Hace unos meses publiqué una columna acerca de la preocupación que tenía por la adicción que los niños estaban desarrollando por la plataforma de videojuegos
Roblox. Si bien la decisión que tomamos mi esposa y yo frente al tema fue la prohibición total en la casa, con el paso del tiempo continuamos investigando al respecto.
Leímos diversos artículos para entender mejor ese universo. Del colegio me enviaron un enlace que desmenuzaba las inquietudes más frecuentes que tienen los padres; en YouTube vimos varios tutoriales, e inclusive me senté un par de veces a jugar para saber qué es lo que tanto los seduce de unos juegos en los que, sinceramente, sin ánimo de ofender, los personajes parecen gallinas sin cabeza moviéndose de un lugar a otro.
Pero vayamos por partes en este magnífico ejercicio de ser un papá nacido en el mundo análogo, pero con hijas ciento por ciento digitales: ¿Sirvió la prohibición? Definitivamente.
A ambas se les redujo el nivel de ansiedad que les generaba la permanente conexión a una pantalla. Retomaron de nuevo el jugar con muñecas y el crear escenarios en la casa para cultivar la imaginación. Asimismo, reencontraron un espacio para la lectura y a la hora del almuerzo, y de la comida, estaban más tranquilas, sin esa angustia de tener que estar en el juego.
Varios padres de familia, tras la primera columna, me escribieron indignados por haber criticado a Roblox. Algunos me transmitieron una sensación de que creen que sus hijos son los próximos Bill Gates por todo lo que están aprendiendo en la plataforma, y una minoría me comentó que yo era un cerrado de mente y mal padre por no supervisarlas.
Cada quien es libre de cómo educa a sus hijos. Faltaría más. No me considero un experto en tecnología, pero sí lo suficientemente curioso para indagar acerca de los peligros que entraña el mundo virtual, donde la punta del iceberg que vemos es un ecosistema minúsculo de todo lo que sucede en una red llena de personas en busca de menores para fines oscuros. ¿Paranoico? No, responsable.
Si bien Roblox ha habilitado numerosas funciones para proteger a los menores que están en su plataforma, a sus propietarios, al fin y al cabo, lo que les interesa es la rentabilidad de la compañía, ya valorada en varios miles de millones de dólares. Ellos no están interesados en el desarrollo educativo de nuestros hijos. Tampoco en ayudar si los niños presentan problemas de ansiedad, adicción y depresión. El negocio tampoco es crear a los próximos Jeff Bezos o Bill Gates, como ciertos padres creen.
Sencillamente, Roblox es una compañía cuyo éxito radica en enganchar a cientos de millones de niños a que se queden el mayor número de horas al frente de la pantalla, ofreciéndoles bonificaciones, regalos y otro tipo de incentivos que eventualmente desemboquen en la compra de robux, la moneda del juego. El robux les permite a los jugadores subir de estatus. Por ejemplo, con el cambio de avatares, compra de carro virtual o un apartamento.
Es cierto que estamos ante una plataforma abierta. Es decir que programadores pueden crear juegos dentro de Roblox y ganar ingresos por ello. Pero no nos digamos mentiras. Eso es el 0,0001 % de personas. ¿Y el resto? El resto va encaminado a la ludopatía, así no queramos verlo. Un niño que solo quiere estar conectado y no hacer nada más no está aprendiendo absolutamente nada.
Aunque la prohibición en mi casa continúa, nos hemos flexibilizado un poco. Permitimos que se pueda jugar dos horas por semana. ¿Por qué? Porque cuando todos los niños están metidos en el juego, están construyendo una comunidad, un lenguaje, y dejar a los hijos por fuera de eso se nos hace una torpeza.
Yo quisiera que los niños aprendieran a programar en vez de estar perdiendo el tiempo en una plataforma totalmente inútil. Pero por ahí no fue.
DIEGO SANTOS
Analista digital