La batalla contra la comida chatarra que han desplegado los papás colombianos a través de organizaciones de la sociedad civil es una tarea de gran aliento que merece contar con aliados desde todas las orillas de la comunidad.
Y no es para menos, a juzgar por el papel determinante que en la creciente epidemia de obesidad infantil tienen los altos niveles de azúcar libre, grasas saturadas, sodio y otros carbohidratos en la mayoría de los alimentos procesados y bebidas envasadas de manera industrial.
Es imperativo tomar en serio la clara evidencia que demuestra que estos productos promueven desenlaces ligados a los males cardiovasculares, la diabetes, más de una decena de cánceres, depresión y desórdenes alimentarios que podrían atenuarse con modificar hábitos y evitar que los menores los consuman.
Esto suena lógico y necesario, pero es uno de los cometidos más difíciles por culpa de muchos intereses que cabalgan sobre la maleabilidad de los gustos y preferencias, en especial de los menores, en cuanto a la comida y que son aprovechadas en las estrategias de mercadeo.
Para no ir muy lejos, un estudio de las universidades Javeriana y de Carolina del Norte (EE. UU.) demostró con rigor que los niños están expuestos a contenidos publicitarios de productos de consumo masivo en una proporción mayor que los adultos, y muchos productos no son tan saludables como se esperaría.
Es imperativo tomar en serio la clara evidencia que demuestra que estos productos promueven desenlaces ligados a los males cardiovasculares, la diabetes y más de una decena de cánceres.
Y es que decir, según cifras oficiales del 2010, que uno de cada cinco menores de 9 años marcha por la peligrosa senda del sobrepeso se trasforma en un problema de salud pública que exige medidas urgentes para contenerlo. Y en tal sentido, todas las propuestas pertinentes y sensatas deben ser bien recibidas.
De ahí que la iniciativa de Red PaPaz de motivar en el país una conversación pública acerca de la inconveniencia de exponer a esta población a la publicidad y promoción de productos ultraprocesados y con altos contenidos de ingredientes nocivos sea un paso en el camino correcto.
Por eso, autoridades del ramo, padres y empresas, pensando en el bienestar colectivo, deben elaborar la lonchera, para decirlo gráficamente. Es hora de que la industria de alimentos y bebidas revise sus principios de autorregulación y los redefinan en caso de que sus resultados diverjan del ineludible compromiso de proteger y respetar a sus consumidores.
Y forma parte de ese respeto que en los etiquetados, además de las bondades, también se expongan con claridad los potenciales riesgos derivados del consumo de todos los alimentos cuya venta es legal. Aquí no debe haber reparos, tratándose de la salud de la gente.
Los perjuicios de la comida chatarra se comprueban con evidencia científica, y los debates sobre alimentos y bebidas industriales tienen un carácter mundial y ya han dejado desenlaces que vale la pena tener en cuenta.
Y en ese contexto, el país ya está maduro para iniciar una tarea colectiva seria, pues esto representa vidas y años de vida saludable que se pierden de manera consciente.