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Los sueños de ocho jóvenes que se apagaron por la masacre en Samaniego

Algunos deseaban ser futbolistas, otros querían sacar a su familia adelante. Acá los recordamos.

sepelio de víctimas de ataque en Samaniego, Nariño.

sepelio de víctimas de ataque en Samaniego, Nariño. Foto: AFP

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Eran las dos de la tarde cuando comenzaron a llegar. El 15 de agosto en Samaniego, un municipio enterrado en las montañas de Nariño, es desde hace varios años un símbolo de fiesta porque es el día de los carnavales. O lo era antes de que se hiciera de noche.
Hacia las cinco de la tarde, ya habían llegado más de 40 invitados. De fondo, sonaban algunas canciones bailables. Unos tomaban cerveza, otros ron, otros agua. Estaban sentados en el patio de una casa de campo. Todos eran jóvenes, de menos de 28 años, que habían estudiado en el colegio o que crecieron juntos en el pueblo.
Y acá, como en tantas otras regiones de Colombia, hubo un ruido repentino que se escuchó más fuerte que la música y las conversaciones: el de los disparos. No hay certeza de cuánto tiempo estuvieron los armados, pero cuando se marcharon todo era una tragedia. Con sus disparos mataron a ocho de ellos y acabaron con sus sueños,  sus metas, las familias de las que provenían o las que estaban formando.
“Mis amigos eran unas personas inocentes. Lo único malo que hicimos fue ponernos a tomar y disfrutar la vida por un momento”, dijo una de las sobrevivientes. Estos son los rostros y las vidas que se apagaron después de la masacre de Samaniego, esa que cambió la historia del 15 de agosto para el pueblo y todo un país:

El fútbol profesional no alcanzó a conocer el talento de Sebastián Quintero

Sebas. Su familia le decía de cariño así al joven que respiraba fútbol desde pequeño y soñaba con llegar a jugar en los grandes equipos profesionales del país. Jesús Edgardo Quintero recuerda que su “querido hijo” siempre estaba pendiente de lo que sucediera con el Real Madrid, especialmente cuando el portugués Cristiano Ronaldo jugaba allí. Y si de jugadores colombianos se trataba, James Rodríguez era su más grande ídolo.
Su padre dice que ‘Sebas’ nació en una familia humilde y que era oriundo de la vereda Santa Catalina, donde fue asesinado en la noche del sábado 15 de agosto. Tenía 24 años. El próximo 21 de octubre hubiera celebrado el cuarto de siglo. “Era un gran hijo, hermano, tío, familiar y amigo para toda la comunidad de Samaniego”.
Jesús describe a su hijo como un excelente deportista, muy polifacético en la cancha. Dice que tenía ese dote de ser un buen creador, pero que también a veces se desempeñó como carrilero. “Alcanzó a hacer muchos goles de tiro libre. Jugó en el Deportes Montenegro y fue campeón de la copa Telecafé en el 2014”, cuenta.
Sebastián Quintero, asesinado en la noche de la fiesta en Samaniego.

Sebastián Quintero, asesinado en la noche de la fiesta en Samaniego. Foto:Archivo particular

Ni él ni nosotros tenemos vínculos con algún grupo o banda de narcotráfico
La difícil situación económica que enfrentó su familia impidió que Sebastián siguiera anotando goles en un equipo. Por eso comenzó a estudiar Ingeniería de Procesos en la Universidad Mariana de Pasto.
En un comunicado, la institución educativa escribió que el joven será recordado por su “responsabilidad, alegría, humildad, generosidad y su pasión por el deporte”. Aunque alcanzó a llegar a cuarto semestre, su padre recuerda que él no estaba muy contento porque quería dedicarse al fútbol.
Debido a la pandemia, el joven había regresado a Samaniego para estar con su mamá y sus hermanas en la casa, que está ubicada a 400 metros del sitio donde ocurrió la masacre de él y siete jóvenes más.
Al ver toda la información que ha circulado en redes sociales y los señalamientos en contra de esos muchachos, el padre de Sebastián, como todo padre que vela por los suyos, pide que su nombre y el de su familia quede limpio: “Ni él ni nosotros tenemos vínculos con algún grupo o banda de narcotráfico. Con mi cargo como docente recibo los recursos para solventar las necesidades de mi familia. No necesitamos de eso”.

