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El año en que todo cambió / Análisis de Ricardo Ávila

En los últimos 12 meses, Gustavo Petro ha dejado de ser mayoritariamente popular en las encuestas.

Aunque la mayoría de los votantes en Colombia aún se identifica con la orientación política de centro, la derecha ha empezado a crecer.

Aunque la mayoría de los votantes en Colombia aún se identifica con la orientación política de centro, la derecha ha empezado a crecer. Foto: iStock

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A primera vista, los diciembres se parecen: las luces de Navidad, los villancicos, los centros comerciales a reventar, el tráfico infernal de las grandes ciudades, junto con los compromisos sociales y familiares, todo forma parte de la realidad que acompaña los últimos días del calendario. Pero detrás del ciclo de las repeticiones, están los cambios que a veces hay que buscar debajo de la superficie, algo que aplica tanto para las personas como para los países.
Y en lo que atañe a Colombia, la coyuntura de finales de 2023 es bien distinta a la del año pasado. Así lo acaba de confirmar la más reciente encuesta de Invamer, que fue dada a conocer a mediados de esta semana, y cuya particularidad es la de haber medido bimestralmente el clima de opinión en el país a lo largo de casi tres décadas.
El veredicto del sondeo es claro. Los colombianos son más pesimistas que en el pasado reciente: tres de cada cuatro piensan ahora que las cosas están empeorando, cuando hace 12 meses eran dos de cada tres. La percepción frente a temas como costo de vida, corrupción, guerrilla, calidad de la salud, narcotráfico o relaciones internacionales ha empeorado en forma sustancial.
De la mano de ese deterioro, la imagen de los gobernantes ha sufrido y en particular la de Gustavo Petro. La misma muestra revela que si un año atrás la mayoría de los entrevistados respaldaba la gestión del actual Presidente, ese ya no es el caso. De acuerdo con Invamer, un 66 por ciento desaprueba lo hecho por el mandatario, mientras que el 26 por ciento lo aprueba.
Un déficit de 40 puntos porcentuales es significativo para la cabeza de una istración que apenas viene de completar una tercera parte de su periodo.
Y si bien otras encuestas muestran un margen más estrecho –cercano a los 30 puntos– el mensaje de fondo es que el actual Gobierno dista mucho de asemejarse al de 2022, cuando contaba con una amplia coalición parlamentaria y un cómodo respaldo popular. Haber perdido ambas ventajas sin duda constituye todo un hito político.
Varios ejercicios de medición sugieren que el país se inclina más hacia la derecha, algo que se nota en diferentes grupos de edad, comenzando por los jóvenes
Al tiempo que eso ocurre, las orientaciones de la ciudadanía también son diferentes. Varios ejercicios de medición sugieren que el país se inclina más hacia la derecha, algo que se nota en diferentes grupos de edad, comenzando por los jóvenes.
Aunque la mayoría de los votantes todavía se describen como pertenecientes al centro, la nueva tendencia es llamativa. No faltará quien diga que por aquí soplan los mismos vientos que empiezan a correr por otras naciones de América Latina en donde la llamada “ola rosa” se encuentra en retirada y el péndulo parece haberse movido a un lugar distante de la izquierda.
Pero aún sin entrar en ese debate, las implicaciones tanto en materia de gobernabilidad como electorales –con miras a 2026– son evidentes. Todo dependerá, para quienes piensan en esa cita con las urnas, de si la fotografía seguirá siendo la misma, pues la realidad es dinámica. Pero hasta el momento es innegable que el panorama del presente se asemeja muy poco al de la Navidad pasada.

