Estamos viviendo la cuarta revolución industrial de la humanidad, impulsada en gran medida por los avances de las tecnologías digitales. Algunas, como internet y la inteligencia artificial (IA), están convergiendo y amplificándose mutuamente, con consecuencias de gran alcance para las economías y las sociedades. Para los países en desarrollo, las implicaciones son profundas, y las cuestiones relativas a las opciones políticas y la ‘idoneidad’ de las nuevas tecnologías se han vuelto urgentes.
Aunque parezca probable que las nuevas tecnologías alimenten el desempleo y agraven la desigualdad de ingresos, ningún país puede rechazarlas sin más. Por el contrario, los responsables políticos deben comprender la naturaleza polifacética y compleja de la adecuación (o inadecuación) de una tecnología para el desarrollo y, a continuación, buscar respuestas matizadas destinadas a maximizar los beneficios y minimizar los perjuicios.
En economía del desarrollo, una tecnología apropiada se define como aquella que se adapta al contexto psicosocial y biofísico imperante en un lugar y un periodo concretos. Estas herramientas se diseñan teniendo en cuenta los aspectos medioambientales, éticos, culturales, sociales, políticos y económicos de las comunidades a las que van destinadas. Así pues, la idoneidad de una tecnología para el desarrollo puede manifestarse en muchas dimensiones.
Por ejemplo, en comparación con las tecnologías de Europa y Estados Unidos, las de China e India suelen ser más apropiadas para las condiciones imperantes en los países menos desarrollados. Las tecnologías adecuadas para el África Subsahariana, por ejemplo, incluyen bombas manuales, productos farmacéuticos, teléfonos móviles y energía solar. Por el contrario, las tecnologías de automatización diseñadas para atender las necesidades de la envejecida sociedad japonesa no serían apropiadas para los países de renta baja y con una enorme población juvenil necesitada de trabajo.
La actual oleada de tecnologías digitales emergentes puede agruparse en tres categorías: las que mejoran la eficiencia, como la IA y los robots; las que mejoran la conectividad, como los dispositivos conectados a internet (desde teléfonos móviles hasta el internet de las cosas), las plataformas digitales y la realidad virtual; y las infraestructurales, como el 5G, la computación en la nube y el big data.
Los retos y escenarios
Centrémonos en las categorías de mejora de la eficiencia y la conectividad, que son las tecnologías aplicadas que utilizan directamente las organizaciones y los s individuales. Mi propio análisis de su idoneidad revela un panorama complejo en muchas dimensiones, como la económica, la técnica, la social, la medioambiental, la ética y la cultural. Por ejemplo, en la dimensión cultural, la idoneidad de una tecnología puede depender de las expectativas de una sociedad determinada sobre la privacidad individual. Y estas pueden diferir mucho: la expectativa de ‘privacidad en línea’ es significativamente menor en China que en la Unión Europea (con su ley sobre el ‘derecho al olvido’).
Aunque las tecnologías que mejoran la eficiencia prometen una mayor productividad al reducir los costes laborales en la producción, sabemos que la adopción generalizada de robots industriales y de la IA creará graves problemas sociales y económicos en términos de empleo y desigualdad de ingresos. Aunque todavía no hemos visto una sustitución de puestos de trabajo a gran escala, el potencial está ahí. Además, la deslocalización por parte de los países desarrollados de capacidades que ahora son susceptibles de robotización amenaza con cerrar la ventana de oportunidad para que los países menos desarrollados persigan la industrialización a través de la fabricación.
La IA y los robots industriales también requieren una gran capacidad de almacenamiento de datos, potencia de procesamiento y capacidades analíticas, un umbral de entrada elevado que impedirá que los países en desarrollo los adopten rápidamente y se pongan al día. Y el despliegue a gran escala de la IA también introducirá muchos desafíos éticos, lo que significa que el tiempo corre para que los responsables políticos establezcan salvaguardias y otras medidas para minimizar los daños.
