En una época, cuando ocupaba un cargo directivo, molestaba a algunos colegas recordándoles que “la realidad también existe”. Quienes fuimos formados en las ciencias naturales tenemos siempre, entre ceja y ceja, la famosa cita de Thomas Henry Huxley: “La gran tragedia de la ciencia es la muerte de hermosas teorías, asesinadas por hechos simples y feos”.
Es una afirmación más seria de lo que parece; hay pocas cosas más peligrosas para la sociedad que la ingenuidad de un gobernante convencido de que la realidad debe moverse de acuerdo con sus órdenes, y que se indigna cuando no lo hace. Sería mucho más útil que tratara de entender por qué le es esquiva. Hay cantidad de ejemplos en los que el resultado de una medida es el opuesto al que se pretendía, aunque fuera calificada de ‘cien veces justa’.
Hay varias explicaciones parcialmente satisfactorias. Las medidas tomadas pueden haber estado basadas en hechos inexactos, en evaluaciones incorrectas. Quien las toma puede estar lleno de sesgos; el gobernante se enamora de sus proyectos, y está tan convencido de que son salvadores que no puede ver la información que los contradice, sufre de ceguera selectiva. La ceguera ideológica es una causa frecuente de los grandes fracasos; utopías que se persiguen a toda costa, y a grandes costos.
Hay pocas cosas más peligrosas para la sociedad que la ingenuidad de un gobernante convencido de que la realidad debe moverse de acuerdo con sus órdenes.
Las condiciones a veces cambian más rápido que las convicciones. Son ejemplo quienes diseñaron estrategias de cooperación con la Unión Soviética el año 1991, o quienes abrieron grandes campañas de turismo en enero de 2020, justo antes de la pandemia.
Algunos relacionan los resultados no previstos con la complejidad y el caos. Citan el ‘efecto mariposa’ planteado por Edward Lorenz, quien decía que el aleteo de una mariposa en Indonesia podría causar una tormenta en el Caribe. La teoría del caos trata de sistemas termodinámicos lejos del equilibrio, en los que cambios sutiles en las condiciones iniciales producen efectos muy grandes en los resultados. Sirve como analogía, pero no es exacta ni explicativa. Escudarse en la teoría del caos es una forma de buscar un culpable que me permita decir que no era yo el equivocado, aunque las cosas me hayan resultado al revés.
Otra explicación posible es la dificultad de modelar los sistemas sociales. En el colegio aprendimos que a toda acción se opone una reacción, y lo entendíamos con el ejemplo sencillo de un cuerpo sobre el cual se ejercía una fuerza, en una dirección, y este oponía otra igual en dirección opuesta. Pero las acciones en el mundo político son más complicadas. Tienen muchos componentes, que van en múltiples direcciones, y las respuestas son igualmente diversas; más aún si dependen de humanos. Es muy difícil, si no imposible, prever todas las posibles reacciones a una acción. Cuantos más datos se tengan, mejores son las posibilidades de éxito, pero es raro el modelo infalible.
La tendencia, en todos los casos, es a buscar culpables, generando verdaderas teorías conspirativas. ‘Esa propuesta tan hermosa no pudo fracasar sino por la intervención de un ser maligno’. Desde tiempos inmemoriales culpamos de todo al diablo, a las brujas y a las estrellas, últimamente a ‘energías negativas’, y al neoliberalismo.
La historia no se repite porque nunca hay dos sucesos idénticos en todo. Sin embargo, la acumulación de ‘experimentos históricos’ ayuda. Es más probable acertar cuando uno repite acciones que tuvieron éxito que cuando se empeña en repetir las que fracasaron.
Qué importante sería que los políticos, en el Ejecutivo y en el Congreso, le dedicaran más tiempo a reunir buena información relacionada con sus acciones, y a pensar, muy en serio, qué cosas pueden resultar diferente a lo que esperan. No por mucho pujar se llega mejor; es que ‘la realidad también existe’.
MOISÉS WASSERMAN