El declive

Las causas de que eso sea así son múltiples, pues en la calificación de los gobernantes se mezclan elementos objetivos y subjetivos. Lo usual en ausencia de grandes crisis –como la ocasionada por protestas masivas o tragedias naturales– es que el desgaste sea un proceso gradual, algo que por lo general hace que los mandatarios tomen decisiones para recuperar aire. Desde enero pasado los sondeos de la propia Casa de Nariño mostraban que la favorabilidad presidencial era más negativa que positiva.
Lejos de moderar el discurso, Gustavo Petro optó por elevar la apuesta pocas semanas más tarde y llamar a sus huestes con el fin de utilizar el poder de la calle como forma de presión en favor de sus propuestas. Sin embargo, desde un comienzo quedó claro que la movilización popular tenía sus límites. Aun así, el Ejecutivo decidió radicar en el Congreso la reforma de la salud, la primera, y tal vez la más polémica de las tres iniciativas del paquete social, a la cual se sumarían posteriormente los proyectos laboral y de pensiones.
Era claro que el texto impulsado por Carolina Corcho generaba grandes reservas en otros integrantes del gabinete ministerial. Los esfuerzos de conciliación interna resultaron infructuosos, lo cual derivó en un cisma que condujo a la salida de Alejandro Gaviria de la cartera de Educación.
Casi en paralelo apareció el primer gran escándalo, por cuenta de las denuncias que involucraron el hijo y al hermano del Presidente de la República, referentes a la recepción de dinero de personas cuestionadas con destino a la campaña electoral de 2022. Sin entrar en los pormenores del caso que hoy esté en manos de la justicia, las acusaciones golpearon un proyecto político que había prometido distanciarse de las prácticas de los barones tradicionales y una de cuyas banderas había sido la lucha contra la corrupción.
Así comenzó una secuencia de deterioro que se caracterizó por las heridas auto infligidas. En ausencia de una oposición fuerte que le hiciera un verdadero contrapeso, el propio Gobierno se caracterizó por “dispararse en el pie” en repetidas ocasiones.
Y en esa categoría puede incluirse un giro hacia la radicalización, que comenzó con la expulsión en abril de los ministros que formaban parte de la línea moderada. Lo anterior impactó a los votantes de centro y tuvo repercusiones en el Capitolio. De otro orden, pero también dañinos, fueron los episodios que involucraron a Laura Sarabia y Armando Benedetti.
No menos importante a los ojos del público acabó siendo el estilo presidencial, caracterizado por los incumplimientos de la agenda de compromisos y las ausencias sin explicación. Los constantes retrasos dieron lugar a una feria de rumores no sustanciados, que en cualquier caso minaron la calificación del Primer Mandatario.
Desatadas esas fuerzas, las consecuencias se verían en los meses siguientes. Aparte de que las reformas encontraron sucesivos tropiezos en la Cámara y el Senado, los resultados de las elecciones regionales mostraron un descalabro de la izquierda que cedió mucho terreno, comenzando por las capitales más importantes.
En el entretanto, la economía perdió ritmo y aunque la inflación disminuyó, lo hizo a paso lento. En materia de seguridad, los reportes a nivel urbano y rural mostraron un deterioro que incluyó el aumento de crímenes como la extorsión y el secuestro, además de un alza en los homicidios.

