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‘Con la IA no nos puede pasar lo mismo que con el cambio climático’
La mano dura no es la respuesta, pero se debe de llenar el vacío normativo.
El límite de la Inteligencia Artificial despierta dudas en la humanidad. Foto: iStock
Este puede ser el año en el que la Inteligencia Artificial (IA) transforme la vida cotidiana. Eso dijo Brad Smith, presidente y vicepresidente de Microsoft, en un evento sobre IA organizado por el Vaticano. Pero la declaración fue menos una predicción que un llamado a la acción. El evento, al que asistieron líderes de la industria y representantes de las tres religiones abrahámicas, buscó promover un enfoque ético y centrado en el ser humano para el desarrollo de la IA.
No hay duda de que esta está planteando un conjunto abrumador de desafíos operativos, éticos y normativos. Y abordarlos estará lejos de ser sencillo. Aunque el desarrollo de la IA se remonta a la década de 1950, los contornos de la tecnología y su probable impacto siguen siendo confusos.
Los avances recientes, desde el texto casi escalofriantemente humano producido por ChatGPT de OpenAI hasta las aplicaciones que pueden reducir años del proceso de descubrimiento de fármacos, arrojan luz sobre algunas dimensiones del inmenso potencial de la IA. Pero sigue siendo imposible predecir todas las formas en que la IA remodelará la vida humana y la civilización.
Esta incertidumbre no es nada nueva. Incluso después de reconocer el potencial transformador de una tecnología, la forma de la transformación tiende a sorprendernos. Las redes sociales, por ejemplo, se promocionaron inicialmente como una innovación que fortalecería la democracia, pero han hecho mucho más para desestabilizarla al facilitar la difusión de la desinformación. Es seguro asumir que la IA se explotará de manera similar.
Opacidad
Ni siquiera entendemos completamente cómo funciona la IA. Considere el llamado problema de la caja negra: con la mayoría de las herramientas basadas en IA, sabemos lo que entra y lo que sale, pero no lo que sucede en el medio. Si la IA toma decisiones (a veces irrevocables), esta opacidad plantea un grave riesgo, agravado por problemas como transmisión de sesgos implícitos a través del aprendizaje automático.
El mal uso de datos personales y la destrucción de puestos de trabajo son dos riesgos adicionales. Y según el exsecretario de Estado de EE. UU. Henry Kissinger, la tecnología de IA puede socavar la creatividad y la visión humanas a medida que la información llega a “abrumar” la sabiduría. A algunos les preocupa que la IA conduzca a la extinción humana.
Con tanto en juego, el futuro de la tecnología no puede dejarse en manos de los investigadores de IA y mucho menos de los directores ejecutivos de tecnología. Si bien la regulación de mano dura no es la respuesta, se debe llenar el vacío regulatorio. Ese proceso exige el tipo de compromiso global de base amplia que está moldeando cada vez más los esfuerzos para combatir el cambio climático...
Banderas de la Unión Europea Foto:EFE/EPA/STEPHANIE LECOCQ
La carrera por dominar la IA ya es una característica clave de la rivalidad entre Estados Unidos y China. Si cualquiera de los países impone límites a su industria de IA, corre el riesgo de permitir que el otro tome la delantera. Por eso, al igual que con la reducción de emisiones, es vital un enfoque cooperativo.
Los gobiernos, junto con otros actores públicos relevantes, deben trabajar juntos para diseñar e instalar barreras protectoras para la innovación del sector privado. Es más fácil decirlo que hacerlo. El consenso limitado sobre cómo abordar la IA ha resultado en una mezcolanza de regulaciones. Y los esfuerzos para diseñar un enfoque común en los foros internacionales se han visto obstaculizados por las luchas de poder entre los principales actores y la falta de autoridad para hacer cumplir la ley.
Pero hay noticias prometedoras. La Unión Europea está trabajando para forjar un instrumento ambicioso basado en principios para establecer reglas de IA armonizadas. La Ley de IA, que se espera que finalice este año, tiene como objetivo facilitar el “desarrollo y la adopción” de la IA en la UE, al tiempo que garantiza que la tecnología “funciona para las personas y es una fuerza para el bien”.
Desde la adaptación de normas de responsabilidad civil hasta la revisión del marco de seguridad de productos de la UE, la ley adopta el tipo de enfoque integral de la regulación de la IA que nos ha faltado.
No debería sorprender que la UE se haya convertido en pionera en la regulación de la IA, pues tiene un historial de liderar el camino en el desarrollo de marcos regulatorios en áreas críticas. Podría decirse que la legislación de la UE sobre protección de datos inspiró acciones similares en otros lugares, desde la Ley de Privacidad del Consumidor en California hasta la Ley de Protección de Información Personal en China.
Pero el progreso en la regulación global de la IA será imposible sin Estados Unidos. Y, a pesar de su compromiso compartido con la UE de desarrollar e implementar una “IA confiable”, EE. UU. está comprometido con la supremacía de la IA por encima de todo. Como señaló la Comisión de Seguridad Nacional sobre Inteligencia Artificial en un informe de 2021, EE. UU. debería apuntar a “cuellos de botella que imponen costos estratégicos significativos a competidores, pero costos económicos mínimos a la industria estadounidense”.
La rivalidad tecnológica tiene implicaciones geopolíticas obvias. Por ejemplo, el papel descomunal de Taiwán en la industria global de semiconductores le da influencia
Los controles de exportación que EE. UU. impuso en octubre pasado, que apuntan a los sectores de semiconductores y computación avanzada de China, ejemplifican este enfoque. Por su parte, es poco probable que China se desanime en su búsqueda para lograr la autosuficiencia tecnológica y, en última instancia, la supremacía.
Más allá de abrir el camino para que se manifiesten los riesgos generados por la IA, esta rivalidad tecnológica tiene implicaciones geopolíticas obvias. Por ejemplo, el papel descomunal de Taiwán en la industria global de semiconductores le da influencia, pero también puede poner otro objetivo en su espalda.
Se necesitaron más de tres décadas para que la conciencia sobre el cambio climático cristalizara en acción real, y todavía no estamos haciendo lo suficiente.
Dado el ritmo de la innovación tecnológica, no podemos darnos el lujo de seguir un camino similar en IA. A menos que actuemos ahora para garantizar que el desarrollo de la tecnología esté guiado por principios centrados en el ser humano, es casi seguro que lo lamentaremos. Y, al igual que con el cambio climático, lo más probable es que lamentemos nuestra inacción mucho antes de lo que pensamos.