Salió hace unos días, en este mismo diario, una bella crónica titulada ‘Los jóvenes que utilizan el cine para cambiar la cara de Bosa’. Es el retrato de un grupo de ciudadanos –el llamado Proyecto Motete– que ha redescubierto la importancia de contar su lugar en el mundo y de hacer arte para transformar los destinos. A pesar de los líos de presupuestos, que no son nada fáciles de reunir, de agosto de 2020 en adelante comenzó a darse el cine, el teatro, la danza, la música en la localidad 17 de Bogotá. Fue una demostración de que en Bosa hay muchos talentos conscientes del valor de mostrar lo que se ve desde la propia esquina y de narrar lo que se vive en cada sitio.
Bosa ha sido un lugar importante para la historia de Bogotá. Fue tierra muisca hasta que se encontraron allí aquellos tres conquistadores españoles –Gonzalo Jiménez de Quesada, Nicolás de Federmán y Sebastián de Belalcázar– a pactar la paz mientras la corona les repartía el nuevo mundo. Bosa se desarrolló durante la Colonia, vio la disolución del resguardo indígena, fue escenario de la batalla contra el caudillo Melo y fue un poblado pequeño hasta que la Violencia del siglo XX la convirtió en refugio de desplazados. Hoy es enorme. Se acerca a los ochocientos mil habitantes. Y lidia, como puede, con los problemas de cualquier ciudad: Proyecto Motete es una idea genial en ese sentido.
La citada crónica sobre Motete se centra en la producción de una película, Bosa mágica, un conmovedor documental –con un pie en el periodismo y el otro en la ficción– producido por el colectivo audiovisual Circuito Chontaduro. Se estrenó en la plaza de mercado Bosa Centro ante un puñado de espectadores. Y fue el exitoso comienzo de un proyecto de largo aliento que busca contar la localidad vital que nadie ve: “Sabemos que cosas negativas pasan todos los días, pero nuestra decisión es resaltar lo positivo de nuestro barrio”, dijo el promotor Bryan Vásquez. Y es, en verdad, una gran idea.
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