Rubén Darío Ibarra, el cantante de las fiestas

“Dime, ¿qué pasó? Se varó el avión que te llevaba hacia el cielo. ¿Qué hay de las promesas de tu niño bueno que dijo tener, para ti, un mundo entero?”.
Rubén Darío Ibarra entonaba una y otra vez esa canción del cantante de música popular Luis Alberto Posada. La cantaba a todo pulmón en las reuniones con sus amigos, pues era su favorita.
A lo largo de su vida, la música siempre lo acompañó. No en vano era el que amenizaba las reuniones que generalmente hacían en la casa de Óscar Obando, otra de las víctimas del múltiple asesinato. Por mucho tiempo, Rubén fue alumno del Centro Musical Batuta Samaniego quienes, a través de la Fundación Batuta, manifestaron su dolor por el asesinato del joven.
Sus amigos lo solían llamar ‘Domeco’, de cariño, y de él recuerdan la alegría que lo caracterizaba. También dicen que estaba estudiando sus últimos semestres de enfermería y que su único deseo era culminar la carrera para poder trabajar con el fin de llevar a su mamá, quien reside en Samaniego, a vivir con él en Pasto. Era hijo único.

A Elian Benavides la violencia le arrebató la posibilidad de seguir anotando goles

Era uno de los más jóvenes, pero a sus 19 años ya tenía claro lo que quería hacer con su vida: ser jugador profesional de fútbol, uno de los más destacados en el país. “Algún día me verán en televisión”, le decía a sus compañeros más cercanos, quienes lo llamaban ‘Campitos’.
Sus amigos cuentan que el deseo que tenía Elian por hacer vibrar y gritar de emoción a los colombianos con sus goles tenía un objetivo claro, más allá de ser el mejor. En el futuro, este joven buscaba sacar a su mamá adelante, pues nació en una familia muy humilde que vive en Genoy, otro barrio de Samaniego.
Su otro amor, además del fútbol, era su sobrina, que pronto va a nacer. A una de sus amigas le comentaba que la bebé sería “la bendición más grande que iba a poder recibir y que contaba los días, las horas, los minutos y segundos para conocerla cuando llegara al mundo”. Aunque no la alcanzó a ver, esta pequeña ahora cuenta con un ángel que la cuida desde el cielo.
De no haber sido por la violencia que suele truncar sin piedad los sueños de la juventud de este país, el talento de Elian lo habría llevado muy lejos. A romper fronteras, incluso. Sus familiares cuentan que por sus grandes jugadas y movimientos con el balón, un equipo en México lo había elegido para probarse en ese país. Su deseo era poder viajar allá para dar un paso más en el camino de sus metas. Eso sí, apenas pasara la pandemia.
Como el deseo de Elián era seguir brillando en las canchas, sus compañeros de entrenamiento decidieron que el mejor sitio para homenajearlo sería allí. Varios muchachos, vestidos con sus uniformes, portando su tapabocas y con el himno de la ‘Champions’ de fondo, le hicieron una calle de honor.
Uno de sus amigos simuló un pase de gol al cajón donde reposan los restos de ‘Campitos’ y cuando el balón entró al arco, todos los niños se lanzaron a abrazar el ataúd. Fue despedido por lo alto en el mismo sitio donde seguramente pasó los mejores años de su vida: en la cancha.
Vea acá el video del momento:

Foto:EL TIEMPO

Laura Michel Melo Riascos, la joven que se preparaba para ser médica

De las ocho víctimas fatales que dejó la masacre en Samaniego, Laura fue la única mujer. Tenía 19 años y hace poco se había graduado del colegio. Con su bachillerato culminado, esta joven había dado el primer paso para iniciar sus estudios de pregrado.
Ingresó a la Fundación Universitaria San Martín y estaba estudiando un premédico en la sede de Pasto. Durante la velación de Laura, su madre, Gloria Riascos, aseguró que solo desea que haya justicia por este caso. “Tenía toda una vida por delante. Mi hija no merecía que la mataran. Era una buena niña”, afirmó.
Gloria Riascos sostiene fotografías de su hija Laura Michel Melo Riascos.

