Dicen que nuestra primera librería apareció en 1851 gracias al francés Juan Simonnot. Si bien el comercio de libros ya se daba en la Nueva Granada, se realizaba en sitios que no eran exclusivos para su venta. Textos de Jeremy Bentham defendiendo los intereses como motor económico, escritos de Alexander von Humboldt que describían la agricultura, la minería y las manufacturas de México, así como un vasto catálogo de publicaciones editadas en España y Francia, pudieron ser leídos en Bogotá para resolver dudas y problemas de la época.
También dicen que las librerías en un país son una muestra de su talante y carácter, que la forma en que cuidamos el hogar de los libros habla de nuestra solidaridad y ansias por el conocimiento, y que al conversar con un librero estamos mostrando la forma en que le hablamos a nuestros padres.
Hemos avanzado desde que se abrió esa primera librería a mediados del siglo XIX. Según la Cámara Colombiana del Libro, en Colombia ya tenemos cerca de 500, de las cuales el 73 % tienen menos de 25 años; muchas pertenecen a almacenes de cadena, otras cuantas son universitarias, y otras independientes. Se encuentran de todos los tamaños y una porción menor ofrece el servicio exclusivamente de forma virtual. Cada una emplea, en promedio, a cuatro personas, en su mayoría bachilleres y técnicos que se dedican a labores honrosas de promoción y educación, porque al final todo empleado de una librería es más un profesor que un vendedor.
Las librerías no solo son un lugar de transacción de bienes por dinero; son el espacio de clubes de lectura, exposiciones de arte, conferencias y actividades con autores y editoriales. Son una feria permanente, un festival para saborear ese contenido físico, histórico e informativo del que nos están privando las redes sociales con sus algoritmos y publicaciones volátiles, aditivas y deformativas.
Dicen que ser visitante frecuente de una librería promueve la empatía, contribuye al aprendizaje, mejora las formas de comunicación, desarrolla habilidades sociales y contribuye a la salud mental
Hay buenas noticias desde el gremio en cuanto al aumento de librerías e incluso de editoriales independientes, pero aún estamos lejos de estándares internacionales como los de España, que, con una población similar a la nuestra, multiplica por cuatro nuestras cifras. Colombia necesita más incentivos tributarios para los libros, menores tasas de ICA para librerías en algunos departamentos e incluso exención de IVA para los arriendos. ¿Por qué no pedirle a la Sociedad de Activos Especiales y a las alcaldías que arrienden propiedades en extinción de dominio para nuevas librerías? Las políticas públicas deben ser creativas y no dejar ninguna piedra sin voltear si se trata de formación y cultura.
Dicen que ser visitante frecuente de una librería promueve la empatía, contribuye al aprendizaje, mejora las formas de comunicación, desarrolla habilidades sociales y contribuye a la salud mental. No hay que perder la experiencia de visitarlas, preguntarle al librero por las novedades, comprar libros que no estaban en nuestros planes, leer y ayudar así a que el país evolucione en imaginación para resolver los problemas que heredamos del siglo XIX y los nuevos que aparecen en cada esquina.
ALEJANDRO RIVEROS