El viernes pasado el peso colombiano sumó una tercera jornada consecutiva de respiro en su comportamiento frente al dólar de Estados Unidos. La semana terminó con una tasa representativa del mercado (TRM) de 4.395 pesos, es decir, una caída en tres días de más de 230 pesos. No obstante, antes de este descenso, el precio de la moneda estadounidense en Colombia sumó siete días con máximos históricos consecutivos, hasta alcanzar el miércoles pasado los 4.627 pesos.
Si bien la semana concluyó con una dosis de calma, la disparada de la devaluación ha despertado, con justa razón, preocupaciones y temores en la economía. En lo corrido del año 2022, el peso se ha devaluado alrededor del 10 por ciento, mientras que, desde la segunda vuelta presidencial del pasado 19 de junio, la divisa colombiana ha perdido un 12 por ciento de su valor.
La fortaleza del dólar es un fenómeno de naturaleza internacional. En las últimas semanas, factores como los crecientes temores a una eventual recesión económica tanto en Estados Unidos como a nivel global han robustecido la moneda estadounidense en comparación no solo con divisas de países emergentes, sino también con respecto a la Unión Europea. De hecho, la semana pasada, por primera vez en 20 años el euro cayó al mismo nivel del dólar estadounidense.
La guerra en Ucrania ha desatado drásticas consecuencias económicas para los países de Europa occidental. Ha generado una profunda crisis de suministro energético a raíz de la dependencia europea del gas y los hidrocarburos rusos. La subida de precios y la disrupción en la distribución de importantes ‘commodities’ agrícolas, insumos agropecuarios y productos alimenticios básicos han elevado los índices de inflación por toda Europa, descarrilando la reactivación pospandemia del Viejo Continente y deteriorando sus perspectivas económicas.
Esta combinación explosiva de las distorsiones en las cadenas globales de suministro –que persisten como coletazo de la pandemia–, los altos costos de las materias primas y la volatilidad de las cotizaciones mundiales del petróleo continúan alimentando las fuertes presiones inflacionarias en todo el mundo, incluida Colombia, con niveles no registrados en varias décadas. Con los índices de precios al consumidor disparados tanto en las economías ricas como en los países emergentes, los bancos centrales en el planeta, incluyendo la Reserva Federal estadounidense, han venido subiendo agresivamente las tasas de interés, con la intención de controlar la inflación, y los mercados esperan que lo sigan haciendo en los próximos meses.
A esto se añade un debilitamiento de la economía china –afectada por las consecuencias de severos confinamientos y de la política de tolerancia cero al coronavirus– con serios efectos sobre los pronósticos de la actividad productiva en el resto del mundo. Lo anterior se viene conjugando desde hace varios meses para frenar el ritmo en que la economía global venía recuperándose del choque de la pandemia de covid-19. En otras palabras, el panorama económico para este 2022 viene en franco deterioro. Todos estos factores contribuyen en simultánea para aumentar el atractivo global de comprar dólares e incluso refugiarse en esta moneda.
El gobierno entrante necesita continuar enviando señales de claridad a los mercados sobre políticas claves como la reforma tributaria, el futuro de Ecopetrol, la reforma agraria y los nuevos impuestos
A pesar de estas fuerzas internacionales en juego, lo cierto es que el impacto en Colombia de la fortaleza de la moneda estadounidense es mucho mayor que en otros países de la región. De hecho, el peso colombiano, después del peso argentino y el peso chileno, registra el peor desempeño de las divisas latinoamericanas en lo corrido del año. No es mucho lo que una economía del tamaño de la colombiana puede hacer para impactar estos factores globales, pero eso tampoco implica que el país se deba cruzar de brazos y les cierre las puertas a discusiones basadas en argumentos técnicos, que permitan abordar con ponderación medidas para afrontar y mitigar este fenómeno.
La junta directiva del Banco de la República ha entendido acertadamente que cualquier intervención cambiaria ejercería muy poco contrapeso a estas poderosas tendencias que favorecen el fortalecimiento del dólar en el mundo. Sin embargo, este alto precio de la divisa estadounidense termina perjudicando en general la economía nacional, encarece muchos productos y deudas y tiene un negativo efecto ‘sicológico’ en los agentes económicos.
Sin desconocer el gran peso de estos factores internacionales, no se debe destacar de tajo la incertidumbre económica de carácter local. El gobierno entrante necesita continuar enviando señales de claridad a los mercados sobre políticas claves como la próxima reforma tributaria, el futuro de Ecopetrol, la reforma agraria y los nuevos impuestos. El dólar alto, sumado a la galopante inflación, marcará el arranque económico de la nueva istración.
EDITORIAL