Otra perspectiva

¿Cómo explican los expertos lo sucedido? La encuesta polimétrica, que elabora Cifras y Conceptos, aporta varias luces al dividir a los ciudadanos en varios segmentos: desconectados, creyentes, inconformes, expectantes y escépticos. Para César Caballero, fundador de la firma, “la opinión pública en Colombia no está polarizada sino fragmentada”.
A partir de esa visión, puede decirse que el petrismo se ha debilitado, pues entre noviembre de 2022 y el mes pasado la proporción de creyentes pasó de 37 al 14 por ciento, mientras la de los expectantes –que todavía le dan el beneficio de la duda a la istración– se movió del 20 al 13 por ciento. En contraste, los apáticos y los contradictores aumentaron de manera notoria. “Petro agotó una parte muy importante de su base electoral”, señala Caballero.
Otros diagnósticos apuntan en la misma dirección. Para el analista Miguel Silva, quien está a cargo de un ambicioso trabajo de investigación todavía en desarrollo –que incluye herramientas cualitativas y cuantitativas– “la gente está muy desilusionada por cuenta de tres factores principales: el costo de las cosas, comenzando por el precio de la gasolina, la inseguridad en la calle y la percepción de que el Presidente no trabaja lo suficiente para hacer los cambios esperados, porque es incumplido y se pierde”. Y agrega: “en resumen, hay cuestionamientos tanto al fondo como a la forma”.
No obstante, esa apreciación, los conocedores subrayan que sería un error pensar que las cosas seguirán así durante lo que queda del cuatrienio o que el Ejecutivo se encuentra arrinconado. Para comenzar, se han hecho correctivos que no son de orden menor.
Por ejemplo, la Casa de Nariño, que se caracterizó por su manejo disfuncional en una primera etapa, funciona de manera más sincronizada actualmente. Quienes saben del asunto sostienen que los “verónicos” –el remoquete que recibieron los funcionarios cercanos a la Primera Dama– han venido siendo remplazados por “los emes”, antiguos militantes del M-19, cuya labor es más profesional. Como consecuencia, la sensación de caos ha disminuido. No solo hay un mayor seguimiento de los temas, sino que incluso el jefe del Estado ha empezado a llegar a tiempo a sus compromisos.
La Casa de Nariño, que se caracterizó por su manejo disfuncional en una primera etapa, funciona de manera más sincronizada actualmente
Al mismo tiempo, los acercamientos al sector privado comenzaron a rendir frutos, como lo muestra la millonaria inyección de recursos que recibirá la Guajira.
Aquellos que piensan con el deseo anhelan que un reajuste parcial del gabinete lleve a la salida de los ministros más desgastados, comenzando por Cancillería e Interior. Eventualmente esos y otros reemplazos –junto con progresos en la construcción del publicitado Acuerdo Nacional– permitirían que la agenda legislativa avance y que los proyectos bandera sean aprobados por el Congreso antes de junio próximo.
Si algo de ese estilo le permitirá al Gobierno reverdecer sus laureles, es algo que solo se sabrá con el tiempo. Como lo muestra la experiencia, resulta muy difícil recuperar la popularidad perdida, por cuenta del desgaste propio de ejercer el poder, las equivocaciones y las expectativas insatisfechas.
Además, todos los presidentes tienden a encerrarse en su burbuja de cristal, con lo cual solo escuchan a quienes los aplauden. Cuando salen de Palacio y van a cualquier lugar de la periferia en donde normalmente son recibidos con entusiasmo, se convencen de que las encuestas mienten o reflejan un mal cubrimiento por parte de los medios de comunicación, que incluso se llega a tildar de conspiración.
Basta escuchar con atención los discursos que pronunció Gustavo Petro la semana pasada al pasar por varios municipios para concluir que esos sentimientos siguen latentes. Es por ello que también están los que piensan que realmente lo que viene es más de lo mismo, ante lo cual el Ejecutivo no conseguirá salir del círculo vicioso de la impopularidad.
Sea como sea, vale la pena describir la actitud de los electores. El sondeo de Polimétrica muestra que una proporción creciente de los colombianos se agrupa ahora a la derecha: una tercera parte en el estudio de noviembre, que contrasta con el 12 por ciento observado en septiembre de 2021. En cambio, los que dicen ubicarse a la izquierda cayeron a la mitad: 30 por ciento hace un año y 15 por ciento en la muestra más reciente.
Y si bien el centro es mayoritario, como ha sido tradicionalmente la norma, bien puede hablarse de un giro en la ciudadanía. Para la politóloga Mónica Pachón, “en últimas la gente acaba revalorizando su posición política al darse cuenta de que esos que se hicieron fuertes oponiéndose al establecimiento tampoco tenían las respuestas y podrían llegar a empeorar una realidad que ya era difícil”.
De tal manera, el campo está abierto para que comiencen a construirse propuestas alternativas con miras a 2026. En ese proceso, la suerte de los alcaldes y gobernadores que asumen sus cargos el primero de enero será clave, tanto como la actitud de un gobierno nacional que, a la luz de las encuestas, perdió el año que termina y aspira a enmendar la plana en el que viene.
RICARDO ÁVILA
ANALISTA SÉNIOR
Especial para EL TIEMPO

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