El tango está asociado inevitable y universalmente con Carlos Gardel, quien murió en 1935, por azar, en el famoso accidente aéreo del aeropuerto Olaya Herrera de Medellín, en plena juventud, después de participar, como actor protagónico, en 11 películas y haber peregrinado por el mundo entero exhibiendo sus galas de intérprete y su gran personalidad. En Colombia no teníamos, en ese entonces, medios suficientes para valorarlo; pero este incidente nos entregó, por destino, al alma del tango, al culto de esa concepción honda de la vida, del amor y de la muerte.
Así como relacionamos el tango con Gardel, por definición y esencia, también lo asociamos siempre con el despecho, el rencor y el desamor. El tango es hijo de las tinieblas de los arrabales, del existencialismo desesperado de los suburbios y de la conciencia desgraciada de la vida. Inicialmente, como el son, no tenía letra, y, lo más notable es que, luego, la letra llegó a ser tan fundamental como el propio ritmo.
Cuando la nómina de los equipos de fútbol de Colombia, en la década de 1950, era integrada casi toda por argentinos, nuestras cantinas fueron reforzadas por la cultura sureña. Casi todos los futbolistas se casaron con nuestras mujeres, pusieron negocios de comida y de licor, lo cual facilitó la residencia del tango en Colombia, pues encontró una tierra abonada en las clases populares; no hablábamos de tango de salón, ni de la evolución estilística de este género. El tango siguió siendo la cortina musical de los barrios y de las zonas de tolerancia. Pero es importante anotar aquí que, por aquellas épocas, el tango convirtió a Medellín en su meca. No pudo haber sido en Bogotá, fría y conservadora, en la que sus habitantes, vestidos de paño inglés, seguían prefiriendo el vals para sus reuniones familiares más importantes.
.En estos tres últimos sitios funcionan, en horas de la tarde, diferentes academias dedicadas a la enseñanza del tango, pero el furor máximo son las noches de los viernes y los sábados, cuando el tango adquiere su verdadera supremacía y su apoteósica exaltación.
Y el tango pegó en la clase obrera, en el campesino, en el habitante anónimo de las ciudades, porque encontró un medio igual al de sus orígenes porteños. El arrabal existía antes del tango, y esta nueva música, entonces, orquestó la barriada.
Un gran amigo afirma, con mucha razón, que en Cali hay más salsa que en Puerto Rico, en Bogotá más mariachis que en Ciudad de México y en Manizales más tangos que en el mismo Buenos Aires. Manizales, en la década de 1920 a 1930, fue la segunda ciudad en depósitos bancarios de Colombia, gracias al café, lo que permitió su industrialización. Y el tango encontró, por esa feliz circunstancia, un terreno fértil para su germinación en los arrabales, zonas de tolerancia y en los bares y cantinas de los barrios periféricos y populares de la capital caldense.
Pero es a partir de 1971 cuando el tango adquiere una mayor dimensión, gracias a Hugo Arias, quien fundó Los Faroles, ubicado en la calle 24 entre las carreras 22 y 23, dedicado el disfrute del tango. Luego se abrieron otros sitios similares: Reminiscencias, Tiempo de Tango y Mr. Tango. En estos tres últimos sitios funcionan, en horas de la tarde, diferentes academias dedicadas a la enseñanza del tango, pero el furor máximo son las noches de los viernes y los sábados, cuando el tango adquiere su verdadera supremacía y su apoteósica exaltación. En el 2002, gracias al concejal Jaime Escobar Herrera, por medio de un acuerdo municipal, se le dio oficialmente el nombre de calle del Tango. No hay en el mundo una calle dedicada al tango como esta que tiene Manizales. Ni siquiera Caminito, la colorida y emblemática calle en el barrio de La Boca, de Buenos Aires, la supera. Según Nicolás Montoya, actual propietario de Reminiscencias, “por esta calle no se camina, sino que se baila”, y Aracelly Gallego, una de las más reconocidas bailarinas del tango de la ciudad, bellamente dice: “Yo escucho el tango y lo dibujo con los pies”, frase tan poética como la de la película Perfume de mujer, cuando Frank Slade, interpretado por Al Pacino, le dice a Donna, al bailar Por una cabeza: “No hay errores en el tango, Donna. No como en la vida. Es simple, eso hace al tango tan grande. Si te equivocas, detente y continúa paso a paso”.
En la pena encontraremos alivio; en el desamor, la dicha; en el recuerdo, la ausencia, y en la presencia, el desamor. Estas son las coordenadas sentimentales del tango, por eso, quienes fuimos acunados con tangos seguiremos disfrutando de nuestra famosa calle del Tango.
* Exsecretario de Cultura del departamento de Caldas y musicólogo. Miembro correspondiente de la Academia Colombiana de la Lengua.