Lejos de imaginarme que cuando hace aproximadamente un mes, en compañía de mi hija Rosita, asistí a un almuerzo de cumpleaños que me organizó mi amigo Hernando Yepes Arcila al lado de María Isabel Rueda, Fernando Arboleda Ripol, Álvaro Tirado Mejía y Mauricio González Cuervo, sería la última vez que vería a este extraordinario jurista, cuya reciente desaparición conmovió a todos los estamentos jurídicos del país.
En la ceremonia fúnebre, presidida por el arzobispo de Bogotá y cardenal primado de Colombia, Luis José Rueda, el profesor y magistrado de la Corte Constitucional Jorge Enrique Ibáñez, hizo una extraordinaria semblanza de este hombre de leyes y de letras, en la que recordó su condición de brillante estudiante de la universidad de Caldas, hombre de Estado, político sin mácula, conservador contestatario, estudioso de la ciencia jurídica, académico y magistrado de las altas cortes.
Tuve la fortuna de contar con su amistad estando en orillas opuestas en la actividad política. Fue él un conservador doctrinario, cercano a Misael Pastrana Borrero, gran polemista, con quien se podía discutir con argumentos en los terrenos políticos, jurídicos o filosóficos; humanista, empedernido lector, con una facilidad de expresión que permitía ubicarlo en ese privilegiado grupo de oradores “grecocaldenses” como Silvio Villegas o Fernando Londoño y Londoño.
Fue para el conservatismo lo que Alfonso Palacio Rudas fue en el liberalismo: un “cofrade” que no tragaba entero.
Recién salido de la universidad se desempeñó como secretario general de la gobernación de Caldas y después fue ministro de Trabajo y Seguridad Social.
En 1968, Carlos Lleras Restrepo impulsó tal vez el cambio constitucional más importante en el siglo XX después de la reforma constitucional de la Revolución en Marcha de 1936. Su principal artífice jurídico fue el constitucionalista Carlos Restrepo Piedrahíta –quindiano de nacimiento como Yepes Arcila–, a quien tanto iraba y con quien compartió la misión diplomática en Italia.
En la primera vuelta de ese acto legislativo se aprobó la creación de la Corte Constitucional. En la segunda, finalmente se mantuvo el control constitucional en la Corte Suprema pero se creó en su interior la Sala Constitucional, compuesta por especialistas en derecho público. Algunos jóvenes aún creen que la jurisdicción constitucional surgió en 1991. Craso error. Tuvimos una amplísima jurisprudencia constitucional entre 1914 y 1990. Precisamente, Hernando Yepes hizo parte de esa Sala Constitucional de la Corte Suprema en 1990 y allí se opuso a que se usara el odiado estado de sitio para cambiar la carta política violando flagrantemente el artículo 218 de la Constitución, votado ampliamente por los colombianos en 1957.
Hizo parte de esa Corte y llevó a la sala plena el proyecto “tumbando” la Constituyente por esa violación. Es bien sabido que dos de sus compañeros, Hernando Gómez Otálora y Fabio Morón, a última hora, cambiaron el sentido de su voto y finalmente se autorizó el atípico e inconstitucional proceso por una votación de 13 11.
Hernando Yepes fue para el conservatismo lo que Alfonso Palacio Rudas fue en el liberalismo: un “cofrade” que no tragaba entero.
Por eso, como constituyente se opuso a que esta se declarara “omnímoda” y que pasara de ser Asamblea Constitucional –para lo que había sido convocada– a “Constituyente” con las consecuencias –buenas y malas– ya conocidas.
Al igual que su entonces jefe político, Misael Pastrana Borrero, se opuso a que un cuerpo constituyente elegido con el voto de tres millones de ciudadanos revocara un Congreso legítimamente elegido en 1990 por ocho millones de ciudadanos.
Su espíritu siempre crítico que mantuvo hasta sus últimos días, lo llevó a advertirles a sus colegas en la Constituyente que no resultaba conveniente involucrar a las cortes en toda clase de nombramientos. Con su agudeza mental expresó entonces que era un “regalo envenenado”. Y lo fue, pues introdujo el clientelismo en las más altas corporaciones judiciales y distrajo a los magistrados de su principal función: istrar justicia.
Se ha ido, a sus 80 años, un gran profesor, un político conservador contestatario, un jurista de verdad, un buen ser humano y un hombre de bien. El país y sus amigos lo recordaremos con respeto y iración.
ALFONSO GÓMEZ MÉNDEZ