Cuando uno habla de celebración es porque hay regocijo, alegría y emoción por algo. En este caso, en mi corazón hay una mezcla de emociones pues sí celebro lo que hemos logrado con las mujeres rurales colombianas a las que hemos animado y acompañado para que sus historias de vida pasen de la pobreza absoluta a la generación de ingresos y mejor bienestar en el campo, siendo ejemplo para su comunidad y su familia. Sin embargo, esa celebración me llena de más y más retos, al verme conmovida por historias como la de María Alicia, una mujer productora de fresas de Cundinamarca, quien ha dedicado su vida al campo colombiano, como dice, la casaron a muy temprana edad y quedó viuda en plena flor de la vida con seis hijos.
Hoy María Alicia lidera una asociación en la que algunos de sus hijos y nueras la acompañan para poder vender su fresa en una cadena de restaurantes. Pero ella lleva una preocupación grande y es que no puede parar de trabajar porque con 74 años no tiene pensión y entonces ¿de qué vive? Por eso dice que el campo es bonito y oloroso, pero el trabajo es pesado. Sin haber escuchado nunca sobre la opción de una protección para su vejez, solo le queda una esperanza como dice ella misma: “Que eso no se repita con mis hijos, nueras y nietos…”.
Pero esta es una realidad que se vive en Colombia. Según ONU Mujeres, más del 50 por ciento de las niñas del campo se casan a muy temprana edad, lo que les impide tener a la educación, a un empleo formal y las lleva a ser víctimas de violencia doméstica. La vida de nuestras mujeres campesinas no es sencilla; alejadas de la contaminación citadina viven inmersas en una realidad que les plantea otro tipo de dificultades, y reivindicarlas es el deber de todos los que tenemos la posibilidad de hacerlo.
Esa posibilidad de contar con nuevas historias de vida es la que nos permite convencer a las nuevas generaciones de vincularse al campo con tecnología.
El 15 de octubre se conmemoró el Día Internacional de la Mujer Rural, y viendo que el significado de conmemorar es solemnizar, que equivale a engrandecer, inmediatamente entra en mí el mejor de los sentimientos, pues mueve mi corazón porque quiero hacer visible la grandeza de las mujeres rurales colombianas, que tengan grandes sueños hechos realidad al convertise en empresarias, que sus anhelos crezcan y que con el programa de 500.000 agroempresarias de la Corporación Colombia Internacional (CCI) —una meta al 2030— logremos que sus productos, que resultan de su trabajo con asociaciones formales, lleguen a facturar al mercado local e internacional y logren ingresos que se traducen en bienestar.
Esa posibilidad de contar con nuevas historias de vida es la que nos permite convencer a las nuevas generaciones de vincularse al campo con tecnología, que crean que es posible alimentar a otros, que pueden llevar a su territorio a muchos visitantes y que reciban ingresos al mostrar el mejor de sus paisajes, que pueden demostar que vale la pena cuidar los recursos naturales y que pueden aprender a llevar sus cuentas y pagar sus créditos. Son estas y muchas oportunidades las que mueven mi pasión ante la capacidad creadora y tranformadora que las hace únicas y por eso sí conmemoro el Día Internacional de la Mujer Rural, porque no hay mejor motivo que engrandecer su ser y su gran labor.
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