A finales de la temporada de huracanes del 2021, con las velas hinchadas por sus fuertes vientos, divisamos el perfil del dinosaurio durmiente, que es Old Providence. Al gigante verde la fuerza de Iota le arrancó sus bosques, casi todo vestigio humano, un pedazo de su nariz y con la devastación desnudó el ocre de su arena, la fragilidad, la pobreza y las duras condiciones en las que vivían y viven los isleños, quienes siguen en jaque y necesitan la mano del país, tendida en solidaridad.
La circundamos en cabotaje, oteando con binóculos y segmento a segmento Pueblo Viejo, Pueblo Libre, Camp, Almond y Allan Bay, San Felipe, Agua Dulce, Suroeste, Manzanillo, Casa Baja, Agua Mansa, Punta Rocosa, que luego recorrimos por tierra. Nuevos parches de bosque y nuevas construcciones empezaban a remplazar el ocre y las casas viejas de madera, roídas por el tiempo, las carencias y el salitre. Ensordecedor el barullo de grúas, buques, excavadoras, soldados, marinos, policías, obreros incansables de día y de noche ayudando donde hacía falta.
Post-Iota, el envío de alimentos por Estado y particulares salvó a la población de una hambruna despiadada, pero al presidente Petro le acude razón cuando señala que allá hay hambre, la escasez subsiste y, cómo no: los pescadores perdieron su modus vivendi, sus botes hechos astillas en las playas. Don Radiga Sjogreen, agricultor de la isla, ve, desolado, su siembra, no quedó una sola planta y algunas, me dijo, tomarían al menos 7 años en volver a producir, si no venía otro huracán. A la devastación se suma la inflación: la horda de nuevos comensales dispara los precios de todo y el apretado presupuesto familiar isleño no alcanza, falta estabilizar el costo de su canasta familiar.
Construir a 719 km de mar desde Cartagena es tarea titánica, y lo que falta no es poco.
Celebro que dos presidentes consecutivos la prioricen, Provi tenía décadas de estricto abandono. Las casas de ahora son de lejos mejores que las de antes, imperfectas, sin duda, y como en todo, áulicos y detractores harán lo suyo, pero que se tendió una mano larga desde Gobierno y sector privado, que donó con generosidad, es evidente e innegable. Construir a 719 km de mar desde Cartagena es tarea titánica, y lo que falta no es poco:
Un hospital de primer nivel, con cámara hiperbárica, pues un accidente de buceo, digamos, es una condena a muerte en su ausencia. Y un modelo de gestión veloz de salud para el isleño. Casi toda solicitud implica tutela. No se explica cómo el hospital no fue absoluta prioridad, hubiese sido también refugio idóneo.
Hay que privilegiar a la infancia y a las mujeres cabeza de familia. Dotar ya de mejor conectividad a las escuelas y apoyar a los docentes. Retomar el apoyo a las microempresas de madres cabezas de familia y la venta de sus productos. Ampliar las zonas protegidas de la reserva de la biosfera y mantener Provi tradicional, sellada a cadenas hoteleras y la erosión del turismo que devastó a San Andrés. Que las posadas nativas primen y solo familias isleñas vivan del turismo.
Es momento para establecer alianzas con universidades nacionales, extranjeras y Armada, para crear una sede concentrada en estudiar la barrera coralina que la rodea, la mejor conservada y extensa del mundo, abrir la posibilidad de que isleños y otros aprendan biología marina en ese paraíso. Y repoblar de tortugas sus aguas, favorecer con vedas el caracol pala.
Es clave que se continúe la reconstrucción, que se vire donde haga falta, que se audite. La confianza no excluye el control, menos con dineros públicos, pero que se actúe sobre certezas, no rumores. Siendo contratos con obligaciones de resultado y cantidades precisas, no es complejo entender su idoneidad.
Con el debido apoyo, Old Providence seguirá surcando los mares del tiempo impertérrita, a su propio ritmo, como enseñaban los isleños viejos: Providence is slow, and slow is beautiful.
MAURICIO LLOREDA