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Análisis

Somos 'realities': 'La farsa: la convivencia' / 'El otro lado', columna de Ómar Rincón

El crítico de TV analiza por qué son tan exitosos estos formatos en la televisión local.

Omar Rincon, El otro lado'

Omar Rincon, El otro lado' Foto: César Sánchez Carreño

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En la televisión real colombiana ganan los realities “Yo me Llamo”, “La Casa De Los Famosos y “Soy Petro y qué”; en México, la saca del estadio “Exatlón”; en España “Supervivientes” y en Colombia “El Desafío”. Somos realities del correr y esforzarse, del melodrama, del cantar. La farsa: la convivencia.
Somos mejores. Estos concursos ganan porque convierten a los televidentes en los dioses que deciden desde sus morales e ignorancias sobre las vidas ajenas. No hay nada que saber, pensar, elaborar para ver estos concursos y opinar desde la superioridad moral del que ve. Los que vemos somos mejores que los que juegan.
La celebridad del ridículo. Los participantes son hambrientos de fama, de reconocimiento, de valor. No tienen nada especial, juegan a que los vean y lograr el éxito rápido basado en la lágrima y el melodrama. Cada participante pierde su yo interior para convertirse en marioneta que actúa lo que cree gustará a los productores y la gente. Todos saben que todo por la plata. Esto es yopitalismo.
La casa de los famosos

Los presentadores de 'La casa de los famosos Colombia'. Foto:Instagram: @lacasadelosfamososcolombia1

Narrativa televisiva. Expectativa-Acción-Reflexión es la lógica clásica de la narración televisiva. La estructura de estos concursos crea con cada personaje una expectativa fundada en un testimonio de deseo de triunfar, su confesión de la miseria de la vida y el amar la oportunidad de ser exitosos. Luego como dinamizadores de relato proponen un juego, no importa lo ridículo, una prueba donde el héroe se juega su destino, y finalmente llega la reflexión de lo sucedido, de eso que salió bien o mal.
Celebración de emociones. La televisión es juego de odios, amores, miedos, alegrías. Estos concursos celebran que para salir adelante todo vale, sobre todo ser identificado por algo singular: te aman, te odian, te temen, te estresan. Así son las emociones las que mueven el relato y generan identificación.
El espectáculo. Nada pasa, pero todo se comenta. No es lo que pasa, sino lo que el canal habla que pasó, los dramas que se crean. No hay nada, pero hay show de las precariedades humanas, y eso fascina y emociona al televidente zombie.
La realidad. No importa. Todo es ficción. El modo de editar, encuadrar, jugar con los planos y las músicas son para producir el suspenso. Al final nada pasa. Solo es el show. Y en la vida real es igual: Petro o Milei o Trump o Bukele no gobiernan; lo que si hacen es tuitiar, provocar, agredir, exponer sus enemigos para expresar sus egos de salvadores del mundo. Tuits convertidos en escándalo de periodistas.
Síntoma cultural. Un concurso de estos dice mucho de la sociedad en que estamos y el momento que vivimos como colectivo. Los participantes quieren capitalismo, su único valor es su cuerpo, su inspiración es la familia, su aliado dios. En el caso colombiano somos sujetos que quieren cantar como atributo o quieren ser fuertes físicamente como valor, la convivencia es de miseria, el otro es siempre un enemigo, la falsedad es la norma.
Somos el reality que vemos, amén.

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