Gloria Riascos sostiene fotografías de su hija Laura Michel Melo Riascos. Foto:EFE

Daniel Vargas, el joven que no alcanzó a conocer a su bebé

“Siempre recochaba, era el alma de la fiesta y le decíamos el hombre araña porque hacía espectáculos que nos hacían reír mucho”, recuerda una amiga de Daniel que estuvo presente en el lugar donde ocurrió el múltiple asesinato que tiene de luto a Nariño y al país. Ella partió de la casa donde estaban reunidos media hora antes de la tragedia.
Uno de los últimos recuerdos que tiene con él ocurrió días antes de lo sucedido. La joven cuenta que Daniel estaba muy asustado porque vio algo extraño el 12 de agosto, cuando se reunieron en la casa de la abuela de Óscar Obando a celebrar el cumpleaños de un amigo del grupo. “Nosotros le decíamos que estaba borracho o estaba loco. Pero él insistió y la mamá de Oscar, Gladys, le advirtió que esas cosas que veía eran señales para que dejara de tomar”.
Mis amigos son unas personas inocentes. Lo único malo que hicimos fue ponernos a tomar y disfrutar la vida
Daniel Steven Vargas Jurado.

Daniel Steven Vargas Jurado. Foto:Archivo particular

Daniel alcanzó a estudiar algunos semestres de Ingeniería Ambiental en Pasto. Sin embargo, se retiró porque, al parecer, perdió un semestre. Por eso se devolvió a Samaniego, donde vivió acompañado de su madre y hermana.
A este muchacho sus amigos recientemente le empezaron a decir con cariño ‘papá Vargas’, pues el más grande anhelo que tenía este año era conocer al bebé que está esperando su novia. “Lucharé por todo lo que soñamos juntos. Dame fuerzas para salir adelante con nuestro bebé”, escribió la mujer en sus redes sociales luego de publicar una foto en blanco y negro con él.

Óscar Obando, el alma de la fiesta al que le opacaron su brillo

Tayro, el perro pitbull que acompañaba a todas partes a Óscar Andrés Obando, tiene la mirada estática. Lleva días casi sin levantarse de la cama en la que dormían juntos. “Uno veía al perrito y sabía que Óscar estaba por ahí. Era su adoración”, cuenta Alejandro Obando, su primo.
De Óscar, ahora, se habla en tiempo pasado. Fue uno de los ocho jóvenes que asesinaron el 15 de agosto en la vereda Santa Catalina de Samaniego, un pueblo nariñense al que llaman el ‘wayco’, una palabra derivada del quechua que significa ‘territorio rodeado por montañas y ríos’.
Óscar, como algunos de los muchachos que cayeron después de la incursión de los armados, era un apasionado por el fútbol. Había entrenado con las inferiores del Deportivo Pasto en la secundaria y, motivado por eso, entró a estudiar Educación Física en la Escuela Nacional del Deporte, en Cali. Iba en cuarto semestre.
Él era Óscar Andrés Obando.

