La expresidenta de Costa Rica, Laura Chinchilla, escribió en marzo del año pasado un
artículo sobre cómo su gobierno se convirtió en un punto de inflexión para toda una generación de mujeres costarricenses. Sin embargo, no todo fue positivo; haber sido la primera mujer en alcanzar la presidencia de Costa Rica reforzó estereotipos de género en los medios, a la vez que activó un doble estándar. Doble estándar que no solo le fue aplicado a ella, también a Michelle Bachelet en Chile, a Cristina Fernández de Kirchner en Argentina y a Dilma Rousseff en Brasil;
a todas ellas se les juzgó de forma más dura que a los hombres que las habían precedido. Según Chinchilla, este doble estándar explicaría el porqué después de los gobiernos de estas mujeres no hubiera habido relevos femeninos.
Las transformaciones culturales que permitieron que la mujer ocupara cargos de mayor poder en el Estado no han sido suficientes para eliminar del todo el sexismo y las prácticas machistas. En su artículo, Chinchilla también identifica a Margarita Zavala, excandidata a la presidencia de México, y a Marta Lucía Ramírez como las únicas mujeres en la contienda presidencial del año pasado en América Latina, pero no hace ninguna referencia a sus diferencias con las exmandatarias antes mencionadas.
¿De qué sirve reducir la brecha de género en el liderazgo político si los programas de gobierno que siguen ciertas líderes van en contravía de sus propios derechos?
El gobierno Duque se ufana de tener el primer gabinete paritario y la primera vicepresidenta del país, pero ¿qué significa esto en la práctica?
¿Cómo es que Marta Lucía Ramírez puede hablar de igualdad de género y participación política de la mujer mientras defiende las ideas de la corriente política más retrógrada del país? ¿En qué momento la agenda feminista se convirtió en una herramienta útil al capitalismo?
¿De qué sirve reducir la brecha de género en el liderazgo político si los programas de gobierno que siguen ciertas líderes van en contravía de sus propios derechos?
Según Nancy Fraser, académica feminista estadounidense, la respuesta habría que buscarla en el feminismo de la segunda ola que se originó en los movimientos contestatarios de los años 60 y comienzos de la década de 1970.
Si el feminismo de la primera ola permitió que las mujeres pudieran ejercer su derecho al voto e ir a la universidad, el de la segunda ola llevó a cabo una crítica del capitalismo en lo económico, político y cultural. Una de las críticas del feminismo de la segunda ola era el androcentrismo del Estado, es decir, para este, el ciudadano típico era el trabajador varón, mientras la mujer era relegada a la esfera doméstica. La integración de la mujer al mundo del trabajo asalariado significó ciertamente una autonomía para ella, pero en unas condiciones aún más precarias que las del hombre: salarios más bajos, más horas de trabajo para compensar esos bajos salarios, invisibilización del trabajo doméstico, precarización laboral, etc.
A partir de la década de 1980, los objetivos del feminismo de la segunda ola fueron resignificados. Las ideas feministas que hacían parte de una agenda radical y emancipadora empezaron a ser expresadas en términos individuales: el objetivo ahora es que la mujer pueda romper el ‘techo de cristal’, es decir, elegir una carrera profesional y lograr posiciones de poder en las organizaciones.
Por eso es que Marta Lucía Ramírez y otras políticas de derecha y extrema derecha se han podido apropiar del discurso de la igualdad de género y utilizarlo sin ningún pudor. Si consideramos la narrativa del
empoderamiento de la mujer, asistimos actualmente a una aceptación generalizada de algunas ideas feministas que claramente benefician a mujeres de clases media y alta. Despojado de su crítica anticapitalista y de su promesa emancipadora, el feminismo se ha convertido en un fenómeno de masas, un producto mediático, una estrategia de m
arketing.
Incluso desde un punto de vista liberal, se puede decir que
Marta Lucía Ramírez no se atrevió ni siquiera a romper el ‘techo de cristal’, pues aceptó ser la fórmula vicepresidencial de un advenedizo cuyo único mérito es ser el pupilo de Uribe. Esos son los
principios del patriarcado: el dominio del macho sobre la hembra y del macho adulto sobre el joven. Además, sus desafortunados comentarios en
defensa del glifosato: “Si usted toma 500 vasos de agua al día, se enferma” o en
defensa del señor Ordóñez frente a sus pronunciamientos xenofóbicos: “Es como un general de cuatro soles”, contradicen de cabo a rabo su discurso a favor de los derechos de la mujer. Por todo esto es que puedo afirmar, con absoluta certeza, que la vicepresidenta no me representa.