Muchas de las grandes respuestas de la ciencia han tenido origen en una simple pregunta. Eso fue lo que sucedió en esta historia. Hace un par de años, Guy German, ingeniero biomédico y profesor asociado de la Universidad de Binghamton, Estados Unidos, escribió un texto para la sección Curious Kids —Niños curiosos— del portal The Conversation. Se trataba de un tema que a todos nos ha causado inquietud por lo menos una vez: “¿Por qué se arrugan los dedos después de un largo baño o de una jornada de natación?”.
“Siendo honesto, yo también lo pensé durante mucho tiempo”, decía German en ese primer artículo. Y explicaba: “Cuando las manos y los pies entran en o con el agua durante más de unos minutos, los conductos sudoríparos de la piel se abren, permitiendo que el agua fluya hacia el tejido cutáneo. Esta agua añadida disminuye la proporción de sal en la piel. Las fibras nerviosas envían un mensaje al cerebro sobre niveles más bajos de sal, y el sistema nervioso autónomo responde contrayendo los vasos sanguíneos”. El texto siguió describiendo varios detalles y al final recomendaba no pasar mucho tiempo en el agua porque en ese punto existe la posibilidad de que la piel se agriete.
La investigación surgió de una pregunta de un niño a un científico. Foto:iStock
La sección en la German escribió ese reporte tiene una particularidad: suele invitar a niños “de todas las edades” para que envíen preguntas con el fin de que un experto las responda. Pues bien. Tras la publicación del texto, The Conversation recibió una pregunta. Un chico le escribió al autor con la siguiente inquietud: “¿Las arrugas (de los dedos, luego pasar mucho tiempo en el agua) se forman siempre de la misma manera?”. German no tuvo más remedio que reconocer que “¡no tenía ni idea!”. Ese fue precisamente el punto de partida para una investigación científica por parte del ingeniero biomédico y su equipo.
Lo siguiente que hizo el experto fue crear un grupo de investigación y un método para tratar de encontrar la respuesta que el niño le había hecho y que, sin duda, había despertado también su curiosidad. El grupo científico convocó a voluntarios, a quienes les pedían sumergir sus dedos durante por lo menos media hora para luego estudiar las arrugas formadas. Veinticuatro horas después, volvían a repetir la prueba. Les tomaban fotografías. Las estudiaban. Así lograron comprobar que las arrugas se repetían. “Se encontraron los mismos patrones de bucles y crestas elevadas tras ambas inmersiones”.
Se hicieron estudios con varios voluntarios en el laboratorio de German. Foto:iStock
"Los vasos sanguíneos no cambian mucho de posición; se mueven un poco, pero en relación con otros vasos sanguíneos, son bastante estáticos. Eso significa que las arrugas deberían formarse de la misma manera, y demostramos que así es", explicó German en un artículo publicado en el portal BingUNews, de la Universidad de Binghamton.
En el camino de la investigación también tuvieron otro descubrimiento: “Habíamos oído que no se formaban arrugas en personas con daño en el nervio mediano de los dedos”, señaló el experto ingeniero. Cuando uno de sus alumnos le dijo que tenía precisamente un daño de esas características, decidieron estudiarlo. Y en efecto: “Le hicimos la prueba y ¡no se formaron arrugas!”, agregó German.
La pregunta que el joven lector hizo no solo permitió que se abriera una línea de investigación y condujo a una respuesta puntual, German señala que, además, los campos de acción del nuevo conocimiento pueden ser muy amplios. Por ejemplo, puede emplearse en la ciencia forense, en la que el estudio de las huellas digitales resulta fundamental. “Me siento como un niño en una tienda de dulces. Hay tanta ciencia aquí que desconozco”, agregó el ingeniero biomédico en el portal de la universidad. Y al final le agradeció a The Conversation por haber abierto la posibilidad de que llegara “la maravillosa pregunta que nos hicieron”. Le abrió camino a la ciencia. Nada menos.
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