En cuanto a las tecnologías que mejoran la conectividad, los beneficios económicos vienen en forma de menores costos de y mayores economías de escala. Al reducir las barreras de entrada, estas tecnologías pueden ayudar a incluir a las comunidades marginadas en la creación de valor, así como mejorar el a los recursos financieros y educativos y a la información, la sanidad y otros servicios públicos.
Un más fácil y oportuno a la información puede dar lugar a modelos totalmente nuevos de creación de valor. Aunque estas herramientas requieren infraestructura y competencias digitales básicas, el umbral es más bajo que en el caso de la IA y los macrodatos.
Las nuevas tecnologías siempre facilitan nuevas formas de trabajar y consumir. Pero la forma en que se difundan y adopten definirá la próxima fase de la productividad facilitada por la tecnología.
Destacan dos escenarios. En primer lugar, es posible que la IA y los robots industriales pronto sean ampliamente viables. De ser así, se producirá una mayor y más rápida deslocalización de la fabricación hacia los países industrializados, así como una mayor concentración de la fabricación en un menor número de grandes centros y países manufactureros. La industria manufacturera seguirá siendo un motor importante del crecimiento de la renta y de la industrialización, pero dejará de ser el motor principal de la creación de empleo. Las desigualdades de renta entre países aumentarán.
En segundo lugar, pocos comentaristas han abordado aún el potencial transformador y disruptivo de la impresión 3D, que podría sustituir al modelo de fabricación en serie. Si se mantienen las tendencias actuales, podríamos asistir a una drástica compresión de la cadena de valor global en una sola máquina.
¿Qué hacer?
Ante estas tendencias, los responsables políticos de los países en desarrollo deberán centrarse en cuatro prioridades. La primera es acelerar la digitalización. Hace tiempo que es evidente que las tecnologías digitales tienen el potencial de ser tan revolucionarias como lo fue la electricidad para una generación anterior. Cuanto antes las adopten, más posibilidades tendrán de seguir el ritmo o incluso de superar a las herramientas y métodos actuales. Por el contrario, rechazar las nuevas tecnologías prácticamente garantiza quedarse más rezagado.
Por lo tanto, los países en desarrollo deben hacer todo lo posible para aumentar las inversiones en infraestructura digital. Esto podría significar la instalación de banda ancha; la extensión de 4G o incluso 5G a zonas más allá de las grandes ciudades; la construcción de instalaciones para el almacenamiento y análisis de big data; el desarrollo de competencias digitales en la mano de obra; la ayuda a las pequeñas y medianas empresas a llevar a cabo sus propias transformaciones digitales; la creación de capacidades reguladoras para supervisar el desarrollo digital; y –si se presenta la oportunidad– el desarrollo de robots o capacidades de producción potenciadas por IA.
En este caso, la velocidad es esencial, porque la inteligencia artificial, los robots industriales y la impresión en 3D aún no son económicamente viables a escala mundial. Hasta que lo hagan, la deslocalización y relocalización de la producción mundial y las cadenas de valor avanzarán a un ritmo relativamente lento, y los países en desarrollo seguirán teniendo una oportunidad (cada vez menor) de ponerse al día mediante la industrialización basada en la fabricación. Sin embargo, se tratará de un nuevo modelo de industrialización, fundamentalmente diferente del camino seguido anteriormente por los países desarrollados y, más recientemente, por países como Japón, Corea del Sur y China. La nueva industrialización se basará necesariamente en la actual revolución digital.
Una segunda prioridad es aprovechar las oportunidades de desarrollo de un sector de servicios digitalizado. Numerosos estudios demuestran que el internet móvil, las plataformas digitales y la economía colaborativa han tenido un impacto significativo en el desarrollo, a pesar de todos los retos de gobernanza que conllevan. Los países que han adoptado estas innovaciones, especialmente dentro de las categorías de infraestructura y mejora de la conectividad, han sido capaces de ampliar el alcance de los servicios y productos existentes, así como de empoderar a los innovadores individuales, especialmente en las comunidades marginadas.
