El director, guionista y coproductor neoyorquino David O. Russell (1968), con el título de la libertaria y magnífica urbe europea, encadena calamitosos cuadros paralelos de pasados de guerra con pequeñas historias individuales (la petite histoire) de tres perfiles protagónicos.
Es el reencuentro, en 1933, de una entusiasta enfermera holandesa y dos amigos neoyorquinos con secuelas de quince años atrás como soldados americanos sobrevivientes de la primera guerra mundial. El destino los volvió a cruzar, en momentos oscuros, siendo víctimas de una conspiración política internacional y acusados del crimen de un general protector de los derechos de combatientes heridos.
Siete años después de Joy: el nombre del éxito, con Jennifer Lawrence ganadora del Óscar a los 25 años, Russell ha estrenado el décimo largometraje de su desigual filmografía iniciada en 1994. Autor impredecible no fácil de seguir, gusta de recrear perfiles obstinados o vulnerables en aventuras románticas disímiles y circunstancias cotidianas netamente americanistas.
Burt, Valerie y Harold serán testigos accidentales y chivos expiatorios de un doble asesinato político de padre e hija en una trama envolvente, como los canales de Ámsterdam, que destapa un complot empresarial para asestarle golpe de estado al presidente Franklin D. Roosevelt y alertar sobre la extraña solidaridad militar con líderes de la trepada fascista y el naciente partido nazi.
Aunque sea difícil saber que está pasando o hacia dónde van sus intrigas propiamente dichas, bastará señalar la mixtura de géneros involucrados: thriller o cine negro policiaco de dos épocas no bien contrastadas, detectives espontáneos que realizan misiones imposibles, reminiscencias bélicas y tonalidades románticas, aventuras ingeniosas y procesos judiciales.
Para la ocasión, un elenco estelar: trío amistoso de Christian Bale (Batman), Margot Robbie (Tonya), John David Washington (Denzel Jr.) e invitados de lujo: Robert De Niro (Good Fellas) y Rami Malek (Freddie Mercury). Si no se entiende su trama, sirve apreciar la exquisita dirección fotográfica del mexicano Emmanuel Lubezki —tres veces ganador del Óscar—. Pero al revisar tres de sus títulos anteriores, del 2010 al 2015, entenderemos el manejo de temáticas dificultosas e intrascendentales en contextos esperanzadores.
El ganador (The Fighter, 2010). Punzante cinta de boxeo basada en personajes y situaciones reales, cuyos hechos cruciales transcurren en los años 90 y se remontan a dos décadas atrás: Micky Ward, el ‘trueno irlandés’, campeón mundial wélter junior, fue entrenado por su hermanastro mayor, quien había noqueado al legendario Sugar Ray Leonard y tuvo antecedentes criminales como adicto al crack. En un ambiente pueblerino, mantienen una estrecha relación fraternal y luchan fuera del cuadrilátero contra las adversidades de la vida.
Productores y camarógrafos de un canal de televisión le hacen el seguimiento a quien salió de prisión e intentó readaptarse a su condición familiar y obrera marcada por una madre sobre protectora en condición de mánager. Su primer giro dramático acaece cuando el entusiasmo de toda una población decae al percatarse de cómo ese material grabado se limitó al vicio autodestructivo de una sensible criatura. En un guion abrupto, escrito a diez manos, el tímido Mark Wahlberg (Micky) cayó opacado frente al brillante papel secundario del galés Christian Bale —cadavérico, nervioso y flacuchento al perder 15 kilos—.
Los juegos del destino (Silver Linings Playbook, 2012). Comedia de ansiedades, flechazos y extravíos mentales de dos jóvenes bipolares en barriadas urbanas de Filadelfia. Profesor nervioso e irritable, en tratamiento siquiátrico, estalló al percatarse de las infidelidades de su mujer y al cambiar los medicamentos por rutinas físicas; joven viuda alegre, con energía resbaladiza y presa fácil de un desquiciado. Ambos, se dejaron llevar por comentarios malintencionados y el desconcierto de sus familias disfuncionales.
El protagonista masculino, intenso y gruñón, padecía de constantes ansiedades al desafiar su bipolaridad y demás constantes maniaco-depresivas que esquematizaban conductas incómodas y desajustes emocionales en los ámbitos hogareños o afectivos. Semejantes manías recíprocas se recrearon en los terrenos de la comedia sicológica de resolución optimista.
Con algo de humor trivial irrumpen insólitas escenas en el desbocado romance donde impera ‘el lado bueno de las cosas’ y se efectúa ‘una terapia feliz’ —títulos adicionales presentados en sus versiones castellanas—. El veterano De Niro estuvo acompañado de dos excéntricas personalidades recreadas por Lawrence y Cooper.
Joy: el nombre del éxito (2015). Tragicomedia empresarial y familiar que interactúa, desde Boston (Massachusetts, con varios generacionales de clase media. Emprendedora comercial e inventora por naturaleza, Joy es la personalidad avasalladora que instala su propio negocio para beneficiar al núcleo compuesto por madre divorciada, padrastro entrometido, exesposo comprensivo, abuelos maternos cariñosos, pretendiente líder en ventas e hijita desprotegida.
Entre celebraciones caseras y fechas importantes, su giro principal radicaba en la estrategia publicitaria de las televentas para posicionar un artefacto doméstico evidentemente banal: un trapero que se exprime sin meter las manos en el agua sucia. La muy laureada Jennifer Lawrence, rodeada de un reparto de lujo —Robert De Niro, Bradley Cooper, Isabella Rossellini y el venezolano Edgar Ramírez como el exmarido que sigue viviendo en casa de Joy—.
MAURICIO LAURENS