¿Se han dado cuenta de cómo los árboles crecen majestuosamente ‘hombro a hombro’ sin percatarse si el de al lado es más imponente? Una flor jamás está mirando si la de al lado es más colorida o tiene más o menos pétalos.
Ni siquiera la rosa está triste porque ella tiene espinas y los tulipanes no. A menos que el león vaya a cazar, poco o nada le importa lo que estén haciendo los demás animales de la selva.
Las ballenas van nadando en toda su grandeza sin preguntarse si los tiburones están comiendo mejor comida que ellas.
La naturaleza es bella porque cada árbol, cada hoja, cada insecto, cada animal va por la vida haciendo lo que debe hacer, creciendo, cazando, pariendo, simplemente dejándose llevar por la perfección de la naturaleza. Cada uno evolucionando a su propio ritmo, con certeza en su actuar y en su máximo esplendor.
Como seres humanos hacemos exactamente lo contrario. No crecemos, no disfrutamos y definitivamente no vivimos sin estar constantemente pendientes y comparándonos con todos los demás. Nuestras vidas no fluyen como podrían y no la aprovechamos a plenitud porque nos dejemos constantemente distraer por querer tener lo que el otro tiene o querer ser como el otro es.
Cuántas horas nos gastamos al día ‘estalkeando’ en redes sociales a personas que ni siquiera conocemos. En gran parte, creo que lo hacemos por puro masoquismo. De alguna manera sentimos un placer morboso al saber que todo el mundo es más lindo, más feliz, más rico, más divertido, más exitoso y definitivamente más suertudo que uno.
Ojalá esta comparación nos sirviera como fuente de inspiración para hacer cambios positivos en nuestras vidas, pero sucede todo lo contrario; lo único que hace es bajarnos la autoestima y llenarnos de rabia, envidia y malestar.
Y no nos digamos mentiras, no es un tema nuevo porque hay redes sociales. Ahora tenemos la facilidad de compararnos con desconocidos, pero siempre lo hemos hecho con amigos, colegas, vecinos y familiares.
Literalmente nos estancamos en nuestra propia evolución por no centrarnos en entender que es mejor ser una versión auténtica de uno mismo que una falsa copia de alguien más. Si la energía que usamos para velar lo ajeno la usáramos para agradecer lo propio, seríamos imbatibles. Creceríamos como el cedro más imponente, rugiríamos tan duro como el león, nos sentiríamos tan únicas como la rosa más hermosa y seríamos verdaderamente felices.
Esta semana en que entramos en furor a las fiestas de diciembre, los invito a que miren hacia adentro y no tanto hacia los lados.
ALEXANDRA PUMAREJO
@DeTuLadoConAlex