El miércoles pasado, un grupo de cinco amigos, cinco ciudadanos colombianos sin afiliación política alguna, y no muy activos en redes sociales, estaban conversando en un chat grupal que comparten en WhatsApp y dos de ellos sugirieron la idea de crear un grupo con algunos de sus conocidos para convocarlos a una marcha y manifestar su preocupación por lo que está pasando en Colombia y en respuesta a los últimos pronunciamientos del Gobierno y sus reformas.
No era sino que lo dijeran cuando el más eficiente de todos ellos ya estaba creando un grupo con 140 personas. Los primeros mensajes que les llegaron a las personas eran algo enredados y no decían mucho. “Volvamos a pronunciarnos”, “Salgamos a marchar”; “Todo por el país. Hay que defenderlo” y otros similares.
Al finalizar la noche, el grupo ya contaba con casi 500 integrantes, hombres y mujeres de todos los sabores y colores, pero el despelote era el mismo. A los creadores del grupo les dio por exceso de democracia y buscaron consensuar con los 500 participantes. Si es difícil que un matrimonio se ponga de acuerdo, imagínense entre medio millar de personas. Que por qué la marcha el 20 y no un sábado, que para qué marchar si eso no sirve para nada, que si la camisa era azul, no, que tenía que ser más neutra, blanca. Y así. Peor que un chat de mamás de colegio.
Muchas personas se salieron del chat, pero el número de participantes se mantuvo en 500, que es una cifra poderosa como multiplicadores de mensajes, y en redes comenzaron a moverse los artes de la protesta, elaborados por un voluntario con su equipo de trabajo. Eso sí, ante el despelote del chat, no faltaron los infiltrados que eran expulsados de inmediato, por lo que los organizadores decidieron ponerle orden al asunto: unas reglas claras y una explicación concreta de qué se trataba el movimiento. Aclararon que no estaban convocando una marcha para incitar un golpe de estado contra Gustavo Petro; tampoco para insultarlo o crear un ambiente de crispación. También reiteraron que no había ningún partido ni líder político detrás de esta convocatoria. Al día siguiente crearon una cuenta en Twitter y otra en Instagram y cerraron la jornada con más de 1.000 personas, esta vez sin tanto desorden y con integrantes de otras ciudades que querían que la cosa no se quedara solo en Bogotá. ¿Logrará esta convocatoria artesanal sacar a decenas de miles de personas a marchar? Ante la ausencia de un liderazgo sólido y coherente a nivel nacional –Germán Vargas Lleras, que estaba despuntando y poniéndose interesante, sorprendió a propios y a extraños con su guiño a Luis Pérez, un candidato uña y mugre de Daniel Quintero para la gobernación de Antioquia–, una vocería ciudadana salió a recoger el sentir de muchos colombianos.
Los próximos días serán fundamentales. La bola de nieve comenzó a rodar, pero qué tanto crezca dependerá de qué tan serios sean los convocantes. No pueden dejar de enviar mensajes, de invitar cada vez a más personas, no parar con los artes y con el movimiento en redes. Ojalá los políticos, tan poco generosos y ciegos si no es algo que lideran ellos, los ayuden, como lo hizo Enrique Gómez sin buscar protagonismo.
Colombia está frente a un abismo. En la Casa de Nariño, sobre la que se ha posado una clara duda de legitimidad en torno a quien la ocupa, está un presidente que cada vez está perdiendo más los cabales, violento en su discurso, incitando a su turba a que hagan daño e intimiden. Es tenebroso lo que sucede.
Lo único que tenemos de momento es el poder de manifestarnos pacíficamente y que nuestras voces retumben en Palacio y en la comunidad internacional. Ojalá muchos salgamos a marchar, sin miedo, el 20 de junio. Porque miedo es lo que Petro quiere que tengamos.
DIEGO SANTOS
Analista digital
En Twitter: @DiegoASantos