Las masacres ocurridas en el país contra líderes sociales bajo el gobierno de “la paz con legalidad” han sido denominadas inapropiada e irónicamente por el ‘primer’ mandatario como “homicidios colectivos”, tal vez con la finalidad de minimizar las asperezas lingüísticas del impacto histórico negativo en su gobierno.
De igual manera los asesinatos selectivos de Dilan Cruz, Javier Humberto Ordóñez y Juliana Giraldo, por la Fuerza Pública, se suman a las tensiones sociales generadas por la pandemia del covid-19, para mostrarnos la trama renaciente de una conflictualidad que articula distintos actores enemigos de la convivencia civilizada contra las libertades democráticas y la economía social.
La sentencia de la Corte Suprema de Justicia –sustentada en razonamientos poderosamente democráticos– condena el exceso de la fuerza militar y los abusos policiales con armas letales contra la legítima protesta social de estudiantes y jóvenes inermes que multitudinariamente marcharon por las ciudades (con casos aislados de vandalismo), al tiempo que ordenó la regulación de los sistemas operativos y el ejercicio de su autoridad y puso en evidencia el modelo de interrelaciones de fuerzas antidemocráticas que impera en nuestro país, estimulado por las omisiones cuando no por directas instrucciones jerárquicas.
Esta sentencia tiene, además, un gran significado por la coincidencia con el proceso de paz, que el pasado sábado cumplió cuatro años de haberse firmado en la ciudad de Cartagena por el gobierno de Juan Manuel Santos y la extinta guerrilla de las Farc.
Tal vez bajo una orientación más democrática de las instituciones la mortandad que viene ocurriendo en el país no hubiera sido de las magnitudes que hoy nos apesadumbran. Lecciones no aprendidas por nuestra Fuerza Pública nos hubieran ayudado a vadear el tormentoso mar de desinstitucionalización política, violencia, corrupción e impunidad que amenaza con hundirnos en sus abisales oscuridades.
Al respecto, Daniel Goleman, autor del best seller sobre neurociencia La inteligencia social, recuerda un acontecimiento ocurrido en los primeros años de la segunda invasión norteamericana a Irak y cuyos contenidos deberían ser apropiados en la doctrina militar y asimilados tanto por los integrantes de la Fuerza Pública colombiana como por el ministro Carlos Holmes Trujillo, tan dado a minimizar o justificar cuando no a negar olímpicamente la criminalidad insoslayable de las instituciones armadas bajo su mando. Veamos:
Cuando un grupo de soldados salió hacia una mezquita para ir a hablar con el religioso principal de la ciudad, con el objetivo de pedir su ayuda a fin de organizar la distribución de suministros de asistencia, una multitud se juntó temerosa de que la soldadesca hubiese hecho presencia allí para poner bajo arresto a su líder espiritual.
Entonces, “cientos de musulmanes devotos rodearon a los soldados agitando los brazos en el aire y gritando mientras avanzaban hacia el pelotón fuertemente armado”.
Dice brillantemente Goleman que “el oficial al mando, el teniente coronel Cristopher Hughes, pensó rápidamente. Tomó un altavoz y les dijo a sus soldados: “Rodilla a tierra”, significando que se debían arrodillar sobre una pierna. Enseguida les ordenó que apuntaran sus rifles hacia el suelo.
Luego la orden fue tajante: “¡SONRÍAN!”.
El humor de la multitud cambió. Algunos –muy pocos– siguieron gritando, pero la gran mayoría devolvió su sonrisa; algunos palmearon a los soldados en sus espaldas y Hughes les ordenó que se retiraran caminando despacio, retrocediendo y sin dejar de sonreír.
Señala Goleman que la ingeniosa acción fue el resultado de un despliegue vertiginoso de cálculos sociales tomados en fracciones de segundos, en asocio con una cultura formativa, civilista de respeto a la sociedad que Hughes había entrenado con sus subordinados armados. El comandante de la tropa tuvo que percibir el nivel de agresividad de la multitud y qué podría calmarla. Y tuvo que apostar a que podría identificar el gesto exacto con el cual traspasar la barrera de la lengua y de la cultura, todo lo cual culminó en esas decisiones instantáneas.
Sin duda, estos actos nos enseñan que la autoridad bien disciplinada combinada con la aptitud para entender a las personas distingue a los buenos funcionarios policiales y, por cierto, a los militares enfrentados a civiles con un alto grado de excitación. “Ese incidente pone de manifiesto la brillantez social del cerebro incluso en un incidente caótico y tenso”.
Alpher Rojas