Además, los esfuerzos por integrar la economía digital con la producción manufacturera y de servicios tradicional mejorarán la productividad y competitividad de esas empresas, permitiéndoles ampliar su mercado. Las tecnologías digitales también hacen que algunos servicios no comercializables sean comercializables, al desvincular los servicios de sus proveedores, como ya estamos viendo en la educación, la sanidad, la banca móvil y el streaming de video. Estos servicios digitalizados y más comercializables pueden convertirse en un importante motor del crecimiento económico. Es cierto que aún se debate hasta qué punto puede funcionar un modelo de desarrollo económico impulsado por los servicios. Aun así, el aumento de los ingresos, la creación de empleo y los beneficios en materia de bienestar y capacitación que conllevan los servicios digitalizados son importantes para cualquier país.
El futuro del trabajo
Una tercera gran cuestión es el futuro del trabajo. Aunque la industria manufacturera seguirá siendo un motor de crecimiento de los ingresos, será un motor mucho menos potente de creación de empleo. La organización del empleo en muchos sectores, especialmente en los servicios intensivos en conocimiento, será más flexible y descentralizada gracias al trabajo a distancia. Aunque cada vez habrá más obreros fuera de los grandes centros de trabajo manufactureros, las tecnologías que mejoran la conectividad ayudarán a reducir las barreras a las que se enfrentan las comunidades marginadas de la base de la pirámide.
Una vez más, existe un debate sobre la conveniencia de estos cambios en general, porque el trabajo manual en las grandes empresas manufactureras ha sido durante mucho tiempo una fuente de estabilidad financiera y movilidad social ascendente. El trabajo autónomo y a distancia exigirá más autodisciplina, automotivación y autoorganización. Sin embargo, estos trabajadores también disfrutarán de mayor autonomía, flexibilidad y un mejor equilibrio entre vida laboral y personal. Asistiremos a cambios perturbadores generalizados en el mercado laboral, así como a nuevos modelos de producción, consumo, desplazamientos diarios al trabajo, etc.
Visión de futuro
Por último, pero no por ello menos importante, los responsables políticos deberán prestar atención al potencial lado oscuro de las tecnologías emergentes. Se ha debatido mucho sobre la introducción de un ‘impuesto sobre los robots’ para contener los efectos negativos de la IA y la automatización industrial. Pero aún más importantes son los incentivos políticos para orientar el flujo de recursos humanos y financieros de la investigación y el desarrollo a la innovación y la comercialización. Por ejemplo, una idea es introducir una Puntuación de Tecnología Apropiada, que luego influiría en las decisiones relativas a I+D, transferencias de tecnología y decisiones de inversión. Este tipo de enfoque ‘ex ante’ sería más eficaz que los impuestos ‘ex post’ sobre el despliegue de la IA y los robots en la producción.
Algunos pueden objetar que incentivar la ‘tecnología apropiada’ podría hacer que las empresas, los sectores o los países se quedaran rezagados respecto a la frontera tecnológica. Pero tecnología apropiada no significa tecnología menos avanzada. Internet móvil es más apropiado para los países en desarrollo que carecen de cables de internet y se enfrentan a limitaciones económicas, técnicas y geográficas para desplegar esa infraestructura. Del mismo modo, los es solares son ideales para regiones remotas, desérticas o tropicales.
Por encima de todo, las políticas gubernamentales y los esfuerzos de cooperación internacional deben hacer hincapié en el desarrollo de infraestructuras, competencias y capacidad reguladora en la economía digital. Estos son los ingredientes necesarios para garantizar que los países en desarrollo puedan adquirir las competencias necesarias y competir en la actual revolución industrial. El camino que tomaron los actuales países industrializados ya no está abierto. La era digital exige un nuevo modelo de modernización.
XIAOLAN FU (*)
© PROJECT SYNDICATE
OXFORD
(*) Directora y fundadora del Centro de Tecnología y Gestión para el Desarrollo, fundadora de OxValue.AI y profesora de Tecnología y Desarrollo Internacional en la Universidad de Oxford.