La expectativa que ha suscitado entre la ciudadanía progresista, los sectores académicos e intelectuales, los trabajadores de la cultura y, en general, entre la comunidad democrática, popular y ambientalista el llamado Pacto Histórico (suscrito por los partidos Polo Democrático, Colombia Humana, el Movimiento Alternativo Indígena Social –Mais– y amplios sectores independientes) recoge y supera por mucho anteriores intentos de articular procesos pluralistas de unidad para atender las demandas sociales, económicas y políticas tantas veces aplazadas, empezando por superar el sufrimiento humano mediante el criterio sociológico de igualdad en las condiciones de vida que, guiado por un “espíritu igualitario”, debe generar la redistribución equitativa de los bienes materiales y simbólicos al amparo de una paz estable y duradera.
Esta vez, el solo anuncio como lema de una convergencia sociopolítica de los sectores alternativos en la presentación de la atractiva y popular actriz e inteligente columnista Margarita Rosa de Francisco ha disparado las encuestas en favor de sus líderes más connotados, como el excandidato presidencial Gustavo Petro (un dirigente con un capital electoral vigente de ocho millones de votos y la mayor favorabilidad, ver
https://eltiempo.noticiasgaucheltiempo.noticiasgauchas.com/confidenciales/articulo/petro-el-unico-politico-cuya-imagen-favorable-aumento-considerablemente/202133/) ha propiciado un entusiasmo que supera los cálculos más optimistas, como lo revela la última encuesta Pulso País, de La W Radio y Caracol, tanto por las líneas centrales que animan la construcción temática del programa de unidad como por su relevante calidad representativa del conjunto de las expectativas (incluidas algunas sensibilidades estéticas compartidas con los sectores dominantes de la sociedad) y en el cual es clave el propósito de generar un ethos, un modo de vivir y convivir y, en consecuencia, el mejoramiento de las condiciones de vida de la sociedad.
El criterio que ha presidido esta aproximación humana y política no está excluyentemente referido al universo de la problemática social, sino también a la necesidad de llegar al esclarecimiento de qué es lo que hace que las cosas sean como son en Colombia (sus indicadores de pobreza y miseria, la impunidad judicial y la discriminación con los jóvenes y las mujeres), no para liquidar los conflictos sino para mejorar su calidad y enriquecer su discusión, de estudiar lo que podría impulsar a la militancia tanto a abandonar la lucha como a alentarla a entrar en acción sin estimular ni exacerbar el modelo de lucha de clases.
Tienen claro sus líderes que es preciso saber cómo funcionan los complejos y no siempre visibles mecanismos de la lucha política para inducir a ambas actitudes tanto con el poder del dinero con el que se ejerce el control social como con el ejercicio de la violencia real y simbólica que empieza por la ruptura del tejido social, el desplazamiento y la desaparición de niños, niñas y adolescentes, como ya experimentó el país campesino con los ‘falsos positivos’ en la época aciaga del uribato y los que en adelante tuvieron su favor con el dedazo.
En tal sentido, los actores centrales del proyecto no han omitido examinar y poner en lista –con luces roja y verde de semáforo– los dos usos distintos que el sociólogo francés Pierre Bourdieu ha denominado sagazmente: el uso “cínico” y el uso “clínico” del poder, los que han operado en nuestro medio, según el cual este puede ser usado, como piensa el mundo tradicional, de la siguiente manera: “Ya que el mundo es como es, pensaremos una estrategia que permita explotar sus reglas para nuestro provecho particular, sin considerar si es justo o injusto, agradable o no”. Ahora bien, cuando se lo usa “clínicamente”, como es el interés de la militancia del Pacto Histórico, ese mismo conocimiento puede ayudar a combatir más efectivamente todo lo que desde la ética pública se considera incorrecto, dañino o nocivo para el estándar moral.
De este árbol de ideas se desprende el fruto indispensable de la reinvención de la democracia, para hacerla sólida y consecuente con las expectativas ciudadanas. Este nuevo Pacto Histórico tiene la gran oportunidad de darles curso a las soluciones socialdemócratas que el liberalismo colombiano abandonó por su interés de asumir como propia la doctrina neoliberal de la maximización de las ganancias y la concentración de la riqueza, la propiedad y las oportunidades, como tantas veces lo denunciaron estadistas genuinamente socialdemócratas como Alfonso López Pumarejo, Jorge Eliécer Gaitán, Gerardo Molina y Hernando Agudelo Villa, referentes centrales en el discurso de los dirigentes del Pacto Histórico.
Ya sabemos que la política tradicional premia y promueve el conformismo. Por ello, en esta hora dolorosa de las masacres de líderes sociales, el desempleo y la alta abstención electoral, Colombia requiere superar la visión cortoplacista de los gobiernos tradicionales y poner en marcha un nuevo orden económico que nos permita evitar la debilitante elección entre resurgimiento económico y salvar vidas y el establecimiento de una urgente e inaplazable política ambiental de lucha contra el cambio climático.
Alpher Rojas Carvajal