Las guerras –es lugar común decirlo– se sabe cómo empiezan, pero no cómo terminan, ni cuándo, ni cuánto cuestan en vidas, en destrucción ni en dolor. Siempre es así. Y la que libran Israel y Hamás, que se inició aquel triste 7 de octubre, cuando el grupo terrorista entró al país hebreo, mató a más de 1.200 personas y secuestro a más de 230, no es la excepción.
Lo que ha seguido, luego de la impresionante respuesta armada de Israel contra Hamás asentado en la franja de Gaza, aun con la población civil de por medio, ha sido infernal. El tablero de la muerte no se detiene. Esos ataques, en busca de exterminar a los terroristas agresores, han dejado ya, según el Ministerio de Salud Gazatí, 32.333 muertos, entre ellos más de 12.000 niños. Y un escenario de destrucción, de hambre y de dolor, que el mundo ha condenado y pide, cada vez con más insistencia, ponerle fin.
Por eso se recibió ayer como una noticia alentadora la decisión de que, luego de cuatro intentos fallidos, el Consejo de Seguridad de la ONU aprobó una resolución en la que se pide un alto el fuego en aquella terrible confrontación. Una resolución aprobada por 14 votos y una sorpresiva abstención, la de Estados Unidos, amigo de Israel, que en las anteriores ocasiones la había bloqueado.
EE. UU. ha dado un paso importante y debe continuar ese camino. Todos deben entender que los palestinos inocentes están de por medio.
Pese a su tardanza, ese histórico documento que no solo pide el alto al fuego inmediato durante el mes del Ramadán (que va hasta el 9 de abril), y “que conduzca a un cese de hostilidades verdadero”, sino la libertad de los rehenes israelíes en manos de los terroristas de Hamás. Es lo más justo. Y agrega, con el necesario perfil humano, “la urgente necesidad de expandir el flujo de asistencia humanitaria y reforzar la protección de los civiles...”.
Todo ello es apremiante. Cada hora cuesta en vidas y hambre. Unicef y Naciones Unidas han advertido sobre la inseguridad alimentaria. En Gaza hay, dijo Unicef recientemente, unos 350.000 niños y niñas menores de 5 años en riesgo de desnutrición grave. “Si no se hace nada, tememos que la hambruna generalizada sea casi inevitable”, dijo la ONU.
Esta decisión del Consejo de Seguridad de la ONU, conformado por las cinco potencias más poderosas del mundo, es un paso importante. Lo triste es que el nuevo escenario no deja ver la anhelada luz al final de túnel. El primer ministro Israelí, Benjamin Netanyahu, enfiló baterías contra la Casa Blanca. No le gustó que permitiera con su abstención la aprobación de la mencionada resolución. Y, además, retiró a sus negociadores de Doha (Catar), pues cree que están en un “callejón sin salida” debido a las ilusorias demandas de Hamás, que cree que con la decisión de la ONU los envalentone. Hamás pide un alto el fuego permanente y la retirada israelí de Gaza, además de la devolución de todos los prisioneros. Lo deseable es que se imponga la mesura en todos los escenarios.
En todo caso, hay que confiar en que sí hay esperanzas y que la resolución de la ONU es un primer paso para detener la guerra. Y así como la diplomacia mundial parece haber entendido el camino a seguir, los actores involucrados, Israel y Hamás, deben entender que la población inocente está de por medio y que no puede llegar a Gaza primero la hambruna que las soluciones de paz y de humanidad.