Recuerdo cuando conocí el mar. Más que la inmensidad del agua me impactó la imagen de un cangrejo que cuando me le acerqué se metió rápidamente por un agujero en la arena. Yo caminaba al lado de mi papá. Tengo muy presente el olor: ese aroma a pescado fresco que aún hoy frente al mar me emociona y me lleva a la mano grande de mi papá envolviendo la mía. Mis primeros recuerdos son de cuando tenía tres años. Me quedaron grabadas imágenes, olores, escenas que observé de niña.
Tenemos una memoria sensible y otra más funcional, la que nos hace recordar cosas que por voluntad propia aprendemos: montar en bicicleta, manejar un carro o tocar un instrumento. También me acuerdo de cosas que de poco sirve acordarse, pero que se convierten en material para poblar mis escritos: la ropa que tenía puesta en determinada ocasión, conversaciones que oigo en la calle, algunos diálogos del cine, las fechas de cumpleaños de personas que no veo hace siglos.
Recuerdo como si fuera una fotografía el lugar de la página de un libro donde leí un párrafo que me gustó y subrayé. Los números telefónicos me los aprendía siempre (ya no hay necesidad de hacerlo), por la geografía del discado o por la suma de sus dígitos, un método absurdo pero que a mí me funcionaba. Mi orientación en el espacio depende también de las referencias visuales que vea a mi alrededor: el edificio alto en la esquina, la montaña al fondo, el árbol que se tiñe de rojo en primavera. Si me cambian algo en el paisaje me pierdo.
Tengo muy buena memoria para acordarme de las letras de las canciones, para reconocer voces y detectar acentos, para volver al asombro que se siente cuando conocemos un nuevo destino, una ciudad, un pueblo, un río. En el silencio puedo oír las carcajadas de mis hijos, las canciones que cantaban cuando eran niños, puedo volver a oír la voz de mi mamá al saludarme cuando la llamaba por teléfono. El olor a vainilla me lleva a tardes de lluvia en la casa de mis abuelos, donde me sentía protegida.
Decía hace poco Alejandro Gaviria, en conversación con Ricardo Silva Romero en el pódcast Tercera vuelta, que los recuerdos son unas de las cosas que lo salvan. A mí también me salvan los recuerdos, sobre todo aquellos relacionados con mis seres queridos. Porque, como se preguntaba Héctor Abad Faciolince, ¿qué queda de la vida si no la recordamos? La memoria siempre estará a nuestro alcance para revivir momentos que no queremos olvidar nunca.
DIANA PARDO