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La sexualidad, prisionera de la ciencia

El libro de Kaan, 'Psychopathia Sexualis', desencadenó un desfile colosal de estudios sexológicos.

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La sexología, la ciencia de la sexualidad, data del siglo XIX. El filósofo francés Michel Foucault llegó hasta el punto de ponerle fecha de nacimiento: 1844, el año de la publicación de Psychopathia Sexualis, un libro escrito por Heinrich Kaan, médico personal de la familia Romanov, la última dinastía rusa.
Kaan compartió, junto con la primera generación de sexólogos, una preocupación por diagnosticar, como trastornos psiquiátricos, los comportamientos sexuales no reproductivos. En Psychopathia Sexualis, Kaan sugiere que hay, en particular, seis aberraciones que amenazan con liberar el deseo sexual de las celdas de la reproducción: la masturbación, la pederastia, el amor lesbicus, la necrofilia, el bestialismo y el sexo con estatuas. De las anteriores, para Kaan, la primera es la más peligrosa porque, a su modo de ver, el inagotable amor de las personas por aquella parte del cuerpo que hasta le ha metido goles a Inglaterra conduce al resto de las aberraciones sexuales.
Muchos años después de la publicación de Psychopathia Sexualis, el crítico literario estadounidense Joseph Bristow planteó que el verdadero objetivo del libro de Kaan fue justificar científicamente el carácter pecaminoso de los comportamientos sexuales vetados por el cristianismo. Aunque yacen bajo la sombra del moralismo cristiano, los argumentos de Kaan reclaman autoridad en la ciencia, no en la palabra de Dios, y esto es, precisamente, lo que hizo de Psychopathia Sexualis una obra tan innovadora como peligrosa para su generación.
En los años sucesivos, el libro de Kaan desencadenó un desfile colosal de estudios sexológicos, articulados alrededor de un objetivo común: diferenciar, reclamando autoridad científica, los comportamientos sexuales ‘normales’ de las ‘aberraciones’. Y, por haber sido exitosos al disimular su moralismo con ciencia, esta generación de sexólogos tuvo una profunda influencia sobre la sociedad occidental tanto en el plano cultural, a la hora de normalizar conductas, como en el legal, a la hora de criminalizarlas.
Desde la publicación de Psychopathia Sexualis han trascurrido casi dos siglos, protagonizados, entre otras cosas, por la revolución sexual, el psicoanálisis y el feminismo. De ahí que el listado de perversiones sexuales institucionalizadas por la ciencia haya variado significativamente. Pero hay algo que no ha cambiado: la búsqueda por diferenciar un comportamiento sexual ‘normal’ de una serie de ‘aberraciones’. Es decir que la fachada del edificio de la sexología ha sido reformada, pero sus pilares han permanecido intactos.
Hace apenas dos años, por ejemplo, John Drohol, doctor en psicología clínica, elaboró un listado de catorce ‘desórdenes’ sexuales, entre los cuales incluyó: el exhibicionismo, el voyerismo, el sadismo, el masoquismo y el travestismo. Para Drohol, estos comportamientos sexuales clasifican como desórdenes en la medida en la que suelen provocar trastornos de ansiedad en los gallardos exploradores. Pero Drohol, al igual que la vasta mayoría de los sexólogos, nunca se molestó en buscar el verdadero origen de esta ansiedad: la culpa infringida por la sociedad.
Cierro con esto: si la sexología, desde la clásica hasta la contemporánea, ha logrado manipular con éxito la noción de normalidad sexual, esto quiere decir que esta puede ser manipulada una vez más, pero esta vez será puesta al servicio de la libertad sexual, no de la represión. Sugiero un solo criterio alrededor del cual se deberá dibujar la línea que separa a la normalidad sexual de las aberraciones: el consentimiento. Mientras que esta condición se cumpla, que se satisfagan los más extraños apetitos sexuales. Y si por esto hemos de ser enviados a las tinieblas, seremos tantos que armaremos una revolución para derrocar el orden divino.
Santiago Vargas Acebedo

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