La hipocresía de la equidad

Fingimos, desde lo pequeño y lo grande, excluyendo aún más a quienes de por sí están por fuera.

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“... hablamos que otro mundo es posible. Pero ¿por qué se produce ese abismo entre declaraciones y realizaciones? ¿Qué es lo que nos pasa que deseamos un mundo y construimos otro?” nos plantea Adela Cortina en ‘Aporofobia, el rechazo al pobre’. Esta contradicción resume la hipocresía de la equidad, es decir, el hecho de fingir que nos importa generar condiciones de dignidad, reconocimiento y oportunidades para todos, pero al final –cuando eso implica involucrarnos– hacemos poco o lo contrario.
Este año participé en varios procesos de evaluación de convocatorias para entregar incentivos de hasta diez millones de pesos. Me llamó la atención la cantidad de documentos, formatos y trámites que se exigían, no solo para ser jurado, así fuera ‘ad honorem’, sino para postularse como beneficiario. El objetivo era apoyar a ciertos grupos poblacionales para mejorar su escasa participación en determinadas actividades y sectores. No obstante, el proceso era tan complejo que el propósito parecía ser, intencionalmente, lo opuesto. La deliberación era la suma de los noes: no cumplió, no sabe, no tiene el nivel, usted y gente como usted no, lo intentamos, pero usted no es como los otros (más parecido a los que diseñamos la convocatoria) que sí cumplen, pero no son los que más necesitan el apoyo. Así hablamos de inclusión como un parapeto para mantener los círculos bien cerrados e intacto el ‘statu quo’, sin querer asumir ningún riesgo y con muy poca voluntad para mejorar el punto de partida.
Viendo el contrato del billón de pesos y la pérdida de los 70.000 millones, pensé en otra hipocresía: la corrupción. Comparaba la minuciosidad para la aprobación de montos ínfimos y la poca rigurosidad para la contratación pública de cifras descomunales. Fingimos, desde lo pequeño y lo grande, excluyendo aún más a quienes de por sí están por fuera, como las zonas rurales que quedaron sin conectividad. Todo queda en discursos vacíos: “las puertas están abiertas para todos, cualquiera puede participar, todo es neutral”. Sin embargo, todos somos los mismos, cualquiera somos nosotros y neutral es lo que se parezca más a mí, y la hipocresía de la “inclusión” termina por ampliar las brechas.
Hace un tiempo cuestioné a un rector por la escasa (nula) equidad racial en su equipo directivo. Indicó que era un tema de meritocracia; otra hipocresía como lo argumenta Michael Sandel en su libro ‘La tiranía del mérito’: “La meritocracia conduce a la arrogancia entre los ganadores… se olvidan de la suerte y la buena fortuna que los ayudaron en su camino”. Después, él me preguntó que si yo creía que hubiera afros preparados para ser directivos en su universidad. Me limité a decir que miles nos hemos formado en MIT, Harvard, Yale y otras de las universidades más prestigiosas del mundo, donde varios enseñan hoy. Esa es otra hipocresía y la más radical, la excepcionalidad que hay que cumplir para tratar de sobrepasar los abolengos y prejuicios, ya que de entrada se subestima y se niega la mínima posibilidad de estar al mismo nivel.
¡Esta pandemia ha desenmascarado nuestra hipocresía a tantos niveles! Necesitamos el poder de las mujeres, pero este no es proporcional en nada. Necesitamos más afros e indígenas, pero son mínimos los cargos que ocupan en el sector privado o la cooperación nacional e internacional a nivel directivo, o en el sector público fuera de los temas de etnias. Así creemos en las mujeres sin mujeres, en los jóvenes sin jóvenes, en los afros sin afros, en las regiones con mayorías bogotanas. La nuestra es una equidad anémica y no entendemos, o no queremos entender, que la crisis de autoridad, liderazgo y legitimidad que vivimos está profundamente enraizada en ella. Ojalá nos confrontemos para avanzar en serio.
PAULA MORENO
En Twitter: @paulamorenoz
(Lea todas las columnas de Paula Moreno en EL TIEMPO, aquí).

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