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La vereda en la que la tecnología podría estar en vía de extinción

Élida Duarte camina horas y atraviesa trochas para que sus alumnos estudien durante la pandemia.

Como Élida, muchos docentes ante el poco  a internet pasan los días acercando guías a sus estudiantes.

Como Élida, muchos docentes ante el poco a internet pasan los días acercando guías a sus estudiantes. Foto: Cortesía

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Fundación, Magdalena, es una tierra en donde poco se usa la palabra profesor, pues es un oficio que la guerra dejó en vía de extinción. La mayoría de los maestros salieron huyendo a causa de las amenazas que recibieron por parte de los grupos armados. Desde entonces, varias escuelas parecen fantasmas.
Lo hemos hecho sin ningún apoyo de los entes territoriales, ya que por la distancia y el estado de las vías es muy difícil el a las veredas
Y la de ellos es una historia que se repite en varias veredas y corregimientos que rodean a la Sierra Nevada de Santa Marta, poblaciones en donde la mayoría de sus habitantes viven en modo avión: sin dispositivos, sin wifi y sin ningún tipo de conexión inalámbrica móvil.
En estos territorios, la conectividad es casi un mito. Un privilegio de pocos, anhelado por muchos. Veredas llenas de niños con anhelos de estudiar, donde la desconexión es lo normal y son pocos los maestros dispuestos a asumir el riesgo de enseñar. Una de esas docentes es Élida Duarte.
Desde niña, Élida vio a sus vecinos y familiares convertirse en expertos en decir adiós a causa del desplazamiento o la falta de a la educación. En su tierra, los jóvenes, si no huían de la guerra, lo hacían forzados por la ilusión de conseguir el sueño de pisar un aula. Aunque esta última era una opción que solo tenían quienes poseían el dinero suficiente para marcharse al pueblo o a una gran ciudad, el resto estaba destinado a los oficios propios del campo. En su caso, dice que aún recuerda el día en que sus padres la sacaron junto con su hermana a escondidas de la casa, al enterarse que estaban reclutando niños de su edad.
“Tuvimos que irnos a vivir las dos solas en una casa, pasábamos mucho tiempo encerradas. Ya puede imaginarse usted, éramos dos niñas campesinas solas en el pueblo, atemorizadas”, cuenta con nostalgia y recalca que por eso desde muy pequeña entendió que era afortunada, su caso era la excepción a la regla.
Aprobada la primaria y el bachillerato, con el paso de los años la ilusión de regresar a su región para ayudar a su desarrollo se volvió en una obsesión. Ese fue el motor que la empujó a empezar en 2007 sus estudios en la Escuela Normal Superior Santa Teresita, en Sabanalarga, Atlántico.
Para mediados del 2008 se inició como maestra en una vereda llamada Río Escondido, muy lejos de lo que era su entorno conocido. Allí sintió por primera vez la responsabilidad de ser maestra y reafirmó que era eso lo que quería ser el resto de su vida. “En esa escuelita nunca había un maestro estable porque quedaba muy lejos y no había dónde quedarse. Yo fui durante tres años a dar clase todos los días, caminaba una hora de ida y una de regreso”.

Foto:Cortesía

En su desafío de demostrarle a los jóvenes de Fundación que no hay obstáculo para ser un profesional, aprovechando la modalidad virtual que el Politécnico Grancolombiano tiene de la Licenciatura en Educación para la Primera Infancia, durante varios meses alternó su rol de profesora con el de estudiante, lo que le implicaba salir corriendo al mediodía para lograr estar sobre de las tres de la tarde en un punto de internet, cumplir con las clases y luego devolverse a casa. Trayectos que le implicaban horas de desplazamiento. Fueron días de no parar hasta que obtuvo su título de licenciada.
Actualmente trabaja en la vereda Betania como docente de la I. E. D. Juan Francisco Ospina, en la Sierra Nevada de Santa Marta, una tarea casi titánica, pues en medio de tanta carencia suele valerse de la recursividad para inventar nuevas formas de brindar educación, facilitando herramientas para el desarrollo del aprendizaje integral a los niños y niñas de toda la zona.
De las 19 sedes de esta institución, solo aproximadamente seis tienen conectividad a internet, panorama que empeoró con la cuarentena, pues muchos estudiantes viven lejos de las escuelas o en sus casas no tienen un computador, un tableta, un celular con plan de datos o, en algunos casos, una señal telefónica para recibir y desarrollar las actividades escolares.
Eso sí, es como si la falta de red hubiera aumentado la necesidad de relacionarse entre familiares y vecinos, pues saben que deben estar en o entre sí para estar al tanto de la realidad del país. Por lo que la solidaridad entre vecinos es cada vez más fuerte.

Educación entre caminatas

Foto:Cortesía

Antes de que el coronavirus mandara a todos a sus casas, la rutina de Élida empezaba madrugando los lunes a las tres de la mañana. Se alistaba en tiempo récord y tomaba una moto para hacer un recorrido de cincuenta minutos, lo que gasta en ir de su casa en Fundación, Magdalena, a la vereda el 50.
Luego, debía caminar entre 40 minutos a una hora para llegar a Betania, donde dicta clase a 30 estudiantes, un grupo que incluye niños de preescolar hasta grado quinto, pequeños indígenas con poco conocimiento de español o casos de niños con problemas de aprendizaje. “He trabajado con niños de la etnia arhuaca y wayuu. Incluso, a algunos estudiantes arhuacos les he enseñado la lengua española para ayudarles en su proceso de escolaridad”, dice Duarte.
Con la pandemia tuvo que decidir no volver a su casa y quedarse en casa de sus padres, tanto para ahorrarse uno de los recorridos como para cuidarlos. Los horarios siguen siendo los mismos, pero la modalidad es completamente nueva: ahora su jornada es para recibir y entregar talleres a los acudientes de los niños casa por casa o, en algunos casos, vía internet. Además, saca tiempo para hacer llamadas telefónicas o notas escritas a modo de mentorías donde les explica a los padres cómo desarrollar los trabajos en casa.
A veces debe caminar durante horas hacia los pocos lugares con conectividad para elaborar las guías, un trabajo que los docentes de la región están desarrollando con el apoyo de los profesores de la cabecera municipal. “Trabajamos en equipo para acercar a los padres los talleres y para que los estudiantes puedan realizarlos desde casa (...). Lo hemos hecho sin ningún apoyo de los entes territoriales, ya que por la distancia y el estado de las vías es muy difícil el a las veredas”.
En esa escuelita nunca había un maestro estable porque quedaba muy lejos y no había dónde quedarse. Yo fui durante tres años a dar clase todos los días, caminaba una hora de ida y una de regreso
Los niños también están haciendo sacrificios, varios se ven obligados a hacer largos recorridos hacia los pocos sitios donde hay conectividad para, por medio de llamadas, chats o notas escritas, hacer sus tareas. “Se han recibido por parte del Ministerio de Tecnología y del Ministerio de Educación algunas tablets y puntos de conectividad, pero realmente no alcanzan para todos. Somos una zona muy olvidada”, reconoce.
Como Élida Duarte, aproximadamente 40 maestros de esta región hacen sacrificios compartidos por vocación. Con o sin coronavirus se enfrentan a los riesgos y las limitaciones de la Sierra para demostrarle a las nuevas generaciones que los profesores sí existen y están dispuestos a lo que sea para verlos soñar con mejores oportunidades para todos.
DIANA MILENA RAVELO MÉNDEZ
@DianaRavelo
Especiales multimedia EL TIEMPO

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