Vamos a ver. Entonces ustedes se convocan, se ponen de acuerdo, alistan sus arengas, preparan el recorrido, ajustan los mensajes, tienen claro que deben llamar la atención, pero, sobre todo, que su consigna sea escuchada. Porque hay razones válidas para hacerlo, porque el grito de ustedes es el de miles de mujeres. Y salen a la calle, se encuentran, se saludan, se abrazan, trazan la ruta y comienza la protesta. Todo bien.
¿En qué parte del libreto todo cambia? ¿En qué momento el mensaje ya no es el objetivo? ¿Por qué la acción válida y necesaria de protestar se esfuma? ¿Quién lo decide?
De repente todo pasa a un segundo plano. Como si la maldad se apoderara de ustedes, deciden que no, que ya no es el mensaje ni la causa, ahora es la violencia, la destrucción, borrar con el codo lo que a ustedes y a tantas otras mujeres les ha costado construir con las manos. En qué momento la reivindicación se convierte en renuncia, en abandono y se pasa al exceso y la rabia.
¿Qué carajos tiene que ver la defensa del aborto con el acto temerario de incendiar una iglesia? ¿Es así como vamos a dirimir las diferencias? ¿No hay ya demasiado odio sembrado en nuestro país como para seguirlo alimentando? ¿Qué hubiera sucedido si esto termina en tragedia para ustedes mismas?
A cambio, lo que han recibido son torrentes de críticas y cuestionamientos a su proceder. Incluso, de parte de las mismas mujeres en las que seguramente ustedes se han inspirado. Hoy, nadie habla de la protesta justa, del reclamo, de la reivindicación; hoy se exhiben las imágenes de una acción criminal. Esos son el odio y la sinrazón, y por ellos es que generación tras generación hemos pagado un duro precio a través de más conflictos, más guerras, más injusticia y más indiferencia.
Asegura el comandante que no hay tal, que sí hubo reacción, que se actuó a tiempo, que todo pudo ser peor y que incluso hubo algunas detenidas.
Pero a los ciudadanos no solo nos ha indignado lo sucedido con el proceder de estas mujeres en la catedral Primada. Nos tiene muy preocupados el accionar de las autoridades. La policía no evitó que pasara lo que pasó. Y si apareció, lo hizo mucho después. De ahí la indignación de la alcaldesa.
Asegura el comandante que no hay tal, que sí hubo reacción, que se actuó a tiempo, que todo pudo ser peor y que incluso hubo algunas detenidas. Ahora ya no se sabe cuál es la versión cierta, porque lo que muestra un video posterior es que, presuntamente, personas vinculadas a los gestores de convivencia contuvieron a la policía para que no actuara. ¿Entonces más bien la culpa es de la Alcaldía? Dicen los protocolos que cuando una acción se sale de control, la Fuerza Pública está obligada a actuar. ¿Y si un gestor de convivencia se lo impide?
Y es ahí donde radica parte del meollo, porque reina la confusión entre la ciudadanía al no saber exactamente cuál es el papel que les corresponde a las autoridades en situaciones de este tipo. El otro día, en actos también vandálicos, destruyeron varios CAI, bloquearon la ciudad y la policía tuvo que resignarse.
Pésimo antecedente el que se está creando si no se tiene claro hasta dónde va a llegar el papel de la policía. Lo que ha quedado demostrado con los dos disturbios graves que han tenido lugar en Bogotá en las última semanas es que los manifestantes, sin lugar a dudas, se sienten más envalentonados, más amparados por la ley, más libres de actuar de forma violenta a sabiendas de que la nueva narrativa llama a la inacción y a las buenas maneras antes que al respeto y la protección de la vida y los bienes de la sociedad.
Sería muy grave para Bogotá y para cualquier otra ciudad grande o pequeña que los vándalos y criminales encuentren patente de corso en las normas confusas que estilan sobre el proceder de las autoridades. A mí, en lo particular, me da temor que el próximo ataque a la ciudad ya no sea para destruir un par de buses de TransMilenio y acabar con una estación, sino que sea para acabar con el sistema mismo. O que nos dejen sin CAI, sin semáforos, sin mobiliario público. Sin tranquilidad.
Sería oportuno que la propia Alcaldía detallara cuál es el papel de los gestores de convivencia con las nuevas reglas, si es que existen. ¿Los gestores están por encima de la policía? ¿Son ellos quienes determinan en qué momento la autoridad puede ejercer como tal? Es una pregunta válida, a juzgar por lo que se vio esta semana.
Cuando vi las imágenes de cómo vandalizaron e intentaron destruir la catedral Primada sentí rabia; después, impotencia, y al final, tristeza. Porque tengo hija. Una hija que ha participado en las protestas en el pasado. Una hija que me ha enseñado el valor de lo que significa ser mujer, que me ha llamado la atención por comentarios que a veces rayan en lo machista; que ha acompañado las mismas causas que inspiran a estas mujeres, pero que, como yo, no entiende la necesidad de destruir y criminalizar al otro. Mujeres de la Catedral: no valió la pena.
ERNESTO CORTÉS FIERRO
Editor General
EL TIEMPO
@ernestocortes28
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