Él era Óscar Andrés Obando. Foto:Archivo particular

Le gustaba usar los pantalones ceñidos. Su padre, quien le heredó su nombre y en su juventud fue sastre, le enseñó a coser, y el mismo Óscar se encargaba de entubar cada una de sus prendas. El día del entierro, Gladys, su mamá, le sugirió a su marido que usara un pantalón negro del muchacho: “¿Pero cómo cree que me va a caber el pie”, le respondió él.
“Óscar era muy pícaro. Era una de esas personas alegres, que integran a los demás. Le gustaba mucho compartir con sus amigos, tomarse algunos tragos, y tristemente en uno de esos espacios es que pasa lo que pasa”, cuenta Alejandro, quien no recuerda que algo parecido haya ocurrido jamás en el pueblo.
Después de que se escucharon los disparos, el cuerpo de Óscar cayó en el patio de la casa de su abuela Socorro, quien murió apenas tres semanas antes. En ese pedacito de la casa era donde solían extender el café que recogían de las montañas vecinas. Esas mismas por las que solía pasear a Tayro, el compañero que lo sigue esperando.

Los consejos de vida con los que recordarán a Brayan Cuarán

A diferencia de los otros del grupo, Brayan no era tan ‘recochero’ y fiestero. Su familia lo describe como una persona muy noble y con un don de gente especial. Eso explica por qué una de sus amigas cuenta que, cuando se sentaba a hablar con alguien, siempre tenía un sabio consejo para entregar.
Por ejemplo, ella recuerda que siempre le decía que tenía que estudiar y salir adelante para ser alguien en la vida. La joven también resalta que todo el tiempo estaba muy atento a escuchar los consejos de otras personas. “Yo le decía que ahora tenía que ponerse juicioso porque acababa de ser papá”, afirma.
También recuerda que durante ese fatídico sábado 15 de agosto, en horas de la tarde, Brayan le contó que estaba muy entusiasmado porque le había comprado muchas cosas rosadas a su hija que acababa de nacer. “Mañana le voy a dar una vuelta”, le dijo. Ese encuentro, finalmente, no se pudo concretar.
El joven nariñense vivía en Siloe, un barrio del municipio de Samaniego, con su mamá, su hermana y su pequeño sobrino. Estudió en la Universidad de Nariño y actualmente estaba trabajando. “Nos dejas un vacío y una gran tristeza en nuestros corazones al saber que te arrebataron la vida de esa manera tan violenta. Mi niño, te quitaron tus sueños de formarte como un profesional, de cumplir tus proyectos”, escribió una de sus tías lamentando la partida del gran consejero.
Brayan Cuarán.

Brayan Cuarán. Foto:Archivo particular

La amistad incondicional con la que recordarán a Byron Patiño

Dos mejores amigos crecieron juntos y murieron juntos cuando cuatro hombres dispararon indiscriminadamente contra este grupo de jóvenes, que compartía a las afueras de Samaniego. Byron era el compadre de toda la vida de Óscar Obando, otra de las víctimas de esta tragedia.
Tres días atrás, el 12 de agosto, también se habían reunido en la casa de la abuela de Óscar para celebrar el cumpleaños de Mario. En esa celebración, Byron hizo lo que más disfrutaba: bailar. Se bailaba lo que fuera, tanto así que ese día recuerdan que en medio de la celebración terminó danzando un vals con sus dos amigos.
Otra de sus amigas cuenta que a Patiño, como se referían a él normalmente, le gustaba jugar fútbol pero en cancha sintética. Dice que constantemente estaba pendiente de que todos estuvieran de buen ánimo. Era incondicional y leal. “No le gustaba ver mal a las personas y cuando uno lo necesitaba para algo jamás decía que no. Con él compartí muchos momentos que jamás olvidaré”, recuerda con cariño la joven.
Aunque el fútbol era una de las cosas que unía a este grupo de amigos, Byron no pretendía dedicar su vida a este deporte. Por eso, decidió estudiar Contaduría y, ya con diploma en mano, tenía planeado viajar a Cali para empezar a trabajar. Su familia cuenta que en estos días estaba intentando tramitar su tarjeta profesional, pero la violencia no le permitió obtener esto ni seguir bailando, como tanto le gustaba hacerlo.
Aura Saavedra Álvarez
Redactora ELTIEMPO.COM
En Twitter: @AuraSaavedra_

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