En casi todas las culturas estamos viendo una generación de jóvenes medio despistados y paralizados ante tanto problema y complejidad en el mundo actual.
Según el psicólogo William Damon, los adolescentes padecen globalmente de muy poco sentido de propósito y de cómo llegar a sus sueños, si es que los tienen.
Entre otros factores, estos jóvenes están creciendo con padres y maestros sobreprotectores que están impactando sus capacidades de autonomía y autogestión. Estos ‘padres helicópteros’ tratan de resolver cada frustración y de quitar todos los obstáculos para sus hijos, en una combinación de amor y miedo, que también siento constantemente como educadora. Todos queremos proteger a nuestros jóvenes de los males del mundo actual.
Y, sí, vivimos en una época de muchos peligros verdaderos. Mi hermanita y yo crecimos con llaves de la casa porque nuestra mamá trabajaba. Íbamos a la biblioteca en bus público y sin adultos, sin preocuparnos por peligros en el camino. Nuestros padres nos dieron mucha libertad, para bien y para mal, y cada experiencia nos enseñó algo sobre cómo manejar nuestras propias vidas sin tanta dependencia de los adultos.
Pero la autonomía durante los procesos de aprendizaje es otra cosa, y nada tiene que ver con los peligros de la calle. Los docentes contribuimos a la dependencia y parálisis de nuestros estudiantes cada vez que contestamos sus preguntas en lugar de equiparlos para buscar sus propias respuestas. También cuando tratamos de resolver sus frustraciones y conflictos en lugar de fomentar su capacidad de navegar y resolver sus propios problemas. Y los padres contribuyen ayudando demasiado con las tareas, o rescatándolos de situaciones que pueden manejar solos.
Hay estrategias que podemos usar para fomentar la autonomía, la más importante es preguntar, más que contestar. Controlar las ganas de salvarlos de situaciones que pueden manejar sin nosotros, en la vida y en el colegio, es otra parte clave. Cada vez que vamos al rescate de nuestros jóvenes para resolver sus conflictos, estamos perdiendo una oportunidad de apoyarlos en su camino a la autonomía.
Debemos recordar los momentos cuando nuestros jóvenes aprendieron a caminar, a nadar, a andar en bicicleta: aprendieron a hacerlo en el momento en que dejamos de agarrarlos de la mano. Tuvimos que dejarlos caer muchas veces para que pudieran aprender a hacerlo bien. Si el aula y la casa pueden convertirse en espacios de práctica y autonomía, podríamos ayudar mucho a crear una generación de jóvenes que sí saben qué quieren y cómo hacerlo.
JENNIFER D. KLEIN
Rectora del Gimnasio Los Caobos
COLUMNISTA INVITADA