo no todos los productores tienen el mismo nivel de excelencia en el manejo de sus viñedos, entienden su terroir correctamente, hacen un buen manejo en bodega o, incluso, tienen la misma 'billetera', para mencionar solo cuatro de las muchas variables 'humanas' que pueden determinar la diferencia entre un gran vino y uno del montón.
La idea no es agobiarlos. La idea es invitarlos a ir un poco más allá, a leer y a interesarse por los detalles que hacen la diferencia, porque eso les permitirá disfrutar más los vinos que prueben.
¡Salud por la enorme y fantástica diversidad del vino, que es lo que hace que sea tan fascinante!
VÍCTOR MANUEL VARGAS SILVA
Editor de la Edición Domingo de EL TIEMPO y periodista de vinos.
En Instagram: @vicvar2