Sandías: hace 6.000 años eran amargas y podían ser tóxicas

Investigadores consiguieron descubrir nuevos detalles sobre el proceso de evolución de la sandía.

Sandía Foto: iStock

Periodista de CienciaActualizado:
Las sandías que hoy conocemos se caracterizan por un exterior verde y duro que protege una pulpa roja y dulce, con una alta composición de agua que las hacen atractivas para calmar la sed en días calurosos.
Sin embargo, los seres humanos que habitaron en la Tierra hace 6.000 años se habrían encontrado con una variedad de esta fruta muy diferente: con una pulpa blanca y amarga, un sabor que advertía del peligro que podía significar comerla por su alto contenido de cucurbitacina, el mismo compuesto responsable del sabor amargo de algunas calabazas actuales y que, si se consume en grandes cantidades, puede llevar a la muerte.
Estos fueron algunos de los hallazgos a los que llegó un equipo de investigadores del Real Jardín Botánico de Kew, en Londres, en el que participó el colombiano Óscar Pérez Escobar, quien se ha especializado en analizar el ADN de orquídeas y plantas antiguas, en busca de entender cómo se originaron algunas especies y variedades. En esta ocasión, los científicos trabajaron con unas semillas halladas por la arqueobotánica Philippa Ryan en un sitio arqueológico conocido como Uan Muhuggiag, en lo que hoy es el desierto del Sahara, en el sur de Libia.
Aunque en este lugar no abundan las momias ni grandes hallazgos, sí fue la fuente de donde se extrajeron algunas de las muestras de semillas de sandía más antiguas que se conocen en el mundo, con 6.000 años de antigüedad. De ellas los investigadores consiguieron rescatar hasta el 30 por ciento de su genoma, algo sorprendente en este tipo de análisis en el que usualmente se consigue un éxito del 1 o 2 por ciento debido al desgaste ocasionado por el paso del tiempo sobre el material que es objeto de estudio.
Encontramos que esta sandía de 6.000 años tenía en ese momento un ADN que era contemporáneo con el de la sandía que de cierta manera ya estaba domesticada para consumir su pulpa (la actual)”, comenta el investigador, quien añade que esto lo consiguieron al comparar el ADN de las semillas antiguas con un colección de especímenes que hay almacenados en Kew y que fueron colectados en los últimos 150 años.
De esta manera lograron determinar que estas sandías milenarias no pertenecían a frutas que fueran antepasados directos de las sandías que hoy consumimos, sino que existe la hipótesis de que en algún momento ambas variedades tuvieron un ancestro común, que aún no saben cuándo se originó.
Lo que sí pudieron determinar los científicos es que definitivamente estas sandías de hace 6.000 años no eran apetecidas por su pulpa, como ocurre con las de hoy. Por el contrario, su principal atractivo eran sus semillas, probablemente por su sabor amargo, el cual han determinado al identificar la presencia en su información genética de algunos genes que se conoce que están relacionados con la producción de cucurbitacina.
Estas plantas, no solo las sandías, sino las cucurbitáceas como zapallos y calabazas, aparentemente han evolucionado un mecanismo para prevenir que sean consumidas y que sus semillas sean dañadas. Ese mecanismo es la cucurbitacina, que da un sabor amargo a algunos pepinos y calabazas”, detalla Pérez Escobar.
Para las sandías, que también pertenecen a este grupo de plantas, producir este compuesto es un estado ancestral, el cual han ido perdiendo con el proceso de domesticación que ha permitido seleccionar la pulpa roja y dulce sobre las frutas con características genéticas que producen sabores amargos, que sí estaban presentes en las sandías de hace 6.000 años.
Esa información, junto a otras evidencias que los colegas del científico colombiano habían colectado, como tomografías de las semillas en las que se pueden ver mordidas de humanos, les permitió concluir que esas frutas de hace miles de años tenían pulpa blanca, amarga y que el interés de su consumo se centraba más en sus semillas, que eran consumidas como una golosina.
De acuerdo con Pérez Escobar, además de ampliar el conocimiento sobre la evolución de estas frutas, este tipo de estudios permite rastrear también variabilidad genética que este tipo de cultivos han perdido en su domesticación para el consumo humano. Detalles que podrían esconder claves para soportar enfermedades o condiciones extremas como las del cambio climático, que pueden afectar su cultivo.

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ALEJANDRA LÓPEZ PLAZAS
REDACCIÓN CIENCIA
@TiempodeCiencia

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